Curichis, bajíos y lagunas rodeaban a la comunidad de Gualaguagua en el municipio de Reyes, Beni, cuando se fundó, en los años 50. Sin embargo, donde una vez hubo abundancia de agua, hoy hay sequía. Los pobladores no sólo reportan escasez sino baja calidad hídrica que obliga a las familias a consumir aguas amarillas, con olor y sabor a fierro.
Edición 144. Lunes, 14 octubre de 2024.
Russell camina junto a su pequeña hermana entre los arbustos rumbo a la pileta de su escuela, tienen sed. Aunque a sus nueve años, la niña de ojos rasgados, melena espesa y nombre original desconoce los problemas de los adultos —la inminente sequía y la mala calidad del agua en su comunidad— sabe bombear agua subterránea con cañería desde que tiene memoria. Lo aprendió en el pozo que cavaron sus padres cuando los bajíos empezaron a secarse, un año antes de que Russell naciera, hace ya una década.
“Saco dos baldes de agua al día y mis hermanos, cinco —dice Russell con su voz fina—. La usamos para bañarnos y para cocinar”.
Gualaguagua es una comunidad del municipio beniano de Reyes, del departamento de Beni, y parte del Área Protegida Municipal (APM) Rhukanrhuka, donde perdura la cultura maropa, cuya lengua está en decrecimiento por ser de tradición oral. Fue creada después de la Revolución de 1952 por 26 familias de “empleados expulsados” de las estancias privadas. Esos fundadores inicialmente llamaron a su territorio San Pablo debido a que uno de los puertos de acceso a este lugar tenía el mismo nombre.
La comunidad nació alrededor de curichis, bajíos y lagunas donde abundaban las plantaciones de caña de azúcar, cuyos derivados se comercializaban. Sin embargo, de aquel paisaje queda muy poco. Mientras se recorre los caminos de tierra, el verdor impacta la vista pero no hay pistas de los cuerpos de agua de los que hablan los pobladores y hasta el humedal, al que llaman Siguapio, está seco bajo el puente roto que es parte del camino. Los pobladores también migraron: de las 60 familias que llegaron a habitar la zona, ahora sólo 20 residen permanentemente.
“No teníamos problemas con el agua, nos abastecíamos de los curichis y nos bañábamos en el bajío frente a esta escuela, porque era hondo y nunca se secaba. Teníamos norias donde había agua que sacábamos para el consumo. Ahora obligadamente hay que cavar pozos y desde agosto hasta diciembre hay que bombear agua porque llueve poco”, recuerda Juan De la Cruz Copri, exdirigente y el comunario más longevo.
Micael Aguirre, jefe técnico de la Secretaría de Desarrollo Humano y Medio Ambiente del Gobierno Autónomo Municipal de Reyes (GAMR), explica a La Brava que la situación de sequía y de mala calidad del agua y que vive Gualaguagua se repite en las otras 63 comunidades de ese municipio, con más fuerza en la zona de las pampas donde están las localidades lejanas a los ríos Beni y Biata.
Aguirre añade que las comunidades de la pampa recurren a los pozos semisurgentes e invierten en las motobombas que operan con combustible. Por ejemplo, en la Unidad Educativa de Gualaguagua, el tanque de agua para el servicio higiénico se llena dos veces al día con la ayuda de una motobomba, lo que implica una erogación monetaria para la población.
Aguirre agrega que una evidencia de la sequía es la Laguna Copaiba, a 12 kilómetros de Reyes, que desde hace años ve mermado su caudal. “Desde entonces nos preguntamos, ¿por qué ciertas lagunas y sitios donde antes la gente iba a bañarse se han visto afectadas?”, lamenta el edil.
El ingeniero ambiental Fernando Averanga, quien trabaja con las 18 comunidades de la APM Rhukanrhuka, cuenta que los pobladores atribuyen la sequía a la disminución de las precipitaciones, es decir, que en los últimos dos años llovió menos. “A menos precipitación, menor recarga de estos cuerpos de agua”, explica.
Se suma la deforestación. Según el reporte de la Fundación Amigos de la Naturaleza (FAN), Beni es el segundo departamento del país con mayor desmonte: entre 1966 y 2022, este departamento registró el 6% de tala con un total de 479.960 hectáreas deforestadas. Ante la falta de árboles, que actúan como esponjas, ya no se puede retener el agua.
También hay otros factores: el cambio climático, las temperaturas elevadas, la ampliación de la mancha urbana y del espacio ganadero y, finalmente, los incendios que azotaron con mayor incidencia en 2023 contribuyen a la sequía en Rhukanrhuka.
Un dato cualitativo que pudo monitorear Averanga es que la opinión generalizada de los pobladores refiere que los cuerpos de agua se están secando en 90%. Del 10% restante “dicen que no están como estaban hasta hace unos años”, resume el también miembro de la Sociedad de Conservación de la Vida Silvestre (WCS por sus siglas en inglés).
