Animales silvestres en La Paz: 180 especies retan al cemento urbano

Karem Mendoza G

Vizcachas, chiguancos, chaiñitas, alcamaris son algunas de las 180 especies de vertebrados silvestres que habitan el valle de La Paz. Esta fauna urbana se enfrenta a la destrucción de su hábitat, la contaminación, el avasallamiento y a cada vez más amenazas en la “selva de cemento”.

Edición 122. Lunes 15 de abril de 2024.

Agujas de arena se elevan hacia el cielo y forman un gran cañón en la zona de Bajo Llojeta en La Paz. A sus faldas, decenas de casas desafían el terreno de arena arcillosa. Daniel, vecino del lugar, dice que hace cuatro años, en 2020, no había tantas viviendas y mientras habla un roedor de gran tamaño interrumpe su relato. Un cuerpo huidizo de tonos plomizo y cafés se camufla en la tierra con huecos similares a los cráteres. No será el primer animal que se deje ver.

En ese lugar semidesértico aún quedan algunos cactus, arbustos y follaje de los que se alimentan estos seres herbívoros que se mueven con cautela en la mitad del gran terreno donde avanza la temible urbanización. “¡Ahí está, ahí está otra!”, grita con fascinación Daniel, quien días antes inmortalizó con su lente fotográfico a una de estas especies de orejas largas y una cola parecida a la de una ardilla.

A lo lejos, acostada en un montón de tierra y entre ramas, por fin posa una vizcacha de ojos almendrados y de largos bigotes. Este roedor pertenece a una de las 180 especies de vertebrados que habitan el valle de La Paz. La topografía y la ubicación geográfica de la hoyada crean condiciones favorables para la existencia de esta fauna y, al mismo tiempo, se convierte en el lugar desde el que los animales resisten y enfrentan escenarios hostiles generados por el humano.

Calandrias en la zona Sur de La Paz. Foto: Karem Mendoza.

El valle amenazado

“La Paz es uno de los lugares donde hay mayor diversidad de animales muchos de ellos conviven con las personas en los jardines o en las áreas verdes que tenemos, como en Cota Cota donde existen estas estructuras de tierra denominadas cárcavas. (…) Hay muchos animalitos que han desarrollado estrategias de vida para sobrevivir a los ambientes fríos y altos de Paz donde aprovechan para hacer sus casitas y luego bajar a los valles donde encuentran una variedad de plantas asociadas a los insectos y otros animales”, explica la mastozoóloga Marisol Hidalgo del Museo Nacional de Historia Natural (MNHN).

Según el libro Historia Natural del Valle de La Paz, publicado por el Instituto de Ecología de la UMSA y el MNHN, el municipio paceño es una depresión profunda de terreno que forma un valle situado sobre el borde occidental de la Cordillera Real y el Altiplano, cuya condición topográfica determina un clima más favorable y forma arroyos y ríos que vierten sus aguas en la cuenca del río La Paz.

“Por su altitud y su disposición en todo el borde noreste a sureste del valle, estas montañas impiden el ingreso de gran parte de los vientos húmedos de la Amazonía, quedando todo el valle en el lado opuesto de donde se producen las lluvias. Por esto, el gran contraste entre los ambientes secos del valle de La Paz con la elevada humedad que se observa en los Yungas. Sin embargo, entre octubre y abril, las nubes de la ladera oriental se elevan y logran franquear la cordillera y producen las lluvias”, se explica en el texto.

Campus de Cota Cota, en el sur paceño. Foto Karem Mendoza.

Estas condiciones topográficas y geográficas crean tres ecoregiones: Altoandino, Puna y Valles Secos, donde crecen más de 1.300 especies de flora útiles para la existencia de la fauna paceña que agrupa anfibios (ranita marsupial, jampatito, microkayla, thoko, rana arborícola), mamíferos (taruka, murciélagos, zorro andino, vizcacha, etc.), reptiles (suthuhuallo lagartija endémica, jararanko, culebra katari y otros) y, en su mayoría, aves (chiguanco, pichitanka, chaiñita, alkamari, colibríes y más) e insectos.

Sin embargo, la vida silvestre en el valle de La Paz está siendo amenazada, a decir de la bióloga Angela Núñez, por la falta de un ordenamiento territorial adecuado que es permisivo con el loteamiento de áreas protegidas municipales donde habitan gran parte de los animales. Hidalgo agrega que la eliminación de áreas verdes, el embovedado de ríos y la basura generan cambios drásticos a los hábitats de las poblaciones silvestres, pero también de la vida humana.

“Los zorros y las vizcachas cumplen un rol en el ecosistema. Las vizcachas controlan la vegetación y los zorros al estar en la parte alta de la cadena alimenticia cazan ratones pequeños y controlan las especies en demasía que podrían ser perjudiciales para los humanos”, ejemplificó la mastozoóloga para explicar las consecuencias de exilar a la fauna de sus territorios.

