De la huerta a la cocina: los sabores de la agricultura ecológica en la periferia alteña

Ale Cuevas

Ante la falta de acceso a las hortalizas frescas, las familias que viven en zonas alejadas de El Alto apostaron por huertos para autoconsumo. Mientras tanto, la Alcaldía de esta urbe trabaja en un plan de acción para la seguridad alimentaria, aunque tiene la Ley 018, pero hace 10 años que no cuenta con una reglamentación.

Edición 96. Viernes 04 de agosto de 2023.

Dentro de un muro de ladrillos, el huerto de Isidora Huanca se hizo respetar y mimar en estos 10 años, no solo porque provee alimentos, también porque da felicidad. En una década y media, más de 400 familias de la periferia de El Alto, en medio de un clima frío y seco, se atrevieron a crear microclimas con el fin de cultivar hortalizas para el autoconsumo.

Isidora tiene un esposo, seis hijos, un perro, una tienda y un huerto. Hace 30 años que vive en la zona Germán Busch 1-1-2, distrito 5 de El Alto, en una vivienda propia, porque antes era inquilina en otro barrio.

Un día, una amiga le habló sobre la idea de construir un huerto en el que podía producir verduras ecológicas y dejar de comprar de las ferias productos que tenían pesticidas. Ella y su esposo consolidaron el proyecto con ayuda de la fundación Comunidad y Axión; para ello, era necesario tener una casa propia, como requisito.

Con el huerto, Isidora dejó hacer los viajes a Villa Dolores, donde se concentra el mercado mayor de abastecimiento de hortalizas en El Alto, esta zona cada madrugada de viernes amanece abarrotada de mujeres que llevan productos para comercializarlos en pequeñas ferias zonales.

Isidora Huanca muestra las acelgas recién cosechadas de su huerto. Foto: Aleja Cuevas.

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) menciona que el 55% de la población mundial vive en zonas urbanas y que el 79% de todos los alimentos producidos se destinan al consumo en las ciudades. ¿Pero qué hay de las zonas periurbanas?

Todo comenzó en 2012

Hace 16 años, el 2008, la fundación Comunidad y Axión empezó a trabajar con las familias migrantes de El Alto en la agricultura ecológica, su fundador es Oscar Rea, doctor en Filosofía, y vecino de la zona 1 de Mayo, de la urbe alteña.  

Rea confiesa que desconocía del tema de la agricultura urbana o periurbana, ni tenía técnicos en esa área ni agrónomos, por lo que Axión se apoyó de la FAO para la formación técnica.

Se inició el trabajo con un diagnóstico que reveló que las familias no tenían qué comer, ni empleo, sobre todo, en zonas periféricas de El Alto; ellas buscaban una vida donde sus hijos crezcan sanos y que no les falte alimento.

“Las familias migraron porque el clima cambió, no llueve, incrementa la sequía o llueve demasiado, no tienen oportunidades laborales en el área rural, en otras palabras, hay hambre que expulsa a poblaciones indígenas a las ciudades”, apunta Rea.

El diagnóstico también revela que las familias solo consumen tres verduras de las siete que conocen: cebolla, zanahoria, acelga o zapallo.

La situación empeoró en pandemia, porque el poco ahorro que tenían las familias “se lo comieron” en covid-19. La evaluación que hace Axión indica que las mujeres migrantes se dedican a la venta en las calles como principal actividad económica. Un porcentaje es soltera y tiene hijos, mientras que otra parte tiene pareja y trabaja en empleos eventuales.

Bajo este contexto, Axión comenzó la intervención con la meta de que, en 12 meses, con el trabajo de voluntarios y grupos de familias migrantes, la tierra seca de la periferia alteña albergara huertos con un microclima. Estos debían dar vida a más de 50 variedades de hortalizas, pero también de plantas medicinales y ornamentales.

