La batalla de las caseras alteñas en el segundo año de pandemia

Ale Cuevas, Karen Gil

Verduleras, hierberas y jugueras, entre otras ocupaciones, son algunas de las estrategias dentro del comercio informal que asumieron las mujeres alteñas como la única opción para generar ingresos. Esta situación se incrementó tras la pandemia del coronavirus.  

Edición 22, martes 6 de abril de 2021

Basta con caminar por las calles populares de El Alto para ver que las que tienen el mando del comercio informal son las mujeres. Pero esto no solo nos muestra una suerte de matriarcado en este ámbito, sino también nos refleja que el trabajo informal ataca a este sector de la población.

Pasó un año y dos semanas de la disposición de la cuarentena rígida, por la llegada de la pandemia del coronavirus. Tras esa medida cerraron negocios y varias personas se quedaron sin empleo. Muchas de estas encontraron refugio en el comercio informal y continúan con la batalla pese a la precariedad laboral.

La Brava habló con las comerciantes «mañaneras» de dos ferias más concurridas de la urbe alteña, la de Villa Dolores y de la 16 de Julio, para saber cómo lidian en esta “nueva normalidad”. Muchas de estas son antiguas en el rubro, en cambio otras ingresaron recién, a causa de la crisis exacerbada por la pandemia del coronavirus.

Bolivia es uno de los países sudamericanos con mayor cantidad de trabajadores en el sector informal. En 2018 alcanzó al 73.2%, siendo las mujeres con mayor representación (75.2%) frente al de varones (71.5%), según un análisis del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), con datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

Una de estas mujeres es Yesica Linares (23 años), quien vende verduras en la calle 7 de Villa Dolores, principal barrio de abastecimiento de vegetales. Ella y sus hermanas se turnan para ayudar a su madre, que lleva más de dos décadas en este trabajo.

La joven relata que los más de tres meses de cuarentena rígida del año pasado modificó la rutina de la mayoría de las ferias populares de El Alto. En la zona de Villa Dolores, las caseras abrían sus puestos callejeros entre las doce de la medianoche y la una de la madrugada, y los cerraban a las nueve de la mañana.

“Más antes, cuando empezó la cuarentena, no había mucha venta, pero después, salíamos a las doce de la noche, a la una, para venir aquí, a agarrar, entonces, a esa hora la gente también salía a comprar, a esta hora (07.30) se vaciaba”, dice.

Si bien el trabajo informal es una problemática que el país arrastra al menos las dos últimas décadas, con la pandemia esta se ha precarizado mucho más, de acuerdo con el investigador del Cedla, Bruno Rojas Callejas. “Precario quiere decir, inestable, temporal, con ingresos que no alcanzan para cubrir una canasta familiar y sin seguridad social y con la pandemia se ha ahondado”, afirma.

Y eso lo sintió Zenobia (42 años), quien vende zapallos y limones en Villa Dolores hace 10 años. Ella migró de Sorata para que sus dos hijas accedan a una mejor educación que la de aquel municipio rural. Durante sus años de trabajo logró alquilar una tienda (la que está detrás de su actual quiosco), pero por la pandemia y la baja de las ventas dejó de alquilar y ahora vende en un puesto callejero.

A Zenobia y a su esposo, también comerciante, les preocupa que por su actividad informal no puedan acceder a beneficios sociales y a un seguro de salud. La ausencia de este último hizo que cuando contrajo el coronavirus no fuera al médico y se cure con medicina tradicional.

“Es necesario (los beneficios sociales), pero qué podemos hacer, no hay de otra, sino cómo vamos generar dinero para nuestra familia”, dice. 

El país no tiene datos estadísticos sobre el trabajo informal, en general, ni el comercio informal en particular. Sin embargo, al caminar por las calles de El Alto es evidente que la actividad que reina en esa urbe es la gremial. La Federación gremial de El Alto es uno de los sectores más numerosos de la ciudad y agrupa a cerca de cien mil afiliados.

Una de las afiliadas es Yola, quien desde que inició con la venta de jugo de quinua caliente, hace tres años, tuvo que formar parte de un sindicato para así tener derecho de circular con su carrito de jugos por la Ceja sin que las demás caseras le reclamen.

Al igual que la mayoría de sus compañeras, Yola trabajó durante la cuarentena rígida. Recuerda que por esa temporada había más venta que ahora, pues vendía el contenido de cinco termos en lugar de cuatro.

“Yo necesitaba vender, no hubiera podido dejar de trabajar porque no tengo ni esposo; ha fallecido mi esposo. Entonces quién va a trabajar, quién va a mantener a mis cuatro hijos”, relata, mientras se arrincona lo más que puede para no ser atropellada por un camión.

