El Bosque Seco Chiquitano, una región con áreas boscosas aún conservadas, tiene una fuerte presión de la expansión del monocultivo, y la comunidad indígena de La Asunta no es el excepción. Año tras año es amenazada por los incendios forestales, pero las y los comunarios del lugar protegen su bosque, el cual, entre otros beneficios, les brinda agua.
Edición 16. Lunes 25 de enero de 2021
Las luchas por el agua pueden durar años y la comunidad de La Asunta lo sabe muy bien. Esta estuvo por lo menos dos décadas intentando acceder a este recurso vital, hasta que sus 36 familias decidieron conservar 1.200 hectáreas de bosque para asegurar la producción del fluido, al cual acceden ahora las 24 horas.
Las señales de esa larga persistencia aparecen desde que se pone un pie en esta comunidad del municipio de San Antonio de Lomerío, de la Tierra Comunitaria de Origen (TCO) Lomerío, en el departamento de Santa Cruz: los tanques de 5.000 litros conectados a los tejados para recoger lluvia, una antigua bomba manual sobre una plataforma de hormigón, piletas públicas, una torre con un contenedor, cilindros de cemento que brotan del suelo como si estuvieran a medio crecer y, dentro de las casas, bidones de plástico en desuso apilados en los rincones.
Esos artefactos dan testimonio de los esfuerzos de todo tipo por acopiar agua, pero no de las penurias para conseguirla.
“En tiempos de sequía, de junio a agosto, de aquí a tres kilómetros era a salir a abastecerse con agua, con (ayuda de) animales y en la mano. Allá nos abastecíamos dos comunidades, alrededor de 60 familias, más de 200 personas. Buscábamos cómo baje el lodo para que podamos consumir el agua…”, recuerda Cándido Vivero, comunario de La Asunta y vicepresidente de la Central de Comunidades Originarias de Lomerío (CICOL).
Para Isabel Charupá, una abuela de 46 años, significaba dormir intranquila por tener que salir de madrugada con sus recipientes.
—¿Cómo era el aseo? —le pregunto.
—Uno se baña, pero color chicha el agua…, se hace ligoso el cuerpo. Lavamos la ropa, curtido como cuero sale, tieso sale, dice, conjugando el verbo en tiempo presente, aunque describa a una realidad ahora superada.
El antiguo atajado le servía a toda la comunidad para lavar la ropa y bañarse, pero el agua para beber y cocinar se obtenía mediante una bomba manual día por medio, previas filas y turnos, y estaba limitada solo a 40 litros por familia. Muchas señoras acudían a alguna vertiente o pozo por algún requerimiento extraordinario.
En sus doce años en La Asunta, a donde llegó por lazos matrimoniales, Agripina Parapaíno también ha guardado en su memoria la costumbre de salir de madrugada, esperar por horas si se secaba la vertiente y ver el enojo de la gente de otra comunidad por llevarse “su agua”.
El desgaste físico es otro hecho resultado de las caminatas bajo el sol y de subir las colinas con el recipiente en la cabeza. Agustina Chuvirú, nacida en San Antonio de Lomerío, el centro poblado más grande de la TCO, dice: “Íbamos a un atajao donde todingos iban y se bañaban, era un atajado comunal; para tomar íbamos a (sacar el agua a) la bombita, hacíamos una cola larga, sacábamos día por medio y de a dos baldecitos”.
En el relato se mezclan todos los recuerdos. Caminar hacia la vertiente, buscar otro manantial, esperar el turno en la bomba de agua, ir a lavar ropa y a bañarse en la laguna, gestionar otra perforación de pozo. La última esperanza seria fue la propuesta de un cura católico que llevó una bomba sumergible a motor eléctrico, pero los altibajos en la tensión terminaron por quemar el sistema y abrir otra temporada de varios meses sin agua. La comunidad no tiene dinero para reponer inmediatamente el aparato fundido.
Un obstáculo para el monocultivo
En el mapa, la zona del agronegocio y monocultivo de la soya se detiene ante las serranías de la TCO Lomerío, territorio de la nación Monkoxi Besiro, de interminables y pequeñas colinas, que ha sido una barrera para el avance de la frontera agrícola en el departamento de Santa Cruz.