Mabelina Lima, en la visita al huerto de Primitiva Limachi. Foto. Aleja Cuevas

30 variedades en 24 metros cuadrados

El modelo con el que trabaja Axión es, seis por ocho, es decir, habilitar 24 metros cuadrados para producir 30 variedades de hortalizas. “Si quieres alimentarte bien, tienes que comer variedad, para ello, se tiene que tener disponibilidad”, apunta Rea.

Esta cantidad de verduras, que es lo ideal, es una muestra de que sí se puede producir en un espacio reducido, pero las familias, en la medida que van produciendo, se quedan con 20 o 25 hortalizas y evitan sembrar zapallo porque ocupa mucho lugar.

El apoyo que da Axión es la entrega de material para la construcción del huerto, además de tierra negra, agrofilm y el primer lote de abono y semilla. También capacita en la protección de los plantines de plagas y enfermedades. En las primeras cosechas, Isidora recolectó rábanos, remolacha, acelga, repollo, achojcha, lechuga y tomates, las últimas le llegaban hasta la cintura, presume orgullosa. Dice que perdió la cuenta de la cantidad de producción que realizó en los 24 metros cuadrados.

Transición de Imágenes

Para Blanca Choque, vecina de la zona de San Roque, distrito 7, fue una “salvación” el huerto, porque les proveía de alimentos, mientras tenía paralizado el negocio de la costura debido a la pandemia. “Aquellos días preparaba arroz, chuño y acompañaba con ensalada de verduras”.

Su hija aprendió a preparar tallarines con salsa verde, elaborada a base de espinacas y otras hierbas aromáticas, además de ensalada inglesa a base de repollo morado.

La hija de Isidora, Viviana, también aprendió a elaborar tortilla de brócoli, compotas de zanahoria y frescos de beterraga, gracias al curso de la fundación, que también se lo hace en el primero año.   

Los beneficios de un huerto trascendieron a otras zonas, es así que un vecino de la urbanización Mariscal Santa Cruz, distrito 7 del municipio de Viacha, que colinda con el barrio San Martín y Kiswaras de El Alto, organizó a un grupo para construir huertos.

Ese fue el caso de Primitiva Limachi, que después de tres años de espera, logró obtener su huerto. “No di ni un centavo, la fundación me dio todos los materiales, la contraparte fue la mano de obra”, cuenta mientras sonríe al ver sus hortalizas.

Tras la buena cosecha en su huerto, Primitiva decidió construir otro con su propio dinero, donde los pequeños zapallos, junto a las acelgas y los repollos, intentan resistir el invierno.

Otra vecina de esta urbanización, Mabelina Lima, halló en estos siete años un gusto especial en el cuidado, pero la gran satisfacción es ver en su plato, acelgas salteadas con ajo y otras especies.

Gustavo Lima observa los brotes de sus primeras semillas de hortalizas. Foto: Aleja Cuevas.

“¿En qué te ayudo?”

Según las investigaciones que realizó Axión, para las mujeres, la felicidad es tener casa, trabajo, jardín y ahora que tienen una huerta, es contar con comida a disposición. “Al final dicen que la felicidad está relacionada con seguridad alimentaria”.

Si bien las mujeres son las que más quieren un huerto, los hombres son los que se oponen a construirlo, según ellos demanda tiempo, espacio y plata, pero cuando ven los resultados, preguntan a la esposa: “¿En qué te ayudo?”

Gustavo Laura es la excepción, junto a su esposa Mónica se animó por un huerto. La razón es que la familia no puede acceder fácilmente a las verduras, pues la feria más cercana está en la zona Kiswaras, ubicada a una hora y media de caminata.

En esta zona, el transporte público o vehículo privado no ingresa fácilmente, porque las calles están llenas de zanjas, una medida adoptada por los vecinos ante la inseguridad.

Gustavo invirtió unos Bs 4.000 para la construcción del huerto, sobre el ladrillo hizo un revocado de barro para que genere el calor que necesita el lugar, fueron cuatro meses de trabajo, cuenta. El lugar está listo para trasplantar los plantines a la tierra ya abonada.

