La producción de la castaña y la carga para las mujeres de El Sena

María Angela Huanca

La participación de las mujeres de El Sena, Pando, implica mucho más que la recolección de castaña o el quiebre de almendras. También se dedican al cuidado de la familia y enfrentan desigualdades económicas. Ellas cuestionan que la mayor parte de lo que se recolecta vaya dirigida a la exportación y que no se industrialice en su municipio, por lo que no se generan fuentes de empleo.

Edición 47 / Lunes 20 de diciembre de 2021

Dayana Méndez (17 años) aguarda ansiosa la zafra de la castaña, que se iniciará en diciembre en los bosques del municipio amazónico de El Sena, en Pando. Ella tiene la esperanza de, junto a su pareja, ganar dinero para cubrir los gastos de su bebé, que nacerá en unos meses, pero no está segura del monto que logrará reunir porque éste varía en relación con lo que se logra recolectar y con la variabilidad de los precios.

Dayana es una de las muchas mujeres de El Sena -uno de los 13 municipios recolectores de castaña en Pando- que se adentrará en el bosque junto a sus familias para la zafra de la almendra boliviana, que es tan requerida en otros países. Esta es una de las pocas actividades que sostiene la economía familiar, pero, solamente, una época del año. 

Para las familias del norte amazónico la zafra es la actividad anual más importante, por ello, muchas se dedican a ésta. En 2015, Pando contó con más de 2.000 Unidades de Producción Agropecuaria (Upas) –compuestas por cinco miembros de las familias–, las que se dedicaron a la extracción de recursos forestales, según el Informe estadístico productivo del departamento de Pando, del Ministerio de Desarrollo Productivo y Economía Plural, publicado en 2020. 

El Sena es el tercer municipio pandino que cuenta con más Upas (230), después de Filadelfia (386) y San Lorenzo (314). Varias de las otras actividades giran alrededor de esta, por ejemplo, el año escolar tiene relación con la época de la zafra.

Además, esta actividad es una de las que hizo que la población mestiza creciera durante los últimos años. El alcalde de El Sena, Jaime Aguirre, explica que aproximadamente el 60% de la población proviene de Riberalta y Cobija, y que el crecimiento vegetativo se debe a la presencia de la Empresa Boliviana de Almendra (EBA), que representan fuentes de trabajo para la región. 

“La castaña es lo único que mueve la economía, que de por sí es baja”, dice Lucy Montes (38 años), madre de familia y quien por las noches estudia en el Centro de Educación Alternativa (CEA). Para ella y sus compañeras la principal preocupación es la falta de empleos antes y después de la producción anual de la castaña. 

Montes cuenta que lo que se gana en la zafra puede variar, que eso depende de la cantidad de cajas que logren recoger y vender. Por ejemplo, dice que en los últimos tres años la zafra fue un fracaso porque hubo poca producción, y la ganancia por lo que recogieron no les alcanzó ni siquiera para cubrir los gastos de seis meses. Esta situación se da debido a que el precio de este producto es determinado por el mercado internacional, que establece el monto de las cajas a partir de las dinámicas de oferta y demanda. 

Debido a las consecuencias que trajo la pandemia de la Covid-19, para estabilizar el precio en 2020 se realizó un acuerdo entre los gobiernos departamentales de Pando y Beni –otro de los departamentos donde se recolecta este fruto– a través del cual se acordó que la comercialización de las cajas de castaña tenga un precio de 130 bolivianos, según datos del Centro de Investigación y Promoción del Campesinado (CIPCA).

Entre octubre y noviembre, meses previos a la zafra, el movimiento económico en El Sena es bajo; sin embargo, es cuando la población tiene más necesidades económicas para cubrir gastos de salud, alimentación y educación. Por eso, las familias tienen que ver otras formas de generar ingresos y así sostener la economía de sus hogares.

Lucy explica que en los meses en los que no hay zafra no existen muchas fuentes de trabajo a las que se pueda acudir. En el caso de las mujeres, ellas trabajan principalmente en empleos informales como la venta de comida y de productos al menudeo.

La época esperada

La temporada de zafra se inicia en diciembre y dura al menos tres meses. Durante este periodo, las y los zafreros ingresan a los bosques con su familia entera.

Roxana Aramayo (39 años), portera del Colegio Mariano Orbe, cuenta que hace algunos años acudió a la zafra para ganar el dinero que le faltaba para cubrir los gastos de la operación de su esposo. Ella dice que no es un trabajo sencillo, pero que es una forma de conseguir dinero.

El esfuerzo al que ella se refiere es que, durante todo el día, los recolectores deben recoger los cocos de castaña que caen desde lo alto de los árboles. Entre el proceso de acopio también se debe hacer el quebrado de los cocos para extraer la castaña, y acumularlas debidamente en cajas que luego serán trasladadas al centro poblado y comercializadas. 

Las recolectoras cuentan que mientras están en el bosque corren el riesgo de ser atacadas por algún animal salvaje, ser picadas por insectos o, en el peor de los casos, sufrir accidentes por la caída de cocos de castaña. Estos pesan alrededor de un kilo, y cuando se desprenden de los árboles –que miden hasta 60 metros de altura– por el viento de la tarde, pueden causar heridas fatales. 