El zorro sin bajío
La disminución de las fuentes de agua por la sequía trae consigo la muerte y migración de animales silvestres. Don Juan De la Cruz explica que, en idioma maropa, Gualaguagua significa “bajío del zorro”. Y es que cuando el pueblo nació se podía ver a estos animales bebiendo agua en terrenos bajos donde solía anegarse el agua.
Cuenta que, sin embargo, luego de las graves inundaciones por el desborde del Río Beni en 2011 y de los incendios forestales de 2023 no sólo huyeron los zorros sino también los tatúes, lagartos, jochis, capibaras y monos.
De acuerdo con el reportaje “Bolivia: nueva área protegida albergará especies endémicas y en peligro de extinción” de Mongabay, el área protegida Rhukanrhuka alberga varias especies de fauna con algún grado de vulnerabilidad. Dos especies de monos lucachis —el tití del Beni (Plecturocebus modestus) y el tití de Olalla (Plecturocebus olallae) —están categorizadas como “En Peligro” por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y el Libro Rojo de Vertebrados de Bolivia.
Por otro lado, el Plan de Manejo del APM Rhukanrhuka afirma que cerca de la mitad de las especies de mamíferos en esta zona están en peligro, siendo sus principales amenazas la caza y la destrucción de su hábitat. Se ha reportado en ocasiones extinciones locales de marimonos, londras y chanchos de tropa (Ateles chamek, Pteronura brasiliensis y Tayassu pecari, respetivamente), o declinaciones poblacionales, como en el caso del borochi (Chrysocyon brachyurus).
Entre las especies icónicas de esta área protegida destacan el bufeo (Inia boliviensis) en el río Yacuma, el jaguar (Panthera onca) y el puma (Puma concolor). También se reporta la presencia de primates, como los manechis rojo y negro (Alouatta sara y A. caraya, respectivamente); y de mamíferos grandes, como el ciervo de los pantanos (Blastoceros dichotomus), gama (Ozotoceros bezoarticus), huaso (Mazama americana), urina (Mazama gouazoubira) y anta (Tapirus terrestris).
En cuanto a reptiles, cinco especies se encuentran amenazadas: caimán negro (Melanosuchus niger), lagarto (Caiman yacare), peta de río (Podocnemis unifilis) y anaconda (Eunectes beniensis).
A nivel de peces, se conoce la presencia de especies que son aprovechadas como fuente de alimento, como el surubí (Pimelodidae), pirañas (Serrasalmidae), paiche (Arapaima gigas, especie invasora) entre otras. Se estima que 226 especies de peces habitan la zona que se dividen en 50 especies para el alimento, 118 tienen potencial ornamental y 13 especies sirven para la pesca deportiva.
“El año pasado en tres ocasiones nos afectaron los incendios. Eso fue ahuyentando y sacando a los animales de su hábitat, que empezaron a migrar como lo hace la gente”, asegura el exdirigente de Gualaguagua.
La seguridad alimentaria en riesgo
“El clima está cambiando bastante, hace más calor. Cuando no llueve todo está seco y mis sembradíos se mueren. La sequía me afecta porque mis animales no pueden encontrar agua y debo sacar de mis pozos para darles”, cuenta Rider Negrete de 14 años, cuyo rostro moreno se ilumina con una sonrisa infantil en un cuerpo de adulto, formado por el trabajo que realiza en la tierra de sus padres.
El ingeniero técnico de campo de la Pastoral Social Caritas Reyes, Amadeo Acarapi Cobata, detalla que las familias de Gualaguagua producen maíz, frijol, arroz, yuca, plátano, papaya, cacao, piña y toronjas, tanto para el consumo como para el comercio.
Sin embargo, ante la sequía palpable y los focos de calor que amenazan a la comunidad, este año los pequeños productores perdieron la cosecha de maíz. Sólo la yuca y el frijol pudieron resistir gracias a la agroforestería (que es la acumulación de materia orgánica alrededor de la planta que ayuda al crecimiento y da sombra) y al chaco sin quema. Ambos factores son una alternativa para salvar los sembradíos que sólo se alimentan de riego manual focalizado.
“El año pasado el fuego azotó mi chaco. Fue mi pena porque era tierra fértil con mucho abono, —lamenta doña Marlene Huatía de 36 años frente a un grupo de ambientalistas y periodistas que llegaron a su comunidad para participar del XI Foro Social Panamazónico (Fospa), en junio de este año—. Actualmente, hacemos la siembra directa y el cacao está creciendo. Pero ahora lo que me afecta son los animalitos que vienen a comer mis plantas debido a que no tienen alimento en el monte porque se quemó”.
Según el reporte de la WCS, pobladores de por lo menos 18 comunidades de Reyes que reportan escasez hídrica también enfrentan la sequía alimentaria. “Ya no tienen agua para alimentar a su ganado y eso incide en el fenómeno económico y se incrementan los costos también para los cultivos”, enfatiza Averanga, quien trabaja en alianza con el Gobierno Autónomo Municipal de Reyes.