Durante los días de visita de La Brava a los huertos, las mujeres se ponen alegres al mostrar los pimentones rojos y verdes, tomates, achojcha, espinacas, remolacha, acelgas, lechugas, árboles frutales como la uva, durazno, manzana e higos.

Las mujeres con las que se habló dicen que el sabor de las hortalizas es diferente a las que compran de las ferias. “Es más rica”, “no es agrio el nabo”, “los ajíes son dulces”, “la acelga es más dulce, no tiene el olor que desprende de la sopa”, “lo que consumo de la huerta es más fresca y rica».

Cada una, como Virginia Cantuta, aprendió a proteger a sus hortalizas de las plagas y enfermedades, en común, hablaron de que el agua de jabón es buena para los pulgones, quemar ají para espantar a los mosquitos o que el riego a las plantas con la segunda agua de jabón hace bien.

Rea cuenta que estas experiencias fueron motivos de estudio de una española que entre sus conclusiones afirma que para las mujeres “el empoderamiento es la liberación y tomó la frase de una de ellas: ‘Ahora puedo comer cuanto quiera, cuando quiera y con quien quiera’. No tienen ingresos, pero tienen una huerta”.

Trueques y ahorros

Entre enero de 2008 y julio de 2023, funcionan 500 huertas ecológicas, en los distritos 4, 5, 7, 8 y 14 de El Alto y el distrito 7 de Viacha.

“Trabajamos un año y las dejamos, no hay acompañamiento, no hay seguimiento, pero siguen funcionando, porque justamente no han ingresado al sistema comercial y porque su huerta les provee de los más importante: alimento”, dice Rea.

Para mayor precisión, entre 2008 y 2022, se han construido 494 huertas familiares y 34 huertos escolares, pero estos últimos no tuvieron buenos resultados, porque durante el descanso pedagógico, el espacio quedaba en el olvido y las plantas morían por inanición.

En esta evaluación de Rea, las familias dejan los huertos porque migran a otros lugares o venden la casa. Él hace un cálculo, existen 400 familias que han dispuesto un espacio de 30 metros cuadrados, lo que hace 12 hectáreas en las que familias aportan con biodiversidad a una ciudad desértica.

Para el investigador, el secreto es trabajar para el autoconsumo, “aliméntate tú y tus hijos”, lo cual no impide que las familias vendan lo que producen, ya sea para pagar los servicios básicos o material escolar. Pero también se activa el trueque, cambian verduras por otro producto como quinua o leche para diversificar la alimentación.

En las charlas, las mujeres cuentan si tienen un poco más, donan a su mamá, a sus hermanos u otro familiar la hortaliza que ha producido más, pero también dan a las personas de escasos recursos.

Victoria Mamani, es del distrito 5 de El Alto, es la famosa Vicky, una de las primeras que postuló para contar con un huerto, en 2008, cuatro años después, sabía todo sobre huertos ecológicos, que le dio el pase para ser técnica en Comunidad y Axión.

Ella no necesita un mapa para ubicar los huertos de las familias. Lo primero que aprendió, dice, es tener cuidado y cariño al huerto, y en ese proceso, uno cambia de actitud y se desestresa.

Al igual que Isidora, Primitiva, Blanca, Mónica, Virginia y Mabelina, Victoria quiso un huerto para tener verdura fresca, de fácil acceso y menos costoso, porque ir a la feria de Villa Dolores, implica pasajes y tiempo, además, no se puede guardar por una semana los productos.

En sus visitas a las familias, Vicky habla de experiencias de trueques, cambiar hortalizas por pan, detergente o leche. Ella recuerda, por ejemplo, que su hijo de cinco años cuidaba mucho a un brócoli, cuando estaba listo para cocinar, prefirió darle a la casera de la tienda, la señora a cambio le entregó helados. “En esa ocasión no gasté en helados”, sonríe.

Blanca Choque muestra sus plantines de páprica.

A Isidora, le demandaba dos horas de ida y vuelta, y una hora de buscar los productos cuando iba a Villa Dolores por verduras, otro era el ajetreo de cargar y trasladar en minibuses, porque tomaba dos líneas, con sus huertos se ahorra tres horas de tiempo.

