Incendios en la Amazonía dejan un bosque devastado, escasez de alimentos e indígenas atemorizados

Karen Gil

Los efectos de las quemas en el bosque amazónico del norte de La Paz, que arrasaron la zona entre septiembre y diciembre de 2023, amenazan la subsistencia de las comunidades tacanas. El ecosistema está en desequilibrio, los recursos económicos se han perdido, las plagas se multiplican, la salud y la educación de la niñez están en riesgo. Mientras estas amenazas se agudizan, la atención estatal llega de forma lenta y precaria.

Edición 119. Jueves 14 de marzo de 2024.

Camilo González camina entre los restos de un platanal y de plantaciones de yuca, productos que había sembrado a mediados del año pasado. En medio del bosque de la comunidad tacana Buena Vista, ubicada en la Amazonía paceña, lo que queda de los cultivos se entremezcla con árboles en cuyos troncos lucen costras blancas y secas ramas sin hojas. El fuego ha dejado sus huellas. 

“Tenía árboles maderables y mandarinas; todo se ha quemado. Yo de aquí sacaba y despulpaba los copoazúes para la venta; ahora apenas hay unos dos (árboles)”, dice Camilo, productor y actual corregidor de Buena Vista, municipio de San Buenaventura.

A cada paso que da señala las pérdidas en su chaco: un enorme árbol de motacú y otros de mara, por ejemplo. Estos gigantes de 14 y 20 metros de altura, cuyos frutos o madera aprovechaba el productor, ahora están secos. 

Cerca de los árboles se cultivaba maíz, arroz, plátano, yuca y frijoles, alimentos destinados principalmente al autoconsumo, salvo los excedentes, destinados a la venta. Ésta es la práctica cotidiana de los habitantes del Territorio Indígena Tacana, donde se combina la agricultura a pequeña escala con el aprovechamiento forestal.

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Don Camilo camina en medio de los pastizales, rodeados de árboles quemados. Foto: Arnaldo Muiba.

Los incendios que azotaron el norte de La Paz y el oeste de Beni entre septiembre y diciembre de 2023 acabaron con gran parte de los sembradíos. La comunidad apeló a las pocas reservas de semillas y, gracias a ello, a tres meses de los incendios, las parcelas comienzan a mostrar signos de nuevos cultivos. 

“Muy pronto vamos a tener plátano nuevamente”, dice un esperanzado Camilo. Y cómo no estarlo, si la respuesta de la naturaleza parece lo único que va a permitir que los indígenas, y también el sector de los interculturales, logren superar lo que ha dañado el fuego.

“Hasta las raíces ardieron”

Los medios de comunicación difundieron algunas imágenes de los incendios en la Amazonía, pero lo que se mostró en la televisión o en las redes sociales es apenas la superficie que no alcanza para entender lo que vivieron los indígenas de las comunidades del Territorio Indígena Tacana. Éstas se encuentran ubicadas a lo largo de la carretera que conecta los municipios de San Buenaventura e Ixiamas, precisamente donde arreció el fuego.

“Todo estaba quemado”, resume lo vivido la comunaria Mayra Cartagena, quien acompaña a Camilo. “Hasta las raíces ardían. Mientras estábamos apagando un lugar, veíamos que en otro lado ya estaba ardiendo. El fuego era totalmente incontrolable”.

Personas de todas las edades se esforzaron por extinguir los incendios; incluso los niños ayudaron a llenar turriles con agua mientras los comunarios creaban contrafuegos eliminando la vegetación que pudiese servir de combustible.  Los esfuerzos resultaron insuficientes ante la persistencia de las llamas que se abrieron paso incluso sobre arroyos y vertientes.

Mayra describe los esfuerzos: “Con las mochilas (forestales), bidones, ollas, con todo lo que teníamos en nuestros hogares hemos hecho frente al fuego, pero no hemos podido detenerlo”.

El fuego no se detuvo, a pesar de que unas 400 personas, entre voluntarios, guardaparques, soldados y bomberos, trataron de sofocarlo. En pocos minutos, el viento empujaba las llamas incluso hasta serranías inalcanzables.

Al final, tan implacable fue el incendio, y tan asfixiante el humo, que muchas  familias tuvieron que ser evacuadas.

El fuego se irradiaba por varios puntos del bosque. Foto: Luis Salazar.

Datos municipales preliminares indican que 1.500 familias son las afectadas en San Buenaventura, y que los daños alcanzan las 50.000 hectáreas, entre bosque y áreas de cultivo.