Esta región de la Chiquitania está asentada sobre el denominado Escudo Precámbrico que se caracteriza por terrenos rocosos y fácilmente erosionables, por tanto, con suelos clasificados de aptitud forestal y para la ganadería extensiva.
El obstáculo natural para el avance del monocultivo de exportación no solo está en sus serranías con pocas superficies llanas y sus suelos no aptos para la agricultura, sino también en su gobierno indígena que desarrolla una gestión del territorio basada en la conservación de sus bosques.
La comunidad de La Asunta está ubicada precisamente en la ecorregión del Bosque Seco Chiquitano, una región con áreas boscosas aún conservadas, aunque con una fuerte presión de la expansión del monocultivo —tanto por el agronegocio como por los campesinos migrantes que se incorporan a él—, con un intensivo uso del suelo, causante de incendios forestales anuales.
La devastación causada por las quemas en la Chiquitania de 2019 y 2020 afectó a la TCO Lomerío. “Hemos defendido tres casas, estaban a punto de quemarse”, dice Cándido Vivero, sin saber explicar cómo llegó el fuego hasta la comunidad.
La laguna que ahora les provee agua para su consumo fue utilizada en el 2019 para recarga de los helicópteros que atendían el siniestro en otros lugares de la región chiquitana.
El Plan estratégico para la implementación del Plan de Recuperación de zonas afectadas por los incendios en Santa Cruz, elaborado por el Gobierno Autónomo Departamental de Santa Cruz, determinó que 4,2 millones de hectáreas de cuencas fueron afectadas por los incendios. En su valoración, el municipio de San Antonio de Lomerío forma parte de un corredor de refugio potencial de fauna silvestre y fuente natural para la restauración de las áreas quemadas.
Cuidar el bosque para tener agua
La situación de escasez de agua es similar en la mayor parte de las 29 comunidades de la TCO Lomerío. El censo de 2012 reporta que, de 1.146 viviendas en el municipio, solamente 21 tenían agua por cañería y la mayoría (993) la obtenía de pozo o noria; las otras formas de acceder al agua son por vertientes, ríos, acopio de lluvia y otras similares.
En el año 2017, una encuesta aplicada a una decena de poblados le permitió saber al Navegador Indígena, un proyecto ejecutado por el Centro de Estudios Jurídicos e Investigación Social (CEJIS) con ayuda financiera de la Unión Europea, que el acceso al agua era una necesidad urgente. El CEJIS contactó a la Fundación Natura ―que tiene experiencia en 60 municipios en establecer acuerdos recíprocos por agua―, y conversó con las autoridades de la CICOL, que se encargaron de sugerir el trabajo en La Asunta.
La determinación final estuvo en los caciques de la CICOL y en las 36 familias que decidieron proteger 1.200 hectáreas de bosque y poner la mano de obra de sus hombres, mujeres y niños para cavar zanjas en suelo rocoso para tender las cañerías desde el atajado, ubicado a 2,7 kilómetros.
“A eso se debe el nombre de Lomerío, todas son lomas y hay pocas vertientes de agua, pero haciendo una prospección de campo e indagaciones con la gente, encontramos una fuente de agua natural que filtraba buena cantidad de agua y se mantenía durante todo el año, inclusive en época seca. Se hicieron las mediciones de cantidad de agua y el análisis de la calidad. Sí, era (de nivel) permisible para consumo humano”, dice el ingeniero forestal Milton Huayrana, de Fundación Natura.
El diseño del sistema de captación se adecuaba a una bomba de agua con panel solar para extraer el agua, subirla a un tanque en el punto más alto de la comunidad y repartirla desde ahí, por acción de la gravedad, a los grifos instalados en el poblado.
Para garantizar la sostenibilidad de la fuente de agua, los comunarios se comprometieron a no eliminar el bosque alrededor de la laguna, alambrar el área para que el ganado no compacte el terreno o contamine con sus desechos, evitar abrir caminos y evitar habilitar chacos (pequeña agricultura) en la zona.
“Los comunarios no creían en esta técnica, no creían que a partir de conservar el bosque se pueda acceder al agua”, dice Ángela Ágreda, socióloga del CEJIS.