Agua sabor a contaminación
Nancy es una mujer alteña de cabellera larga y negra quien, debido a la profesión de su esposo, se vio obligada a migrar a la comunidad Gualaguagua junto a sus dos hijos.
“Acá no hay cómo tomar el agua del pozo, sólo usamos para cocinar porque si no se hierve tiene un olor a fierro y un color anaranjado. Por eso, compramos botellones de agua en Reyes”, dice mientras recuerda que en El Alto tenía acceso al agua potable.
Cada botellón con 20 litros de agua de mesa cuesta Bs 15. Nancy compra dos cada semana, prefiere hacer ese gasto para no tomar el líquido que sale del pozo semisurgente con sarro excesivo.
De Reyes a El Alto, los costos del botellón de agua se incrementan; en la urbe alteña tiene un valor de Bs 20. Pero una comparación del servicio del agua revela diferencias abismales: De los más de 321 mil usuarios de El Alto y sus alrededores, el 85% se beneficia con la tarifa solidaria, cuyo costo es de Bs 1,78 por 1.000 litros, que equivalen a cinco turriles de 200 litros. Esto significa que Nancy en Reyes paga 421 veces más por litro de agua de lo que pagaba en la ciudad alteña donde tenía acceso al servicio básico.
Según la clasificación que hicieron los comunarios de Gualaguagua, esta comunidad tiene cuatro tipos de agua: de pozo, dulce, salada y con sarro. Micael Aguirre, jefe técnico de la Secretaría de Desarrollo Humano y Medio Ambiente del GAMR, asegura que la mayoría de las aguas a las que tiene acceso la gente en Reyes es poco consumible debido al olor y al sabor. “En los ríos es muy difícil que se encuentre agua dulce, mayormente el agua que consumen tiene olor a barro, sarro o fierro”, enfatiza.
El ingeniero técnico de Cáritas Reyes, Amadeo Acarapi, agrega que se pueden hallar dos o más tipos de agua en pocos metros. Por ejemplo, el líquido que abastece a dos viviendas separadas solo por 50 metros es distinto: de una bomba domiciliaria puede salir agua dulce para consumir, pero en la segunda el sarro es evidente.
“Cuando uno saca el agua del pozo, sale cristalina, pero cuando la dejas reposar se nota el sarro porque se asienta. El agua es sucia, pero consumimos así no más”, describe Britney Mosqueira de 15 años.
El profesor de primaria, Nolberto Guardia, apunta con el dedo el tanque que distribuye agua para el servicio higiénico de la escuela de Gualaguagua. Es evidente el sarro que parece agrietado en el exterior del envase. “El tanque tiene un aspecto colorado — resalta— ese es el sarro. Pero como no hay otra agua mejorada, los chicos tienen que tomarla igual”.
Guardia afirma que hace una década, en 2014, el Gobierno nacional entregaba filtros de agua; sin embargo, con el paso de los años dejó de enviarlos. Mientras desde la Alcaldía de Reyes admiten que la comuna no realizó estudios de la calidad agua y tampoco hay planes para entregar purificadores.
“Nunca ha venido un especialista para que nos diga si el agua tiene hierro, sarro o si es mala para la salud de los niños — comenta el maestro rural con tristeza —. Hasta cuando lavamos, la ropa blanca se tiñe con el sarro y por más que uno le eche detergente, se queda de ese color”.
Un grupo de ambientalistas que visitó Gualaguagua en el marco del Fospa 2024, en julio pasado, debatió sobre la importancia del estudio y tratamiento del agua en esta comunidad.
Omar Fernández, del Comité de Defensa de las Tierras Agrícolas del Agua y la Madre Tierra (Codetan), remarcó la urgencia de ese análisis ya que si bien los cuerpos de agua de esta zona se generan gracias a las lluvias, en época de inundación el caudal del río Beni, que tiene antecedentes de contaminación por la minería y otros factores, llega a los bajíos y curichis de Gualaguagua. El activista cochabambino apuesta por repoblar los bosques con la vegetación nativa de la región para que los árboles actúen como retenedores de agua.
Ante la mala calidad del agua y la sequía que asola a la comunidad, María Rosario, madre de la pequeña Russell, siente preocupación por sus siete hijos e hijas que toman “agua sucia y ensarrada”. Los comunarios rara vez hierven el líquido, lo que genera propensión a las infecciones estomacales. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el agua contaminada y el saneamiento deficiente contribuyen a la transmisión del cólera, otras enfermedades diarreicas, la disentería, la hepatitis A, la fiebre tifoidea y la poliomielitis.
La herencia natural que rodea a Russell y a sus hermanos está en peligro desde antes que ella naciera. Su salud y seguridad alimentaria son constantemente amenazadas por la sequía. A Juan De la Cruz, el comunario más longevo, le preocupa que los embates climáticos también arrasen con el legado cultural de los maropas: la música, los tejidos, la ropa y la ornamentación. Teme que el número de familias se siga reduciendo por la migración debido a la falta de políticas contra el déficit hídrico que provoca un futuro incierto para Gualaguagua.