De las comunidades tacanas ubicadas en el sector, el Consejo Indígena del Pueblo Tacana (CIPTA) dice que las más aquejadas son Buena Vista, Bella Altura, Capaina Bajo, Altamarani, Tres Hermanos y Tumupasa. También se reportaron daños en la comunidad indígena de San José de Uchupiamonas, situada en el Parque Nacional Madidi.

La Brava visitó cuatro comunidades tacanas para recoger su testimonio. Los comunarios coinciden en afirmar que es la primera vez que se encontraron  en medio de un incendio de tal magnitud, pues, aunque en la zona se acostumbraba a hacer chaqueos, éstos siempre fueron puntuales y se apagaban pronto.

Según los datos del Sistema de Información y Monitoreo de Bosques del Ministerio de Medio Ambiente y Agua, de septiembre a diciembre de 2023 hubo 13.461 focos de calor en Ixiamas y San Buenaventura, muchos más de los 2.983 del mismo periodo de 2022.

La Paz se ubicó así como el tercer departamento con más áreas siniestradas de Bolivia, con 306.440 hectáreas, según información del Ministerio de Defensa, difundida en diciembre de 2023. Tal cifra lo sitúa después de Beni, donde se registraron 1.908.797 hectáreas afectadas, y Santa Cruz, con 989.344 hectáreas destruidas por el fuego. 

Un análisis de la Fundación Tierra resalta que en el corredor preamazónico entre La Paz y Beni, los incendios arrasaron 51.706 hectáreas con 23.927 focos de calor, un incremento del 389% respecto a 2022, con consecuencias nefastas para la fauna y flora del lugar.

Debido a la cantidad de focos de calor y su gran magnitud, el agua no fue suficiente para sofocarlos. Foto: Luis Salazar.

Comunarios, guardaparques, autoridades y especialistas en la materia coinciden en que la propagación del fuego se debió a la intensa sequía registrada al menos desde julio. Esa condición hizo que árboles y plantas, que habían perdido humedad, quedasen vulnerables ante los chaqueos, con el añadido de fuertes vientos que empeoraron la situación.

Calaminas esparcidas por el suelo y algunos escombros son los rastros de cuatro viviendas que sucumbieron al fuego en Buena Vista. Camilo apunta en una dirección y dice que ahí vivía una familia que fue sorprendida por la noche; “las personas se escaparon como pudieron, pero se quemaron sus pollos y patos”.

Otras casas más ardieron en el área de cultivos; de hecho, los comunarios calculan la pérdida de 2.000 hectáreas de parcelas agrícolas, lo que ha dejado a las 70 familias en el desamparo.

“Hay días que no se tiene qué comer”

Delmira prepara la carne de un animal silvestre, después de meses en que no fue posible hacerlo. Foto: Karen Gil.

A más de dos meses de las quemas, los indígenas sienten el rigor de la pérdida de sus cultivos. En sus cocinas ya no disponen de los alimentos que suelen cosechar, y tampoco tienen el dinero que les genera la venta de los excedentes y que les permite adquirir otros productos.

“Hay días en que no hay (alimentos), cómo les vamos a dar (de comer) a los niños. Como mamás tenemos que buscar aunque sea un plátano para sancocharlo (hervirlo). A veces no hay nada que comer, no hay nada que echar a la olla”, cuenta Delmira Mamío, presidenta de la Organización Territorial de Base de Bella Altura.

Esa comunidad habitada por 56 familias está a pocos minutos de la carretera y a 40 minutos del centro de San Buenaventura. Al igual que las otras afectadas, sufre inseguridad alimentaria.

Tener seguridad, dice el secretario de Tierra y Territorio del CIPTA, Hernán Nay, quiere decir poder nutrirse gracias a la accesibilidad física a alimentos y a recursos para adquirirlos; pero “no hay esto en las comunidades indígenas tacanas”.

Los inventarios de Impactos de Eventos Climáticos —como parte del proyecto de Restitución del Bosque y Agroforestería para la Soberanía y Seguridad Alimentaria de Comunidades Indígenas afectadas por los incendios de octubre y noviembre de 2023 en el municipio de San Buenaventura (La Paz)— muestran que la alimentación de los indígenas se basa en productos cultivados en sus parcelas y en otros que obtienen del bosque.