En Fundación Natura explican que “un bosque saludable retiene el agua y permite su infiltración para recargar los acuíferos, a la vez que, al minimizar el impacto de las precipitaciones en el suelo, evita que estos se erosionen”.
Su directora ejecutiva, María Teresa Vargas, lo describe así: “En términos de cantidad de provisión de agua, lo más importante es que el bosque, las raíces y todo el ecosistema tienen el efecto esponja que retiene el agua y (posteriormente) la va largando despacio. Un terreno sin forestación es como una carretera asfaltada, el agua corre y se va, no tiene tiempo para infiltrarse”.
Agripina Parapaíno describe sus repetidas esperas ante una vertiente, lo que da una idea del funcionamiento del suelo y el bosque: “A veces se acababa el agua (del manantial) y teníamos que esperar que vuelva a manar, porque somos varias señoras y tenemos varios hijos, necesitábamos lavar la ropa, y madrugábamos para esperar que mane de vuelta, a veces se llenaba cinco baldes y se secaba el pocito, después le tocaba otro turno a otra señora”.
El proceso de conservar el bosque para obtener agua requiere de un alto nivel de involucramiento de la comunidad. En este caso ha significado conformar un comité de agua para tomar decisiones acerca del cuidado del acuífero, de la distribución del recurso y de las gestiones para el sostenimiento del sistema.
“Ahora tienen un comité de agua que va a hacer un cobro a cada familia, no recuerdo si de 10 o 7 Bolivianos, que no es para ganancia del comité sino para darle mantenimiento y operación al sistema, porque cualquier sistema de agua no es eterno, necesita mantenimiento. Eso lo va a hacer una persona y eso no lo va a hacer gratis, perdiendo su día laboral”, explica Huayrana.
En La Asunta han sido capacitados cinco comunarios en aspectos técnicos para el mantenimiento del sistema. Juan Parapaíno, presidente del comité de agua, da vueltas en su motocicleta al finalizar la tarde en su vigilancia casi diaria del sistema para revisar que no haya palos o crezcan malezas alrededor de la bomba solar, que no haya cañerías rotas, que no se rompa el alambrado, que no haya ingreso de animales al área de recarga hídrica, que se haga la limpieza interna del tanque acumulador y otras tareas.
“Tenemos todos los implementos para potabilizar el agua, pero por falta a veces de coordinación hay un descuido de la parte técnica de poner la pastilla del cloro orgánico, en esa partecita estamos fallando un poquito, pero sí estamos (trabajando) para que sea potable el agüita”, dice Parapaíno.
Nunca era elegible
Además de desarrollar infraestructura, el CEJIS vio que era necesario informar a las familias sobre el proceso de generación del recurso hídrico en su territorio, sobre sus derechos colectivos, el derecho de acceso al agua y las formas de hacer incidencia ante las autoridades estatales.
La experiencia de La Asunta tiene lugar en la TCO Lomerío, de 233.073 hectáreas, que acaba de aprobar sus estatutos autonómicos con el voto de la mayoría de las 29 comunidades del territorio. Y se puede decir que la gestión del agua en este caso es un paso pequeño en la experiencia del autogobierno indígena.
“La comunidad tiene más de 11 mil hectáreas. La tierra es colectiva. Nosotros para usarla tenemos un reglamento interno; nos permite regular, respetar y coordinar cómo usar nuestro suelo. Lo clasificamos para agricultura, ganadería, de reserva para conservar (y) que nadie entre, para manejo forestal, nadie puede intervenir ahí para hacer chaco (agricultura) y otras actividades”, explica Cándido Vivero, acerca de la gestión del territorio que se practica.
Hasta ese momento, La Asunta no había sido calificada como elegible para otros proyectos estatales debido a su escasa población. Cándido Vivero explica: “Más de 5 a 7 años hemos luchado en el POA (Plan Operativo Anual) de la comunidad para el tema del agua, pero el proyecto salía (con un presupuesto de) más de 7 millones de Bolivianos y el municipio no tenía para contrapartear, ni en (el programa) Mi Agua del gobierno nacional, porque para una sola comunidad no era posible, no da el número de habitantes”.