Las vizcachas y la temible urbanización

No hay agua potable ni luz. El camino se formó con el andar de don René que transita desde la avenida Mario Mercado hasta su casa improvisada con calaminas alrededor de picos de tierra en Bajo Llojeta. Por ahora, allí es la única vivienda aunque en frente, en el que fue territorio de vizcachas y alcamaris, las estructuras de ladrillo se multiplican.

Las vizcachas (Lagidium viscacia), al igual que otras especies, no solo hacen frente a la apropiación desmesurada de su hábitat y a la venta ilegal de terrenos en Bajo Llojeta también sobreviven a la caza. Está prohibida, pero se realiza a plena luz en la urbe paceña.

“Para mí son bonitas y yo me atajo para que ellas sigan caminando. ‘No hay, no he visto’, digo para que se vayan los cazadores. Vienen con su escopeta para carnear porque habían sabido comer”, lamenta don René y está convencido de que Dios puso a vizcachas en estos terrenos para que sean respetadas.

Cuenta que estos roedores se dejan ver muy temprano en la mañana y también al caer la noche cuando, casi siempre en parejas, suben al cerro agrietado. Dice que no emiten sonidos y que son compañeras silenciosas, no como las que silbaban en su pueblo ubicado en la provincia Larecaja.

Vizcacha en Llojeta. Foto: Karem Mendoza.

De acuerdo con el libro Historia de 100 barrios paceños contada por los propios vecinos, publicado por la Alcaldía de La Paz, la zona Bajo Llojeta comenzó a urbanizarse en los años 70 y fue con la construcción de la avenida Mario Mercado, en 1995, cuando el barrio creció más. Sin duda, ambos hechos fueron replegando el hábitat de las vizcachas y otras especies como los alcamaris que aún resisten al cemento y a la vida humana.

“Las vizcachas aún están presentes en el valle de La Paz y muchas de ellas están en situación de riesgo porque la urbanización está avanzando demasiado. Recibimos denuncias de que están avasallando esos lugares y que las especies están siendo recorridas de su hábitat que es donde se desarrollan y tienen sus crías”, explicó la mastozoóloga del MNHN.

Los avistamientos de vizcachas no solo se dan con frecuencia en Bajo Llojeta también hay reportes de ellas en Achumani, Bella Vista, la Muela del Diablo, Cota Cota, el Bosquecillo de Auquisamaña y Aranjuez, según el registro fotográfico hecho por vecinos y turistas para la página Nuestros Vecinos Silvestres.

Fue en abril de 2020, durante la cuarentena por coronavirus, cuando se dio el avistamiento de vizcachas más impresionante en el Cementerio Jardín. “El coronavirus es una amenaza para los humanos, pero para estos tímidos roedores es una bendición”, así relataba la periodista de la DW Español mientras al menos cuatro vizcachas corrían sin preocupación por el pasto del campo santo.

En el municipio de La Paz hay 25 áreas protegidas reconocidas como tales por la Ley 1333 de Medio Ambiente y según la Guía de Áreas Protegidas Municipales de la Alcaldía de La Paz publicada en 2023. Sin embargo, el biólogo Álvaro Garitano – Zavala en su libro Desarrollo Urbano Sostenible una visión desde la Biología (2016) explica que en el año 2000, el Gobierno Autónomo Municipal de La Paz (GAMLP), mediante una Ordenanza Municipal, asignó la categoría de protegidas a 27 áreas urbanas y periurbanas que rodeaban a la ciudad, las cuales alojan una muestra representativa de todos los paisajes y formaciones geológicas de La Paz.

“Lastimosamente el año 2015 ante presiones de grupos sociales que deseaban continuar la expansión urbana, se modificó esta ordenanza con otra equivalente, y actualmente estos espacios no están protegidos”, remarcó en el texto y advierte sobre los urgentes mecanismos para proteger, conservar y salvaguardar el patrimonio natural paceño.

La mayor amenaza de territorio no solo se da contra las vizcachas sino contra las tarukas, similares a los siervos, y los zorros andinos que dejan rastros de heces en el sendero del Águila, mismo que agrupa una serie de especies de plantas nativas.

Tesoros verdes en una isla de calor

El valle de La Paz que incluye las áreas protegidas municipales, según datos del Museo de Historia Natural, alberga más de 1.300 especies de flora y más de 180 animales silvestres, sin contar la amplia variedad de insectos e invertebrados. Esta fauna desafía al cemento de las abundantes estructuras que se erigen ante la despiadada destrucción de la vegetación y la contaminación en todas sus formas.