A través de encuestas aplicadas a 122 familias de seis comunidades indígenas de la zona (cinco tacanas y una uchupiamona), el inventario identificó 54 tipos de alimentos agrícolas como parte de la dieta de la población local, entre cereales, frutas, hortalizas, legumbres y tubérculos. La alimentación se complementa con proteínas de las carnes de alrededor de 20 tipos de animales de monte y 20 tipos de peces.

Esa investigación —impulsada por la Plataforma Boliviana Frente al Cambio Climático con el Fondo Oportunidades y coordinada por Marielle Cauthin— detectó que a causa de los incendios se perdieron al menos 42 tipos de cultivos, principalmente de plátano, maíz, yuca y cacao. 

Dicha pérdida se suma a una anterior ocasionada por la sequía extrema que afectó a toda la macrozona de la Amazonía (que implica a ocho países). Según los datos, el fenómeno impactó en 40 tipos de alimentos que formaban parte de la despensa de los comunarios.

La situación se agrava por la pérdida de animales que murieron por efectos de la sequía o de los incendios. Los sobrevivientes se adentraron en el bosque profundo, y los que se logran hallar están delgados y debilitados.

A ello hay que sumar la mala calidad del agua, pues muchas de las tomas fueron contaminadas por las cenizas o se evaporaron por el fuego. 

Las consecuencias en la salud de los comunarios son evidentes, como describe Santos Chamaro, encargado del Centro de Salud Buenavista —que atiende cinco comunidades tacanas—, pues suben los casos de desnutrición y de diarreas.  

Una manera de superar los momentos difíciles es la solidaridad, como prueba la distribución de la carne de un animal de monte que el hermano de la dirigenta Delmira había logrado cazar y que llegó a todas las familias de su comunidad.

“Los ingresos económicos se han reducido”

Frutos de la chonta, totalmente quemados. Foto: Luis Salazar. 

Cuando Aizar Terrazas vio florecer sus plantas de café estaba seguro de que su segunda cosecha, prevista para febrero de 2024, sería generosa. En la primera había reunido tres quintales, y esta vez esperaba obtener unas 10, lo que representaría “buena platita”. La llegada de los incendios a Tumupasa, capital de la Tierra Comunitaria de Origen (TCO) Tacana I, acabó con sus planes.

“Los últimos cuatro días de fuego y viento han sido terribles. Hasta antes, mi cafecito parecía estar a salvo, pero una noche el fuego lo atacó”, se queja Aizar, productor de café ecológico de Tumupasa, población ubicada a dos horas de San Buenaventura. 

Él y otros vecinos de la zona se dedican a la producción de café gracias a un proyecto que hace siete años comenzó a aplicar el gobierno nacional. Con el objetivo de revitalizar la tradición cafetera, se realizaron esfuerzos para introducir plantines que hace cuatro años comenzaron a dar frutos. Lo cosechado era vendido a acopiadores que llegaban de Caranavi, municipio ubicado a 315 kilómetros de distancia y uno de los principales proveedores nacionales de este grano.

Las ganancias de la nueva cosecha de Aizar iban a ser para la compra de alimentos que él no produce, como aceite y azúcar, y para la educación superior de su hija, entre otras necesidades.

Al igual que en otras comunidades, el fuego afectó los chacos cercanos al área urbana, pero principalmente se propagó a las zonas forestales donde, a través de un plan de manejo, hoy una extensión considerable de hectáreas destinadas a cultivos o aprovechamiento forestal. Estas últimas se encuentran a varios kilómetros de distancia de las comunidades, lo que dificultó una respuesta rápida ante los incendios.

En muchas de las comunidades tacanas se practican actividades agroforestales que consisten en combinar la agricultura con la utilización sostenible de los recursos del bosque. Cuando el fuego se descontroló, los sembradíos ardieron lo mismo que las zonas forestales de aprovechamiento. Como éstas se encuentran a muchos kilómetros de distancia de las comunidades, fue imposible actuar a tiempo para salvarlas.

De acuerdo con el inventario ya mencionado, de las 122 familias encuestadas, 94 transforman alimentos en 13 tipos de productos. Con ese trabajo —ya sea procedente de la agricultura o del aprovechamiento sostenible del bosque— se garantiza el autoconsumo, pero también se generan recursos por la venta. 

Una de estas iniciativas de transformación está liderada por 10 mujeres en Tres Hermanos, comunidad ubicada entre Bella Altura y Tumupasa. Allí, las mujeres usan los frutos del bosque, por ejemplo el motacú, para elaborar jabones de tocador y medicinales. Antes de los incendios, la iniciativa marchaba muy bien, los hoteles de Rurrenabaque, municipio vecino dedicado al turismo, adquirían sus productos, además de que ya llegaban pedidos de otras ciudades.