La doble jornada y el embarazo

Las mujeres realizan el mismo esfuerzo físico que los hombres durante la recolección de la castaña. Pero, a diferencia de ellos, a estas se les suman los cuidados del hogar, pues se encargan de preparar los alimentos y, cuando no están recolectando, dividen su tiempo entre cuidar a los niños, atender a la familia, recoger leña para cocinar, entre otras actividades. Como ocurre en el resto del país, estas tareas no son remuneradas.

“La mayoría de las mujeres trabajan incluso más que los hombres”, cuenta la ejecutiva de la Organización Central de Mujeres Campesinas e Indígenas Bartolina Sisa de El Sena, Damaris Vargas. En este sentido, las desigualdades más comunes que enfrentan las mujeres dedicadas a este oficio son las dobles y hasta triples jornadas de trabajo durante la recolección de castaña.

Otra problemática durante la zafra es la relación con los embarazos adolescentes. La investigación La senda de la castaña. Retos para el manejo sostenible de la castaña en diez comunidades del norte de Bolivia (2012), del Programa de Investigación Estratégica en Bolivia, afirma que la tasa de embarazos en esa temporada es alta, aunque no menciona datos específicos.

“Son necesarios códigos comunales de protección al menor, particularmente para las niñas, ya que en la época de la zafra la tasa de embarazos en niñas es alarmante. Estos códigos deben ser construidos considerando y respetando las formas de decisión de cada comunidad y su identificación cultural, e incluir educación en salud reproductiva”, recomienda el estudio.

Vincular los embarazos adolescentes con la zafra de castaña es complejo, y poco investigado. La percepción de la población de El Sena al respecto es diversa y cambia de acuerdo con las miradas generacionales. Las personas mayores, entrevistadas para este reportaje, consideran que no se trata de una problemática sistemática, mientras que las y los estudiantes creen que es algo que se da de manera frecuente.   

Por ejemplo, Nélida Vargas (19 años) cuenta que conoció a su novio cuando él llegó a El Sena para la zafra, con quien tuvo una hija que ahora tiene dos años y medio. Su pareja trabaja como albañil en diferentes comunidades, y a fin de año ambos recolectan castaña en el bosque de la comunidad donde ella es propietaria de una parcela. 

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Nélida Vargas junto a su pequeña. Foto: M.Angela Huanca.

Debido a ese tipo de experiencias, las y los jóvenes cada vez son más conscientes de la necesidad de la planificación familiar y del uso de métodos anticonceptivos. Antes de la pandemia por la Covid-19, la aplicación del implante subdérmico era el método más requerido, explica Cintia Tirina, médico del Centro de Salud El Sena; sin embargo, la doctora cuenta que desde hace dos años ya no tienen dotación de métodos anticonceptivos para brindar a las jóvenes, a  excepción del preservativo, que no es muy solicitado por los varones. 

Al margen de las relaciones “consentidas”, las niñas y adolescentes de El Sena son vulnerables a sufrir violencia en el mismo núcleo familiar. El estudio La castaña, condiciones laborales y medio ambiente, realizado por CIPCA en 2017, explica que las niñas, niños y adolescentes enfrentan peligros “menos aparentes como los abusos físicos, mentales y sexuales, o excesivas horas de trabajo”. 

Respecto a las violaciones, Susana (nombre cambiado) recuerda el caso de una niña de 11 años que fue violada y embarazada por su padre durante la zafra de 2015 en una comunidad que prefirió no mencionarla. 

De zafreras a quebradoras

El trabajo de algunas mujeres no termina con el fin de la zafra, un grupo de ellas también participa en la etapa de producción en la Planta Industrial de EBA con el fin de generar más ingresos.

Esta planta, ubicada en El Sena, emplea principalmente a mujeres para el trabajo del quebrado de la castaña, que comienza en junio y finaliza las primeras semanas de octubre. En el plantel administrativo de EBA trabajan tres encargados de áreas y tres mujeres como secretarias, además de las quebradoras que conforman el 80% del personal. 

El jefe de Operaciones de EBA, Napoleón Antelo, explica que, en la actualidad, la quiebra es un trabajo que “normalmente va de generación en generación”. Destaca que las mujeres de El Sena perfeccionaron la técnica de quiebra, el manejo del recurso, normas de calidad, entre otros aspectos, y que estos conocimientos son transmitidos a sus familias para que generen más producción. 

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Área de quebrado manual – Planta Industrial EBA Amazónica (El Sena). Foto: M. Angela Huanca.

Si bien EBA no emplea a menores de 18 años –y por ende no les brinda remuneración–, las madres cuentan que sus hijos e hijas participan en esta tarea como una ayuda para ellas y con previa autorización de la Defensoría de la Niñez y Adolescencia. 