“Una de las principales amenazas para la fauna es la fragmentación de sus hábitats. No olvidemos que son los animales  los que llegaron primero a esta región y que ahora les quedan pequeños manchones verdes donde pueden vivir apenas porque nosotros habitamos cada vez más en el valle de La Paz”, observa la bióloga Angela Núñez.

Un picaflor rutilante en un jardín paceño. Foto: Karem Mendoza.

La coordinadora general de Nuestros Vecinos Silvestres, Mariana Da Silva, remarca la importancia de las áreas verdes para la vida animal frente al crecimiento de la ciudad porque éstas generan agua y en consecuencia mayor humedad, manteniendo el equilibrio climático. Explica que la vegetación evita cambios bruscos de temperatura en las ciudades a las cuales compara con “islas de calor” por el concreto abundante que eleva la temperatura entre uno y dos grados, a diferencia de las áreas menos urbanizadas.

Por tanto, entre esta isla de calor, las áreas verdes como jardines particulares, parques y plazas con vegetación se convierten en refugio, alimento y respiro para las cientos de especies que habitan en el municipio paceño.

“Es importante organizarse con las juntas vecinales para evitar la destrucción de un cerro o que los parques sean más verdes o que la jardinera tenga plantas nativas o mantener los jardines particulares que, si nos imaginamos desde la perspectiva de un ave que busca donde refugiarse, son como islas verdes que les ayudan mucho”, dice con voz cálida desde el otro lado del teléfono.

Para las especies más diminutas, los jardines son “un oasis para la vida” como califican cinco biólogos en el Manual del Naturalista Urbano, publicado por la UMSA. Ahí habitan infinidad de invertebrados como especies de cochinillas de humedad, ciempiés, milpiés, las babosas y caracoles e insectos como el escarabajo, gorgojos y tijeretas. Sobre estas especies aún no se tiene una contabilización oficial por su gran cantidad y falta de estudios.

La urbe dura: picos y alas, lo más visto en La Paz

Su presencia sorpresiva irrumpe en uno de los jardines del Hospital de Clínicas de La Paz. El verdor de su cuerpo con tonos azulados se combina con la luz generando un tornasol. Su pico alargado se posa en cada geranio color carmín y su aleteo infinito se impone veloz ante la vista de unos cuantos. Es el picaflor rutilante, la especie más común en el área urbana. No siempre interactúa con la población, pero esta vez la cámara de un celular lo capta a un metro de distancia aunque pronto, ante un ruido, huye.

Como ésta, hay otras decenas de especies de aves que no pasan desapercibidas en la hoyada. Dentro de las más comunes está la pichitanka a (Zonotrichia capensis) que habita desde los ambientes más naturales hasta los sitios más alterados por el humano. Es habitual verla en plazas alimentándose de granos o migajas incluso sobre el asfalto.

“En la urbe dura podemos encontrar aves que comen varias cosas y son más flexibles. Un ejemplo es el chiguanco (Turdus chiguanco) que es super adaptable porque come gusanos, granos, fruta y hasta restos de comida de los humanos. Puede cazar ratones, polluelos y comer huevos”, dice Da Silva quien también es coordinadora de Combate al Tráfico de Vida Silvestre en Wildlife Conservation Society Bolivia (WCS Bolivia).

Chiguanco en la plaza La Loba de Obrajes. Foto: Karem Mendoza.

Otra ave que destaca, y que normalmente se confunde con la paloma europea, es la torcaza (Zenaida auriculata), una especie nativa de color café con motas negras sobre las alas, patas rojizas y una típica mancha negra detrás de los ojos. No sólo habita en la ciudad sino también en áreas silvestres y campos de cultivo. Su canto es un suave arrullo.

“Al igual que la pichitanka y el chiguanco, esta tórtola puede anidar en árboles o arbustos de los parques y jardines privados, coloca dos huevos blancos que incuban ambos padres por turnos; cuando hacen el cambio de turno lo hacen rápidamente, intentando exponer los huevos o polluelos el mínimo tiempo posible a los depredadores”, explica el Manual del Naturalista Urbano.

Torcazas en la zona de Sopocachi. Foto: Karem Mendoza.

Las chaiñitas o “stronguistas (Sporagra atrata), denominadas así por su color negro y amarillo característico del club deportivo The Strongest, son pequeñas aves que se alimentan de granos y se desplazan en bulliciosas bandadas. Se las puede ver en bosquecillo y serranías de Auquisamaña, bosquecillo de Pura Pura, bosque de Bolognia y Parque Nacional Mallasa aunque también visitan algunas plazas de la urbe.

Chaiñita en el Sur de La Paz. Foto: Karem Mendoza.

Son las 09:00 en la conocida plaza de la Loba en Obrajes. El trino de pájaros aún se percibe pese a los bocinazos de minibuses y buses que avanzan hacia la zona Sur y el centro de la ciudad. Hay cuerpos voladores desde los 15 hasta los 30 centímetros. Los colores de sus plumas oscilan entre los tonos grises; los picos y las patas son una mezcolanza de amarillos y naranjas que sobresalen en el pasto verde.

