Ante la crisis climática, productoras preservan el maíz nativo con terrazas prehispánicas y riego manual

Ale Cuevas

En el cantón Italaque, del municipio de Mocomoco, ubicado en los valles del departamento de La Paz, las familias preservan el cultivo tradicional del maíz en terrazas, a pesar de las adversidades del cambio climático, plagas y la tentación de semillas transgénicas. Con técnicas adoptadas como el riego manual, las agricultoras resisten para mantener el legado de ancestros frente al desgaste natural de la tierra.

Edición 142. Lunes, 30 de septiembre de 2024.

Una densa neblina envuelve la casa de Emiliana Condori en una mañana de domingo de septiembre. Apresurada, sale de su cuarto, donde al pie de una ventana están los maíces blancos y amarillos. En la pared cuelgan mazorcas con chala listas para ser desgranadas para la siembra de octubre. Los granos fueron cultivados en las mismas terrazas que usaban los incas antes de la colonización.

En pocos minutos, el humo que sale de la cocina de adobe anuncia la hora del desayuno. Emiliana sale con tres jarras de café caliente y un plato de mote de maíz, uno de sus principales alimentos. Ella es una mujer de poco hablar, al igual que su esposo Felipe Azucena. Ambos tuvieron cuatro hijos, de los cuales sólo Eugenio permanece a su lado, el resto migró a otras regiones.

Emiliana nació y creció en la comunidad Huayanca, cantón de Italaque del municipio de Mocomoco, donde su gente vive rodeada de miles de terrazas precolombinas en lo alto de las montañas. De hecho, Huayanca está en medio de una serranía.

Esta es una de las comunidades de los valles del departamento de La Paz que ha mantenido o recuperado la tradición de cultivar maíz en terrazas. La práctica permite preservar las semillas nativas y, con ello, garantizar su seguridad alimentaria en un contexto de crisis climática.

“La tierra hay que cuidarla, cuando baja la tierra (de la terraza) hay que subirla, hasta el rincón, después hay que llevar abono de oveja, de cuy y de gallina, con eso hay que mezclar, si no ponemos, no produce”, explica Emiliana sobre la producción en las terrazas.

Un día antes, Florencio Sanca, el jilakata (autoridad mayor), contó que Huayanca se fundó hace 142 años, el 28 de mayo de 1882. Probable testigo de su antigüedad es el campanario de adobe y tres chullpares de piedra ubicados a unos 100 metros de la sede de la comunidad.

“Los abuelos fundaron Huayanca. Aquí, siempre hemos cultivado maíz en terrazas, y hemos conservado esta tradición”, comenta Mamani, de 67 años.


Emiliana Condori muestra el maíz en amarros para eventos especiales. Fotos: Alexandro Fernández.

En Huayanca, la mayoría de la población está envejecida. Santos Poma, responsable de actas, y Eugenio Azucena, ambos menores de 50 años, tomaron la decisión de quedarse para evitar que el pueblo desaparezca.

“Si nos vamos todos, ¿quién va a cuidar y dirigir?; los tíos (abuelos) están mayores, por eso nos hemos quedado”, explica Santos.

En esta pequeña comunidad viven 40 familias. Estas se organizan según familias originarias, que tienen terrenos más grandes; las agregadas, tierras de mediano alcance, y las sullca wawa (las más jóvenes, en aymara) que tienen pocas hectáreas. Todas cultivan maíz.

Las terrazas prehispánicas    

A diferencia de otras comunidades, en Huayanca las terrazas están sostenidas por bloques de piedra de alrededor de un metro de altura. Para apreciar la gran magnitud de estas estructuras, es necesario caminar durante media hora por senderos de piedra hasta llegar a las imponentes taqanas o terrazas.

El estudio Tecnologías ancestrales y reducción de riesgos del cambio climático, de terrazas precolombinas, taqanas, quillas y wachus, de Eduardo Chilón Camacho, explica que en América existen numerosos vestigios de terrazas precolombinas, desde el sur de Colorado en los Estados Unidos, pasando por el noroeste de México, Centro América —en los lugares donde se asentaron los mayas— y por toda la región andina, que incluye Bolivia.

La investigación menciona que el 98% de las terrazas agrícolas presentes en Bolivia son de origen precolombino y que el valle de Mocomoco y Charazani, municipio vecino, son los lugares “más notables en terraceo del país”, con 24.000 hectáreas de tierra cultivable en terrazas.

Las taqanas precolombinas, construidas con grandes paredes de piedra en forma de escalinata, se adaptan a las curvas del terreno y crean superficies casi horizontales para el cultivo. Su función principal es evitar la erosión del suelo en pendientes pronunciadas y facilitar el riego al controlar el flujo del agua en las laderas.

Eugenio Azucena va adelante para mostrar las terrazas donde se cultiva el maíz; al fondo, la contaminación por chaqueo. Fotos: Alexandro Fernández.