“Todo esto se nos ha quemado. Por ejemplo, no hay más la materia prima del jabón que es (la semilla) de la chonta”, relata Rufina Porcel, mientras camina entre los árboles de chonta y motacú que muestran sus hojas secas. Lo mismo ocurre con la totalidad de las 14 hectáreas donde crecen estas  palmeras y la mitad de otra área de similar dimensión.

Rufina Porcel camina en medio de los árboles quemados de motacúes y chontas, de los que ya no es posible aprovechar frutos y semillas para elaborar jabones. Foto: Luis Salazar.

Otros artesanos padecen igualmente, como los de Bella Altura, donde el 90% de los pobladores se dedicaba a convertir semillas y cortezas en collares, o tallaba platos, cucharones y adornos de madera. 

El plan de manejo que permite trabajar con la chonta y con otras especies arbóreas implica un área que está a 18 kilómetros de distancia. El 60% de las 10 mil hectáreas quedó devastado, cuantifica la comunidad. 

Una devastación que ha costado aceptar. Cuando el incendio se apagó, “fuimos a buscar madera dura para las artesanías, pero sólo hallamos árboles caídos y quemados; ha sido muy fuerte”, cuenta Darío Mamío, tallador de madera y excorregidor de Bella Altura. 

La educación de la niñez se ve afectada también. Sin dinero para comprar útiles y uniformes, muchas familias optaron por no mandar a sus hijos a la escuela este año. “No estamos bien”, concluye Marcos Marupa, artesano y cacique de la comunidad, “los ingresos económicos se han reducido”. 

La ayuda llega a cuentagotas

Los comunarios con los que habló La Brava coinciden en que hasta el momento, muy entrado ya el año 2024, no recibieron una ayuda integral de ninguno de los niveles del Estado. “Hemos mandado videos, hemos hecho carpetas para uno y otro lado; información de aquí, de allá y ninguna de las autoridades viene con una respuesta”, reclama Darío Mamío, quien se encargó, cuando fungió como corregidor, de tocar varias puertas estatales junto con el CIPTA.

El alcalde de San Buenaventura, Luis Alberto Alípaz, dice que ha solicitado ayuda desde el momento en que se sintió la sequía, pues los recursos propios no alcanzan. Explica que se declaró emergencia y luego desastre para enfrentar la crisis. “El Viceministerio de Defensa Civil trajo algo (de víveres), pero sólo para la olla común de los bomberos voluntarios (…) y la Gobernación (dio) alguito de herramientas; no pudo hacer mucho más, (ayudó también) para los albergues de animales (silvestres)”.

Las brigadas de emergencia durante los incendios se trasladaron en bote por el río Beni. Foto: William Ojopi.

Un apoyo puntual para las comunidades tacanas más afectadas por los incendios fue la dotación de semillas de ciclo corto de parte de la organización no gubernamental Soluciones Prácticas. Están plantadas, pero se requiere tiempo para lograr la cosecha.

La ayuda gubernamental “llega a cuentagotas” y con retraso, coinciden los comunarios. Por ejemplo, después de las gestiones del CIPTA, el Viceministerio de Defensa Civil (Videci) envió recién en febrero varios quintales de semillas de maíz y luego de arroz para las comunidades interculturales y las indígenas. Esta ayuda fue remitida a la Alcaldía, que tardó casi un mes en entregar las semillas a la organización indígena para su distribución entre las comunidades, lo que se espera que ocurra en los próximos días.

Según Alipaz, el Viceministerio de Defensa Civil ya inició los trámites para reponer las cuatro viviendas de Buenavista, aunque en el documento de Reporte Nacional de Afectación por Incendios 2024 del Videci, actualizado al 6 marzo, se reconoce que se perdieron nueve casas en ese municipio. Esta cartera –según Nay– habría, asimismo, mandado una comisión a Altamarani y San Silvestre para cavar dos pozos de agua.

El Municipio de La Paz y las poblaciones de Rurrenabaque y San Buenaventura hicieron llegar aportes a los indígenas. La gran ausente es la Gobernación de La Paz. A pesar de las difíciles circunstancias que vivían las comunidades del norte de La Paz por los incendios, el gobernador Santos Quispe descartó la declaración de desastre departamental, medida que habría facilitado que otras instancias colaboren.