Otro de los sectores acogidos por la informalidad es el de la juventud. De acuerdo al estudio de Cedla “‘Busco y no encuentro’ el desempleo juvenil en Bolivia”, en 2019 la tasa de desempleo juvenil llegaba a 15% en el ámbito urbano, a 16% en las ciudades capitales, y se incrementaba a 17% en el caso de las mujeres.

Por ello, el comercio informal ha sido un espacio donde las jóvenes logran generar recursos. Elisa (33 años) desde muy joven trabajó vendiendo y en los últimos meses retornó a este rubro porque debido a la pandemia sus ahorros se agotaron. Esta vez incursionó en la venta de mates de hierbas.

Ella ofrece sus mates en la calle 5 de Villa Dolores y conoce muy bien los remedios naturales para los malestares de estómago y espalda. Invirtió alrededor de 1.500 bolivianos y al día, en promedio, genera entre 60 y 80 bolivianos. Esos ingresos le ayudan a continuar su carrera universitaria y a mantener a su hijo adolescente.

Debido a que la cuarentena rígida del año pasado estableció que la mayoría de las actividades laborales se paralizara, muchas personas fueron despedidas o debieron suspender sus actividades. Según los datos del Ministerio de Economía, la tasa de desempleo a finales de 2020 descendió a 8,4% en comparación de julio pasado que llegó a 12,6%, de acuerdo con datos del INE. Pese a ello, muchas personas no lograron retomar sus actividades dentro del sector formal.

Una de ellas es Julia Quispe (30 años), quien en abril del año pasado migró al comercio. Ella es parte de “Cholitas escaladoras”, un grupo de mujeres aymaras escaladoras que guían por los glaciares paceños a los turistas. Tras el confinamiento ella, al igual que sus 11 compañeras,  decidió vender hierbas medicinales, que se cultivan en Zongo, comunidad paceña donde vive.

Relata que la venta de hierbas en la época de confinamiento no era fácil, puesto que debido a las restricciones no podía trasladar sus productos de Zongo a El Alto por falta de permiso.

“En pandemia mucho nos han molestado, nos ha sacado multas, hasta 200 o 300 bolivianos, ahora está tranquilo”, cuenta.

Tras la crisis de la pandemia, que además se sumó a la política de 2019, la economía se vio afectada y por ello, se redujo la venta de varios productos. Francisca Gómez es tejedora y vende hace muchos años en la Feria 16 de julio, una de las más grandes de la urbe alteña. Cuenta que la venta ya no es la misma que antes.

“Ahora mucho ha bajado la venta, porque con la pandemia las pollererías, los locales y pensiones (se han dedicado) a vender más barato. No nos conviene cuando agarramos, pero si cuando hacemos”, relata.

Ella teje desde niña y en la década de los ‘90 se especializó, además, en el manejo de su negocio que estuvo en auge hasta el uso masivo de las máquinas de tejer. Ahora produce menos que antes, pero aun así lleva prendas de oveja, alpaca y llama a las ferias de Oruro y Cochabamba.

Este oficio le permitió mantener a sus ocho hijos, quienes lograron estudiar una carrera; pero muchos de ellos se vieron afectados por la crisis.

“Le he enseñado a tres de mis hijas; hacen tejido y venden. Una es trabajadora social, con la pandemia le han retirado, por eso está vendiendo”, finaliza.


Aleja Cuevas trabajó como redactora en tres medios impresos: La Prensa, Página Siete y La Razón. Fue ganadora de segundo lugar del Premio de Reportaje sobre Biodiversidad 2011, de Conservación Internacional con el reportaje “La Laguna Colorada agoniza”, publicado en La Prensa.
Aleja Cuevas trabajó como redactora en tres medios impresos: La Prensa, Página Siete y La Razón. Fue ganadora de segundo lugar del Premio de Reportaje sobre Biodiversidad 2011, de Conservación Internacional con el reportaje “La Laguna Colorada agoniza”, publicado en La Prensa.
Karen Gil es periodista de investigación, especializada en temas relacionados a derechos humanos. Es autora del documental «Detrás del TIPNIS» (2012), del libro «Tengo Otros Sueños» (2018) y coautora de «Días de Furia» (2020). Ganó dos veces el premio nacional periodismo de la APLP, en su categoría digital (2016 y 2022).
Karen Gil es periodista de investigación, especializada en temas relacionados a derechos humanos. Es autora del documental «Detrás del TIPNIS» (2012), del libro «Tengo Otros Sueños» (2018) y coautora de «Días de Furia» (2020). Ganó dos veces el premio nacional periodismo de la APLP, en su categoría digital (2016 y 2022).