Maíz, parte de la historia

Emiliana cuenta que nació y creció en medio de la montaña y que su principal alimento, al igual que de todos en la comunidad, es el maíz. Dice que existen diversas variedades del grano, como el amarillo, el blanco y el lila, pero también el de color negro que se usa para elaborar el api.      

Bolivia es uno de los países en América con mayor variedad de maíz nativo, después de México. El estudio La diversidad del maíz nativo en Bolivia, del Viceministerio de Medio Ambiente, identifica a 45 razas de maíz nativo en Bolivia, pero advierte “ser cautelosos” con la clasificación de razas.  Entre los maíces que se cultivan en el valle están: Chucula, Hualtaco y Kajbia,

Los valles interandinos de La Paz, donde está el cantón Italaque, son cuna del maíz con dos variedades: amarillo y blanco, aunque hay una tercera de color plomo que sirve para hacer tostados, explican Juana y Emiliana.

En Italaque se cosecha a inicios de mayo, cuando el tronco de los choclos alcanza una altura y un verdor reconocibles por los cultivadores. El tercer día de ese mes es tradicional cocinar humitas, dice Emiliana. Pasada esa fecha se recoge el maíz, se extiende al sol y se empieza a seleccionar los granos para el consumo, el alimento de gallinas y para las semillas. Estas últimas se extraen de la mitad de la mazorca y deben estar bien secas para que germinen.

Este mismo procedimiento se practica en la comunidad Huatascapa, ubicada a unas dos horas de caminata desde Huayanca y que también pertenece al cantón de Italaque.           

La sequía, la amenaza constante

Los abuelos de Huatascapa dicen que, desde hace ocho años, las lluvias llegan tarde. Antes, las familias sembraban en agosto, pero últimamente deben esperar a las lluvias de septiembre, e incluso esperaron hasta diciembre. 

Hace cinco años que la región de Mocomoco experimenta, al igual que otras de Bolivia, las consecuencias de la crisis climática, con el incremento de calor que ocasiona sequía; por tanto, hay una siembra de maíz retrasada.

El 2023 ha sido considerado el año más seco de la historia, consecuencia de las altas temperaturas y la crisis climática intensificada por el fenómeno de El Niño, con una afectación de 25.143 hectáreas de cultivos en Bolivia.

Una de las virtudes de las terrazas es que son infraestructuras que promueven la conservación de agua y suelos. El agua captada se almacena en la plataforma para que se infiltre. Los abuelos de Huatascapa cuentan que la plataforma de tierra debe estar alineada para evitar la erosión, lo que se cuida como parte de una práctica constante, pues de lo contrario las terrazas quedarían cubiertas. 

Las plagas

En una de las viviendas dispersas por la comunidad vive Juana Luque, productora de 42 años. Este septiembre comenzó a separar los granos grandes de los pequeños, los sanos de los dañados.

Dice que este año les “fue muy mal” en la cosecha, pero no sólo en Huatascapa, sino en todas las comunidades del municipio de Mocomoco. “(La cosecha) sabe ser buena, pero este año, un poquito ha flaqueado”, cuenta Juana.

La razón de la mala cosecha es que aparecieron, como nunca, unos gusanos que cunden en los granos y hacen que se pudra el maíz. “Nunca sabe ser así, a lo que vi. No hay caso de guardar, antes se podía guardar hasta cinco años, ahora no”, dice preocupada.

Reunión de pobladores de la comunidad Huatascata, en septiembre. Fotos: Alexandro Fernández.

Riego hoyo por hoyo

Frente a la falta de lluvias, en Huatascapa optaron por regar a mano los cultivos a fin de ayudar a que germine el maíz. Emiliana describe cómo es que, en cada hoyo para el maíz, pone la tierra abonada y luego echa como una taza de agua.

“Hacemos los hoyitos, alistamos la semilla y la ponemos con abono, y luego echamos con agüita y así es como sale el maíz”, dice Emiliana. 

Bajo la lógica andina del ayni, hoy por ti y mañana por mí, las familias se organizan para la siembra y también para el riego manual de los cultivos de maíz. Gracias a eso es que este año las chacras produjeron “más bonito”.

Pero no se puede hacer nada cuando ingresa una helada. Frente a ese problema, el seguro agrícola universal responde a veces, pero otras no, así que sólo queda “aguantarse”, dice Emiliana.

El inclemente sol es otro problema. Cuando las plantas están “wawitas” (tiernas), dice Emiliana, aparecen las enfermedades o se amarillean y se secan.    

El hijo de Emiliana, Eugenio, explica que hay una forma de riego que se aplica hace tres años, por el que cada socio del proyecto tiene un turno de riego mediante manguera; a cada uno le corresponden dos o tres horas. Esto habría ayudado a mejorar la producción.

Transgénicos, la amenaza

En marzo de 2023, el investigador de la Fundación Tierra, Gonzalo Choque, alertó, tomando en cuenta la declaración de los pequeños y grandes agropecuarios cruceños, que los cultivos de maíz transgénicos están por encima del 70 a 80% en Bolivia y que las semillas no autorizadas se venden y se compran abiertamente.