La autoridad dijo que la Gobernación contaba con un presupuesto reformulado de más de 9 millones de bolivianos para la atención de emergencias en todo el departamento; sin embargo, los indígenas expresan que no sintieron la ayuda, y que se requería apoyo de otras instancias, algo que no se obtuvo porque no hubo la declaración de emergencia. 

Para la asambleísta paceña de Somos Pueblo y miembro de la Comisión de Desarrollo Productivo Samantha Coronado, la Gobernación no fue eficiente durante las quemas y carece de un plan de acción inmediata postincendios, ya que tampoco cuenta con el presupuesto para ello dentro del Plan Operativo Anual (POA) de este año.

Para sofocar el fuego se pidió la participación de voluntarios, pues los bomberos y guarda parques nos de daba abasto. Foto: William Ojopi.

Según el informe que el Ejecutivo le hizo llegar a la asambleísta a fines de 2023, la Gobernación ejecutó el 80% de los 9 millones de bolivianos, recursos que se habrían destinado, principalmente, a la compra de herramientas como palas y picotas, colchones y alimentos que duraron pocos días.

Israel Alanoca, también asambleísta de Somos Pueblo, resalta que en el presupuesto 2023 para la atención de sequías, incendios y otros fenómenos naturales se previeron 3.500 millones de bolivianos, pese a que en el plan de contingencia la Gobernación requería 13.484 millones, de manera que éste no pudo ejecutarse a plenitud. Estos datos se conocieron en la respuesta de la Petición de Informe a la Unidad de Gestión del Riesgo (UGR), en octubre del año pasado.

Otro elemento cuestionado por el asambleísta es que hasta octubre la Gobernación sólo coordinó con 10 comunidades, entre las que no se encuentra San Buenaventura. La causa, a decir del secretario departamental de los Derechos de la Madre Tierra, Luis Salcedo, es que «San Buenaventura no viabiliza nada”.

Alanoca recuerda que, a pesar de que en octubre la Gobernación no quiso declarar emergencia por los incendios, ya en junio se había promulgado el Decreto Departamental 159 que dispone la «Declaratoria de situación de emergencia por la presencia inminente del fenómeno del Niño». Esa medida está en vigencia y tiene en cuenta las afectaciones por los incendios. “El incumplimiento  hará que en el futuro el señor Santos Quispe enfrente un proceso penal por incumplimiento de deberes. Nosotros hemos enviado otra petición de informe escrito para que explique de qué forma se ha materializado este decreto, pero a más de un mes no nos responde”.

La Brava intentó hablar al respecto, sin éxito, con el responsable de la dirección de Gestión de Riesgos y Atención de Desastres de La Paz. 

“El bosque está desequilibrado”

Árboles quemados en el bosque de Tres Hermanos. Foto: Luis Salazar.

Los comunarios tacanas con los que se habló para este reportaje se refieren, invariablemente, al recordar los cuatro meses de incendios, al sufrimiento de los animales silvestres. 

Los testimonios, sin embargo, probablemente no reflejan todo el daño causado contra la fauna que habita el vasto bosque. 

La Secretaría Departamental de los Derechos de la Madre Tierra rescató 35 animales silvestres y encontró a otros tantos muertos, como ejemplares de osos perezosos, ardillas, serpientes y tortugas terrestres. Mediante un relevamiento de las áreas quemadas de San Buenaventura y Palos Blancos, estimó que, entre octubre y noviembre, perecieron alrededor de 600 mil animales, desde anfibios pequeños hasta mamíferos grandes. 

Los animales silvestres también fueron afectados por las quemas. Foto: Luis Salazar.

El relevamiento, a partir de inspecciones in situ y el análisis de imágenes satelitales, también constató que, en esos municipios del norte de La Paz, se perdieron un total de 114.871 hectáreas de área boscosa. 

De dicha superficie, 66.732 hectáreas corresponden a bosques caracterizados por la presencia de árboles con copas altas, y 48.139 hectáreas a sotobosques formados por vegetación que crece bajo el dosel del bosque, incluidos arbustos y plantas bajas.

“Se quemaron especies forestales valiosas para la recarga hídrica, los que mitigan el desequilibrio del ciclo hidrológico en tiempos de sequía: tajibo, cedro, quina quina, huasicucho, manzano del monte, majo, motacú, almendrillo, bibosi, mapajo, ochoó, serebó, palo maría y yesquero”, establece el relevamiento al que accedió La Brava.