En el año 2018, el municipio de San Antonio de Lomerío inscribió un proyecto de agua potable en el programa Mi Agua V de Bs. 3,5 millones, para ser ejecutado por el Fondo de Inversión Productiva y Social (FPS). A pesar de ello cada barrio de ese centro urbano, el más poblado de la TCO, con cerca de mil habitantes, tiene actualmente la provisión de un día por semana.
Para el proyecto de agua en La Asunta, ubicada a 4 kilómetros de San Antonio o seis minutos en viaje en moto, la inversión fue de Bs. 180 mil, gestionada íntegramente por el CEJIS, para comprar los insumos y materiales, incluida la bomba que funciona a energía solar.
Inmensidad del bosque
La Asunta posee 11.000 hectáreas y, aunque esa superficie puede ser una inmensidad impensable para los campesinos minifundistas de valles y altiplano, la misma se extiende en el bosque seco chiquitano, el cual no tiene una vocación agrícola.
En la TCO Lomerío, no existe el riego y la agricultura de subsistencia espera a las lluvias de temporada. Según el censo agropecuario de 2013, la mayoría de familias (más de 2.000) desarrolla la agricultura en 4,6 mil hectáreas. En cambio, la ganadería y la explotación forestal abarcan juntas unas 50 mil hectáreas.
“Se dice que en la Chiquitania hay de todo, nos dicen que tenemos bastante monte, pero (no se toma en cuenta) toda la deforestación (que) hemos sufrido bastante por la quema’’, explica Cándido Vivero.
El fuego del año 2019 rozó a La Asunta, pero los habitantes no saben cómo llegó hasta ahí puesto que apareció mucho antes de la temporada de chaqueo en la que sus habitantes suelen quemar pequeños espacios para habilitarlos para la siembra.
La capital
En la vida cotidiana de San Antonio de Lomerío destacan sus casas blancas con frisos de motivos vegetales o geométricos, sus flacos perros amistosos, sus tanques de agua de 5.000 litros para recoger la lluvia de los tejados y sus personas caminando con bidones, botellas o baldes para colectar el líquido de alguna fuente natural. El agua escasea.
Las familias cuentan con una conexión de agua domiciliaria, pero el turno es de un día a la semana por barrio. Desde la calle se ven los grifos en los patios con ollas y tarros gigantes para recibir el líquido el día señalado. Así que, si hace falta más agua por alguna necesidad extraordinaria, las mujeres y niños generalmente caminan hasta alguna fuente con botellas, bidones y baldes para abastecerse.
En La Asunta creen que han superado ese problema porque ahora tienen agua las 24 horas y los siete días de la semana. Los testimonios de su actual acceso al agua tienen menos descripciones y detalles porque las conexiones están ahora a pocos pasos de sus viviendas.
Pero sus expectativas están latentes, la CICOL ha repartido semillas de hortalizas y comienzan a producir almácigos en sus pequeños huertos que riegan con el agua del caño.
Ahora, las mujeres sienten el alivio de tener agua a disposición para todas las tareas de cuidado de la casa y los niños. Las comodidades básicas de la ciudad, como tener una ducha o una pileta en la cocina, están entre las expectativas de las amas de casa.
Ahora pueden concentrarse en sus actividades de crianza de animales, el cuidado de sus pequeños hatos de ganado, el cultivo de sus parcelas de plátano, maíz, arroz, yuca o maní, el tallado de artesanías de madera y el tejido de productos artesanales de algodón.
El gobierno boliviano, por su parte, podrá anotar a las familias de La Asunta entre las que acceden al agua para sus estadísticas oficiales, las que actualmente reportan que el 93% de la población en el departamento de Santa Cruz accede a agua mejorada en la vivienda o lote.
Solo Juana Parapaíno, una viuda artesana de 76 años en La Asunta, está insegura acerca de lo que siente como un ultimátum y que no cree poder lograr: “Me dicen que tengo que traer el grifo aquí a mi casa”.
*Esta es una colaboración periodística entre la Red Ambiental de Información (RAI) y el Periódico Digital de Investigación sobre Bolivia (PD-PIEB).