Esta situación se da pese a que la normativa vigente protege el maíz nativo por tratarse de un recurso de origen nacional. La Ley 300, conocida como Ley Marco de la Madre Tierra y Desarrollo Integral, busca promover un desarrollo sostenible y la preservación del medio ambiente, y la Ley 144 regula la Revolución Productiva Comunitaria Agropecuaria, orientada a la protección de los sistemas agrícolas tradicionales y la diversidad genética, como el maíz nativo.

Las tensiones persisten, sin embargo, debido a la presión para introducir transgénicos, lo que pone en riesgo la biodiversidad y la soberanía alimentaria del país.

Los pobladores de Huayanca recordaron que en 2023 el gobierno central llegó a proponer la introducción de la semilla transgénica, no sólo en esta comunidad, sino en otras donde se cultiva maíz. Era un maíz de grano más grande, “como para animarse, pero en mi manera de pensar no es bueno, preferimos mantener las semillas que tenemos desde los abuelos”, dice Santos Poma.

Eugenio recuerda que lo dicho pasó durante días de crisis porque no llovía, y la “oferta era de semillas de maíz contra la helada y la sequía”.    

Juana Luque también fue testigo de cómo con semillas traídas de Sorata crecieron plantas altas, pero no había semilla.

Un familiar de Emiliana intentó cultivar con maíz de Cochabamba, cuyas chalas son grandes, pero los frutos no fueron buenos. Alguna vez, ella dice haber  escuchado en radio sobre las semillas transgénicas. Sabe que en la población de Uyu Uyu, también en Mocomoco, sembraron una semilla que dio tallo grande, pero carente de granos.

Maíz amarillo expuesto en la ventana de la familia Condori, en Huayanca, Mocomoco. Foto: Alexandro Fernández

Juana relata que alguna vez vio en ferias de otros pueblos los granos de maíz producido en planicie o en pampas y no en terrazas; son grandes, pero de peso bajo.

Los pobladores de Italaque cuidan de muchas formas su maíz nativo: evitan, por ejemplo, usar agroquímicos para combatir plagas. Mateo Tunquipa, el arquiri (secretario de actas) cree que si se usa “qolla” (medicamento/insecticida) se perderá el maíz porque se daña la tierra.

Intercambio de semillas nativas 

Cuando cae la noche de sábado en Huatascapa, los abuelos reunidos alrededor del maíz hablan de la necesidad de cuidar la tierra. Mateo explica en su idioma originario aymara que sus ancestros recomendaban cuidar las terrazas; si se deslizaba tierra, por ejemplo, se debía arreglar minuciosamente el área.

“Si se cuida así, hay producción cada año, si no es a mano, con yunta hay que subir la tierra (nivelar la terraza), así hagamos”, recomienda.

Dice que, de no seguir las sugerencias de los abuelos, la terraza tiende a desplomarse en tiempo de lluvias.

Una vista de montañas con terrazas, en la comunidad Huaycanca. Foto: Alexandro Fernández

El arquiri está consciente de que todo tiene un desgaste, al igual que la tierra que ya está cansada, pero conserva la esperanza de que si se la cuida con abono natural, la gente de Huatascapa tendrá maíz. De esa forma, cada 3 de mayo las familias de ambas comunidades degustarán las humintas, quispiñas elaboradas de maíz molido, una sopa de lawa de choclo y el mote que reemplaza el pan en el desayuno. 

Entre tanto, para Eugenio es importante seguir con el proyecto de la recolección de semillas nativas, para luego intercambiarlas entre las familias y comunidades del cantón de Italaque, a través de la Asociación Multiactiva Agropecuarios Ecológicos Flor de Maíz. Esta agrupa a 15 productores y tiene una infraestructura con tres ambientes, donde se recolecta, almacena y se intercambian las semillas madre.

“Con el maíz hacemos motecito, hacemos pancito, a veces, cuando no hay plata, hacemos trueque con papa, con eso cambiamos”, dice Emiliana, productora y protectora del maíz nativo.

*Esta investigación fue realizada en el marco del Fondo de Apoyo periodístico “Crisis climática 2024”, que impulsan la Plataforma Boliviana Frente al Cambio Climático (PBFCC) y Fundación Para el Periodismo (FPP).


Fotos y videos: Alexandro Fernández.



Aleja Cuevas trabajó como redactora en tres medios impresos: La Prensa, Página Siete y La Razón. Fue ganadora de segundo lugar del Premio de Reportaje sobre Biodiversidad 2011, de Conservación Internacional con el reportaje “La Laguna Colorada agoniza”, publicado en La Prensa.
Aleja Cuevas trabajó como redactora en tres medios impresos: La Prensa, Página Siete y La Razón. Fue ganadora de segundo lugar del Premio de Reportaje sobre Biodiversidad 2011, de Conservación Internacional con el reportaje “La Laguna Colorada agoniza”, publicado en La Prensa.