Es posible que muchas más especies fuesen afectadas en el bosque ubicado entre Ixiamas y San Buenaventura, pues, pese a que no se cuenta con un inventario de la fauna del lugar, especialistas en la materia afirman que alberga una gran biodiversidad.

Alfredo Fuentes —investigador asociado del Jardín Botánico de Missouri y del Herbario Nacional de Bolivia— explica que, al tratarse de un piedemonte amazónico, éste tiene una concentración de plantas endémicas o nativas. Resalta que es una de las zonas más amenazadas por las actividades humanas debido a que no se inunda y tiene buenos suelos. Y, como presenta bosques estacionales con periodos secos marcados, es susceptible al fuego. 

Por ese motivo, y por la sequía prolongada del año pasado, las llamas arrasaron lo profundo de las áreas boscosas, tanto en la parte baja como en las serranías, habiendo alcanzado los ojos de agua.

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Los focos de calor llegaron a las serranías. Foto: William Ojopi.

Este ecosistema está formado por dos tipos de bosque: el maduro y el secundario. El primero ha sido poco intervenido por la actividad humana y, si bien es difícil calcular la edad de los árboles, los especialistas creen que superan los 200 años. El bosque secundario se caracteriza por los resurgimientos en áreas que antes fueron ocupadas para agricultura o tala y cuya conservación es también importante. 

“El fuego tiene unas consecuencias devastadoras en estos ecosistemas amazónicos, sobre todo si afecta al bosque primario”, afirma Fuentes, pues “desaparece mucha de la diversidad debido a que no está acostumbrada a perturbaciones tan severas”.

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Humo dentro del Parque Nacional Madidi, en el lado de San Buenaventura. Foto: Luis Salazar.

Según Silvia Gallegos —doctora en recursos naturales y especialista en bosques montanos quemados—, aunque la cobertura boscosa puede recuperarse en aproximadamente 50 años, se estima que se necesitarán alrededor de 400 para que los daños se reviertan por completo y que el área obtenga de nuevo sus características de madurez con todos los beneficios ambientales consecuentes.

Ariely Palabral —bióloga con experiencia en educación para la conservación— prevé repercusiones negativas a nivel local a causa de la pérdida de humedad y de fuentes de agua. La ausencia de árboles provocará la disminución de caudales en vertientes y se irán perdiendo especies botánicas. Es fácil deducir que el suministro de agua para las comunidades se reducirá también.

De hecho, desde que cesaron los incendios los tacanas experimentan la disminución de la cantidad de agua en las fuentes naturales e incluso la desaparición de éstas.

Las lluvias, que podrían representar la esperanza, se verán afectadas también y no sólo en la región amazónica. Palabral explica que los bosques húmedos desempeñan un papel crucial en el ciclo que debe beneficiar también a la parte andina. La experta destaca que el viento transporta las nubes que se forman sobre los bosques, lo que permite que la precipitación alcance un área mayor.

“Los árboles están todo el tiempo succionando el agua que tienen en sus raíces y van sacándola por las hojas, y por ese proceso llega a las nubes. Si perdemos el bosque, estamos perdiendo también una función muy importante y crucial para nosotros, mucho más en tiempos de cambio climático, como es (la generación de) agua”, alerta la especialista.

Los chaqueos combinados con el cambio climático, aseguran los expertos, tienen como resultado el incremento de la temperatura. Al respecto, Gallegos explica que “se ha predicho que muchos de estos lugares se van a volver sabanas, es decir, áreas de pastizales, por lo que el clima va a cambiar”, con el riesgo de la pérdida irreversible de los pulmones de la tierra.

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Antes el bosque tenía la capacidad de autorregenerarse gracias a las semillas, pero ahora también están quemadas. Foto: Luis Salazar.

Los entrevistados recomiendan restaurar esos ecosistemas con especies propias del lugar, ya que después del fuego suelen aparecer especies colonizadoras, como hierbas y pastos, que son más vulnerables al fuego. 

En ese contexto, Salcedo, secretario departamental de los Derechos de la Madre Tierra, destaca que se está reforestando en la zona de Palos Blancos —con 2.500 plantines en un área de acuíferos—, esfuerzos  que no se estarían haciendo en Buenaventura debido a la falta de solicitud por parte de la Alcaldía y a la escasa coordinación existente. 

De todas maneras, informa, en septiembre del año pasado se habrían entregado a ese municipio siete kilogramos de semillas arbóreas.

