Agricultura familiar sustentable en tiempos de Covid-19

Wara Vargas Lara

La agricultura familiar ha sido uno de los sectores afectados por la cuarentena rígida en Bolivia y al mismo tiempo fue la que permitió que los alimentos lleguen hasta los hogares.

Edición 9. Lunes 26 de octubre

A los pies del Illimani, el nevado más alto del departamento de La Paz, se encuentra Challasirca en el municipio de Palca. Se trata de una pequeña comunidad dedicada a la actividad agrícola y es una de las encargadas en proveer alimentos a la sede de Gobierno.

En Bolivia los territorios de cultivo son propiedad de las comunidades campesinas, desde la Reforma Agraria de 1953, cuando se declaró que la tierra es de quien la trabaja. Este cambio en la historia boliviana permitió que las familias produjeran en sus propias tierras y es una labor que se trasmitió por varias generaciones familiares.

Según los datos de Integración de Organizaciones Campesinas e Indígenas Originarias, el 90 por ciento de la población agrícola de Bolivia está a cargo de familias de origen campesino o indígena. Ellas se centran en una agricultura sustentable, caracterizada por la relación del trabajo familiar y con una producción en armonía con la Madre Tierra, que garantiza la soberanía alimentaria de Bolivia.

Rosa Blanco es una mujer agricultora aymara que es parte de estas familias productoras. Ella creció en esta zona, formó su familia y heredó varios terrenos en las que produce— junto con su esposo Julio y sus pequeños hijos— durazno, papa, lechuga, choclo y variedad de alimentos.

Las familias de las comunidades siembran y cultivan por temporadas. La naturaleza les provee los climas exactos para los diferentes cultivos. Por eso las productoras manejan bien los calendarios agrícolas y saben los tiempos oportunos para cultivar y sacar sus productos a la ciudad.

La crisis sanitaria por la pandemia del virus del Covid-19 alteró sus calendarios y la cantidad de camiones que transportaban los productos hasta la ciudad de La Paz disminuyó por la cuarentena rígida impuesta en el país. Antes del confinamiento, salían 20 camiones al día de esta zona agrícola, los viernes y sábado. La cantidad se redujo a seis, debido que solo esos tenían autorización de circulación en la ciudad, y solo podían salir una vez a la semana.

Toda la familia de Rosa ayuda el día que hay que sacar los productos a la ciudad. Josue, su hijo, aprendió a su corta edad sembrar y cultivar. Debido a que, desde la cuarentena (finales de marzo), se suspendieron las actividades escolares porque los profesores volvieron a la ciudad para confinarse, Josue se dedica plenamente a la producción y distribución de alimentos.

La cuarentena en la ciudad de La Paz no permite aglomeraciones de gente en un mismo espacio, pero en el campo estas medidas no se pueden cumplir. Los camiones son la única forma de transporte para las familias que viajan con sus productos a los mercados paceños. Poco espacio queda entre ellos y los productos.

Rosa tiene una vida sencilla a pesar de tener muchos terrenos de cultivo. La vida del campo es muy sacrificada y en estos tiempos de restricciones sacar los productos se volvió una lucha de cada día.  

“Todo lo se siembra tiene sus tiempos, que no podemos alargar. Si no cultivamos a tiempo se pierde lo sembrado. Si cultivamos hoy, igual hoy mismo teneos que salir a vender a la ciudad. La fruta no dura mucho”, comenta Rosa.

La cuarentena llegó en la época de durazno y Rosa tiene muchos árboles que esperan ser cosechados. Antes podían sacar este producto por días. Pero las familias de productoras cambiaron su rutina por las medidas del Gobierno nacional, perjudicando sus tiempos de cosecha.

Sacar grandes cantidades de una sola vez en la semana, es la es la solución que ellas encontraron.

El viaje desde la comunidad de Challasirca hasta la ciudad de La Paz es de cuatro horas, pero termina siendo una travesía de ocho horas porque el camión debe parar en varias comunidades para recoger a las productoras que también tienen que transportar su producción. Para estas mujeres esperar el camión es su esperanza para llegar a los mercados paceños; la espera puede ser larga y confían en que el motorizado tenga espacio suficiente para todas.

Las mujeres de las familias son las que llevan los productos a la ciudad. Los hombres se quedan a sembrar y cuidar de los hijos menores de la familia. Los productos y las productoras viajan juntas en el camión.

Los camiones van totalmente llenos, por la crisis sanitaria de la ciudad.

Los accidentes por vuelcos de estos camiones de verduras son muy comunes en Bolivia.

Rosa es una mujer afortunada de su comunidad. Su esposo Néstor tiene un camión y puede sacar sus propios productos y ganar más dinero transportando los productos de las otras productoras. Viajar cómoda en la cabina del motorizado es la gran ventaja para ella.

La vida de Rosa en la ciudad se resume a este espacio, aquí vende y guarda sus productos.

Muchas de sus compañeras del campo duermen envueltas junto a sus productos. Rosa consiguió alquilar un cuarto pequeño: un depósito donde ella se acomoda sobre los productos. Antes todo ello, no era necesario, porque llegaban en la madrugada y se iban al finalizar la tarde de un mismo día.

Durante las cuarentenas rígida, de marzo a junio, las ventas se redujeron a cinco horas diarias solo de lunes a viernes. Por dos meses los puestos se encontraron cerrados durante las tardes.

La pérdida de los productos fue grande al permanecer empacados durante el día y por mucho tiempo.


Wara Vargas Lara
Wara Vargas Lara

es fotógrafa boliviana. Lleva 15 años como fotoperiodista. Actualmente es parte de la comunidad de exploradores latinos de National Geographic y es periodista freelancer para New York Times.