Blanca, con su huerto, ahorra unos Bs 200 al mes, porque los alimentos no son solo para su familia, sino para los ayudan en el negocio de la costura. Si bien va al mercado zonal es para comprar cebollas y zanahoria.

Otra vecina de Mariscal Santa Cruz, Virginia Cantuta, dice que a la semana ahora Bs 50 y solo compra carne y zapallo.

Según la evaluación de Oscar Rea, las mujeres han disminuido la huella ecológica, no salen a las ferias ni usan el trasporte porque tienen disponibilidad de alimentos en su casa.

Para el investigador, a diferencia del trabajo de las ONG, Iglesia Católica y las cooperaciones que se orientan a una agricultura urbana para la comercialización, lo cual “es un error muy grande”, la Comunidad apuesta por huertos para el consumo familiar.

“No puede ser que algunas instituciones fomenten, que gente sencilla produzca hortalizas orgánicas para venderlas, entonces, cuando dicen, estamos promoviendo la seguridad alimentaria la pregunta es ¿de quién? Si no se comen ellas (familias), de quien es la seguridad alimentaria”, cuestiona. 

La noticia del apoyo que se da a las familias que muestran interés en un huerto llega a los oídos de dirigentes de zonas y de la Alcaldía de El Alto, pero Rea observa su trabajo “Me resisto, porque es ‘figurieti’”.

Una norma que no se aplica

En agosto de 2013, el Concejo Municipal de El Alto aprobó la Ley Municipal 018, de Agricultura Urbana-Periurbana-Rural y Seguridad Alimentaria para el municipio de El Alto; después de 10 años, esta normativa aún no cuenta con un reglamento.

Marco Antonio Calle, director de Agropecuaria y Seguridad Alimentaria de la Alcaldía de El Alto, que asumió el cargo hace tres meses y medio, dice que hay la intención de actualizar la Ley 018, ya que “no tienen parámetros bien establecidos”. Para ello se trabaja en una línea base que incluye reunir toda la información sobre huertos.

Viviana exhibe el plato que preparó y su madre, Isidora, muestra el fresco de beterraga. Foto: Aleja Cuevas.

Además, trabajan en un plan de acción que involucra a instituciones como el centro de Formación y Capacitación para la Participación Ciudadana (Focapasi), Axión y otros que hacen intervención en huertos.

Se prevé que a finales de agosto se tenga una mesa técnica en la que presentará a los actores socioproductivos de los 14 distritos y el anuncio de la construcción de cuatro invernadores modelos tecnificados en distritos rurales y en zonas alejadas, ferias con precio justo.

Según Calle, los reportes del municipio indican que en los alteños “hay un déficit” en el consumo de hortalizas.

Mientras la Alcaldía de El Alto activa recién una política de seguridad alimentaria, Isidora y su hija Viviana preparan unas tortillas de brócoli y zanahoria, acompañadas de chuño y fideo, un fresco de beterraga y de postre, una compota de maicena y zanahoria.

¡Buen provecho!  

El reportaje se elaboró en el marco del Fondo concursable de apoyo a la investigación periodística, enmarcado en periodismo de soluciones (PdS), organizado por la Fundación para el Periodismo con el apoyo de la National Endowment for Democracy (NED).

Foto de portada: Aleja Cuevas

Infografía y videos: Sara Vásquez.


Aleja Cuevas trabajó como redactora en tres medios impresos: La Prensa, Página Siete y La Razón. Fue ganadora de segundo lugar del Premio de Reportaje sobre Biodiversidad 2011, de Conservación Internacional con el reportaje “La Laguna Colorada agoniza”, publicado en La Prensa.
Aleja Cuevas trabajó como redactora en tres medios impresos: La Prensa, Página Siete y La Razón. Fue ganadora de segundo lugar del Premio de Reportaje sobre Biodiversidad 2011, de Conservación Internacional con el reportaje “La Laguna Colorada agoniza”, publicado en La Prensa.