“El gusano arrasa con las plantaciones”

Mientras Camilo recorre sus parcelas en Buena Vista, señala los rastros de pastos que sembró luego de los incendios para alimentar al ganado. No crecieron, pues unos gusanos de poco más de un centímetro se comieron el producto.  “Esos gusanos han venido después del incendio. Es la primera vez que han venido”, asegura.

Esa percepción es compartida por todos los indígenas consultados, quienes apuntan a esos gusanos de pastizales como causantes de la pérdida de sus sembradíos. 

Pero hay más plagas que atacan el maíz y el arroz y, ya desde el tiempo de sequía, gusanos “ojos de pollo” que se ensañan con los cafetales como las hormigas hacen con otras de las plantas. 

Alcides Serato, productor de chocolate de Tumupasa, cuenta que desde principios de este año su cultivo de cacao es afectado por la “escoba de brujas”, un insecto que absorbe el jugo de la planta y, con él, la energía, lo que provoca que las mazorcas se vuelvan negras. Antes “no había mucho, se podía controlar y la planta producía, pero ahora la plaga se ha descontrolado. En la selva también está; no había visto que le afectara, pero ahora sí. Debe ser por el fuego”, deduce el agricultor.

Los inventarios de Impactos de Eventos Climáticos también identificaron que al menos 29 tipos de alimentos se dañaron por las plagas. Los más afectados son el maíz, el arroz, la yuca y el plátano, productos básicos en la canasta familiar tacana.

Para la especialista Gallegos, las plagas tienen una explicación relacionada con los efectos del cambio climático, pero también con las perturbaciones que sufren los bosques. Los incendios han alterado la estructura del paisaje, lo que impacta tanto en la flora como en la fauna. La disminución o desaparición de animales depredadores de gusanos y de otros insectos, como consecuencia de los incendios y otras actividades humanas que impactan en su hábitat, explicaría las plagas.

“Hay un desequilibrio en el ecosistema. Esto es causado por la tala indiscriminada, las sequías, las inundaciones, los incendios. Todo eso va a causar desequilibrios” mayores, pronostica Gallegos.

Fuentes, el especialista botánico, recomienda la producción de variedades que sean más resistentes a esas plagas y una forma de hacerlo es apelar a los recursos genéticos de los parientes silvestres de los cultivos. Por ejemplo, apunta, en el parque Madidi hay poblaciones silvestres del cacao que son mucho más resistentes.

El miedo ante lo incierto 

Comunario intenta sofocar el fuego con la poca agua que tenía. Foto: Luis Salazar.

Trauma y miedo son sentimientos que coinciden en manifestar los tacanas. Ver el bosque arder y sentir cómo el fuego rodeaba sus comunidades los ha impactado, sobre todo a niños y niñas. La presidenta de la organización de mujeres de la comunidad Tres Hermanos, Mariela Chipunavi, cuenta que los primeros días que fueron a ver cómo había quedado el bosque, sus hijos lloraban y les apenaba ver las cenizas de las plantas que ellos mismos habían ayudado a sembrar.

Las consecuencias, pues, son muchas y graves. Están las visibles y las previsibles, pero también están  aquellas que guardan las personas y que afectan su cotidiano vivir. 

Mariela Chupinavi, productora de jabón con frutos de bosque. Foto: Rafael Acuña.

Durante la reunión del CIPTA con las poblaciones cercanas a San Buenaventura, los habitantes solicitaron algún tipo de apoyo para hacer frente a esas emociones.

El miedo los invade y por partida doble porque creen que este año los incendios serán aún más dañinos que los de 2023 y que, por su parte, no podrán chaquear sus parcelas de autoconsumo ante la posibilidad de que se les inicien procesos judiciales.

“Nosotros somos indígenas, vivimos del chaco. Qué va a pasar. Si no vamos a poder chaquear, de qué vamos a vivir; por lo menos tenemos que sembrar para la familia, aunque no sea para vender”, expresa su preocupación Alba Duval, comunaria de Buenaventura.

El chaqueo es una práctica de larga data entre las comunidades indígenas; es el sistema de limpieza rápida y barata de la parcela mediante la quema. De lo contrario, se requeriría de maquinaria que no está al alcance de los comunarios.

Silvia Gallegos, especialista en quemas y bosques montanos explica que la práctica debe llevarse a cabo de manera controlada y bajo ciertas condiciones específicas: de noche, con poco viento, baja sequedad del ambiente y preferiblemente acompañada de lluvia.