La mirada de Nelson Cruz, docente universitario, se mueve al ritmo de cada especie al igual que sus manos que sostienen su dispositivo móvil listo para tomar una foto. Las aprecia a la distancia y de tanto en tanto esboza una sonrisa en su rostro cuando logra una buena postal del chiguanco, la torcaza o de la chaiñita.

“Tengo mucho interés por conocer lo que tenemos en nuestro país y ciudad sobre todo en nuestros parques porque sin darnos cuenta no percibimos las especies que tenemos. En este momento, pude ver tres tipos de aves e insectos como las abejas que formaron su panal en un árbol muerto”, cuenta luego de un pequeño recorrido por la plaza.

A seis kilómetros de distancia de la plaza de la Loba, en el Campus de la UMSA en Cota Cota, la abundante vegetación se convierte en el refugio ideal de otras especies que no temen volar muy cerca de los humanos. Los trinos son más diversos y aunque muchas de las especies son esquivas dejan como rastro de su existencia algunas tunas sin su pulpa.

Tuna consumida por aves en Cota Cota. Foto: Karem Mendoza.

Este no es el único oasis en la ciudad. En Alto Obrajes, en la avenida Maks Portugal, un plan de arborización hace frente a la urbanización y da alimento, sombra y hogar a picaflores, kurukutas, mariposas y por supuesto a chiguancos, chaiñitas, pichitankas y torcazas.

De nuevo un picaflor rutilante se hace presente. Esta vez, descansa y emite su particular trino mientras se esconde entre ramas sin hojas. Su tono verdoso por momentos se mezcla con el teleférico del mismo color que pasa por su espalda. Esta ave no es la única polinizadora que habita la urbe. También es posible observar al colibrí cometa (Sappho sparganurus), aunque es mucho más raro en ambientes urbanos, porque prefiere extensas áreas con flores. Recibe este nombre debido a la forma de su larga y brillante cola bifurcada bronce-rojiza atravesada con rayas negras, que resalta con la luz del sol cuando se desplaza rápidamente entre las flores.

La Paz busca ser tricampeón del Reto Ciudad Naturaleza

La gran diversidad de fauna y flora silvestre es uno de los factores que hizo a La Paz merecedora del primer lugar del Reto Ciudad Naturaleza (RCN) en 2022 y 2023 superando a 450 ciudades del mundo con más de 106 mil observaciones de flora y fauna. Este año, entre el 26 y 29 de abril, busca el tricampeonato en este concurso internacional.

La bióloga Cecilia Flores, una de las encargadas del RCN y miembro de WCS, también atribuye el triunfo a la masiva participación de la población de la región metropolitana del departamento de La Paz que incluye El Alto, Palca, Mecapaca, Viacha, Achocalla, Laja y Pucarani. A esto se suma, el gradiente altitudinal que va desde los 400 msnm hasta los más de 6.000 msnm que ofrece infinidad de paisajes donde habitan cientos de animales.

Sin embargo, remarca que el tricampeonato será posible mientras se conserven las áreas protegidas municipales de La Paz y del departamento para el cuidado de la biodiversidad. “Son muy importantes estos remanentes de bosques que pese a ser muy pequeños tienen servicios ecosistémicos muy importantes para el ciudadano paceño en el tema de agua, recursos naturales y ser los pulmones verdes de la ciudad”, aseguró.

Flores recalca que los bosques actúan como una barrera frente a las inundaciones y considera que los últimos sucesos naturales en la sede de Gobierno se deben a la poda de árboles y al loteamiento de terrenos que remueven la tierra y ocasionan que los ríos cambien de curso. “Vivimos en una ciudad tan alta que necesitamos árboles y más espacios verdes de los que tenemos. La tendencia mundial es que las urbes crecen, pero tenemos que saber cómo una ciudad se debe desarrollar tomando en cuenta la conservación de los espacios verdes”, dice.

Kurukuta en el cemento. Foto: Karem Mendoza.

Son las 18:30 en Bajo Llojeta, la casa improvisada de don René está en riesgo constante por la caída de grandes rocas y tierra removida por la tala de árboles para la construcción de viviendas. Su cocina ya fue sepultada tras las intensas lluvias de marzo pasado. No solo él pelea por sobrevivir a los embates de la naturaleza y la mano del hombre, también sus compañeras silenciosas, las vizcachas, han perdido sus hogares, su comida y persisten vigilantes-cautelosas-huidizas ante el primer disparo de un cazador que ose en perseguirlas. Mientras los trinos de decenas de pájaros resuenan reclamando su espacio y anunciando su existencia.


Foto portada: Karem Mendoza.