Durante los incendios se habló mucho de fuego provocado por algunas personas, que desafiaron incluso las prohibiciones. Los mismos indígenas dicen haber encontrado a gente ajena a la comunidad tratando de prender fuego, pero no tienen pruebas claras.

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El paisaje del bosque que rodea a Tres Hermanos ya no es el mismo, los árboles quemados se imponen. Foto: Luis Salazar.

La Autoridad de Bosques y Tierra (ABT) inició 508 procedimientos administrativos por quemas no autorizadas y 44 demandas penales contra personas que habrían iniciado los incendios. Según datos proporcionados por la entidad, cuatro de esos casos se dieron en San Buenaventura y 16 en Ixiamas.

Los indígenas solían solicitar permiso para chaquear áreas de tres hectáreas y más, pero si la superficie era menor evitaban el trámite burocrático. Ahora no saben bien cómo proceder.

Nay, miembro del CIPTA, considera que la normativa existente no ha sido suficientemente difundida entre las comunidades indígenas.

El director general de Manejo de Bosques y Tierra de la ABT, Franz Valdez, cree, sin embargo, que la concienciación no basta y que debe procederse con sanciones más rigurosas. Dice que desde 2021 se ofrecieron talleres y capacitaciones de sensibilización, pero que los destinatarios no están tomando conciencia del problema. 

“Llega un momento en el que la institución se cansa de socializar, concienciar y entonces hemos visto que es necesario poner mano dura”, afirma la autoridad.

Antes de la vigencia de la Ley 1525, de marzo de 2023, los autores de incendios forestales enfrentaban la posibilidad de dos a cuatro años de cárcel, pero muchos de los procesados quedaban impunes. La nueva norma, que establece penas de tres a ocho años, tampoco es disuasiva porque los infractores pueden evitar la prisión mediante procesos abreviados. La realidad es que, informa Valdez, sólo dos personas de las 49 que enfrentan procesos por las quemas guardan detención preventiva.

La ABT habría realizado un análisis de imágenes satelitales para detectar dónde se iniciaron los incendios de 2023, pero su director prefiere no dar detalles.

La investigadora Marielle Cauthin cuestiona que la única solución para evitar las quemas descontroladas sea la criminalización del chaqueo, menos cuando la culpabilidad apunta a actores como los indígenas o los interculturales y no al problema de fondo que, dice, es el modelo de desarrollo que entró con fuerza en 2015 al norte de La Paz. 

La producción del monocultivo de caña de azúcar entró con fuerza desde 2015 a San Buenaventura. Foto: Luisa Salazar.

Según Cauthin ese modelo genera incentivos para la ampliación de la frontera agrícola. “Es un modelo capitalista de despojo que se impone a través del shock y del trauma; es una pedagogía de la violencia a la que hay que responder de una forma más compleja que no sea la básica criminalización del actor social que vive en la zona”, asevera la investigadora.

Los indígenas, por su lado, sugieren la implementación de un control interno en las comunidades para estar alertas y tomar medidas rápidas ante quemas en la zona; sin embargo, saben, por la experiencia de los incendios pasados, que el chaqueo puede hacerse ahora en áreas que escapan de su control. ¿Qué hacer? Por el momento, su opción es capacitarse y estar preparados para la próxima temporada de quemas, la cual esperan que no sea tan devastadora.


Edición: Mabel Franco.

Fotografías: Luis Salazar, William Ojopi, Arnaldo Muiba, Rafael Acuña y Karen Gil.

Infografías: Rocío Condori.

Videos: Rafael Acuña y Karen Gil.


*Esta investigación se realizó gracias al apoyo del Grupo de Trabajo de Cambio Climático y Justicia (GTCCJ).



Karen Gil es periodista de investigación, especializada en temas relacionados a derechos humanos. Es autora del documental «Detrás del TIPNIS» (2012), del libro «Tengo Otros Sueños» (2018) y coautora de «Días de Furia» (2020). Ganó dos veces el premio nacional periodismo de la APLP, en su categoría digital (2016 y 2022).
Karen Gil es periodista de investigación, especializada en temas relacionados a derechos humanos. Es autora del documental «Detrás del TIPNIS» (2012), del libro «Tengo Otros Sueños» (2018) y coautora de «Días de Furia» (2020). Ganó dos veces el premio nacional periodismo de la APLP, en su categoría digital (2016 y 2022).