Judith Melgar (31 años) recuerda que cuando trabajó como quebradora en EBA, hace algunos años, llevó a su hijo de 14 años para que le ayudara. “Necesitábamos dinero porque yo soy madre sola y no vivo con su papá. Por eso lo llevé a mi hijo y fui a sacar permiso a la Defensoría; creí que podíamos ganar más”, relata. Sin embargo, pese a que ambos trabajaron varias horas durante el día, no recibieron un pago significativo: si bien quebraron una bolsa de castaña que pesaba ocho kilos, tuvieron que separar tres kilos de almendras dañadas o podridas, por lo que solo se les pagó por cinco. Ello significa que la quiebra no cuenta como parte del trabajo, solo se cubre el precio de las almendras que pasan por todo el proceso: quiebra, separación y embolsado. 

Según Antelo, el salario que reciben las quebradoras se asemeja al salario mínimo nacional –es decir, 2.200 bolivianos–, pero el dinero que reciben las quebradoras, como cuenta Judith, es a destajo: depende de la cantidad de bolsas que logran producir durante un día. 

“La quiebra de almendras es la explotación de una misma”, reflexiona Consuelo Rivera, expresidenta de la Asociación de Mujeres Indígenas Productoras de la Amazonía y actual concejala del municipio El Sena. 

Rivera recuerda que ella trabajaba en el primer turno, que se iniciaba a las dos de la madrugada. Si bien tenía un ingreso fijo de entrada, la salida variaba según la cantidad de bolsas que necesitaba producir. Por ejemplo, si hacía solo una bolsa, se iba alrededor de las nueve de la mañana. Pero, cuando se trataba de tres o cuatro bolsas, se retiraba después de las tres de la tarde; es decir, trabajaba más de 12 horas.

La castaña y el esfuerzo se exportan

Un coco con sus castañas. Foto: Daniela Cabrera /IPDRS.

“Se compra castaña”, es uno de los letreros que más se repiten en el centro poblado de El Sena. En contraste con ello, es prácticamente inexistente un lugar donde se venda este producto o sus derivados, por lo que el consumo de su fruto –conocido como almendra– es escaso. 

Si bien la Planta de Industrialización EBA Amazónica opera en El Sena desde 2015, esta no está autorizada para vender el producto en el lugar, explica Damaris Vargas, de la Central de Mujeres Campesinas. 

Esta contradicción es cuestionada por las mujeres, quienes consideran que la falta de trabajo es porque de este municipio solo se extrae la materia prima, principalmente para el consumo en el exterior. 

“Nosotras necesitamos otras fuentes de empleo, que puede ser la industrialización del producto, pero acá (en El Sena), no que se lo lleven a otros lugares y solo vengan a sacar”, reclama Montes.

La mayor parte de lo extraído en El Sena y en los otros municipios castañeros de Pando está dirigido al consumo de almendras de otros países, por ser un producto de alto valor nutricional. 

Lo que ocurre con la producción de castaña corresponde a un modelo de “extractivismo agrario” —como le llama el uruguayo Eduardo Gudynas (2010) — porque gran parte de la materia prima es destinada para la exportación.

El autor explica que esta agricultura extractiva está orientada hacia el monocultivo; al uso de transgénicos, maquinaria y herbicidas químicos, y que tiene poco o ningún procesamiento para su exportación como mercancía, es decir, sin valor agregado solo como producción primaria.

Bolivia es considerada el país que lidera la exportación de castaña. El “pico máximo” de las exportaciones fue el año 2018, cuando se logró 221 millones de dólares por la venta de 27 mil toneladas del recurso, según el Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE). Mientras, en el tercer trimestre de 2021, las ventas de castaña aumentaron un 43% en valor y 21% en volumen, respecto al periodo similar de 2020. La almendra boliviana es exportada, principalmente, a Países Bajos, Estados Unidos y Alemania. 

La castaña que se exporta es la considerada de “primera calidad”, esta se extrae de la Reserva Manuripi y de la Comunidad Tierra Comunitaria de Origen (TCO) Araona, la que es vendida a EBA. Mientras que la que se consume en el mercado nacional es la conocida como “castaña de segunda” o convencional. Esta es distribuida en el subsidio materno; además, es la que se transforma en derivados como galletas, panes, leches y otros.

Estas contradicciones que se viven en El Sena en relación con la zafra demuestran que la lógica de este modelo de producción implica mucho más que un sistema económico porque influye en el desarrollo humano de la población que gira en torno a la explotación de la castaña dirigida a la exportación. 

Esta actividad determina el ritmo de vida de las familias, por la aparente bonanza económica que provoca durante un lapso de tiempo, pero, a la vez, las consecuencias y decadencia se presentan en los meses previos a dicha temporada de zafra.  

Lo que ocurre en El Sena es lo que, Lianne Betasamosake, indígena del pueblo Mississauga Nishnaabeg (Canadá), denominó en una entrevista en 2013, como “extractivismo ontológico”; es decir, al hecho de asimilar estas “formas de vida” y “estar en el mundo”.


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Árbol de castaño en la vía, a 30 minutos de la plaza central de El Sena

Quieren romper la dependencia

Frente a esta situación, tanto mujeres y hombres que estudian en el sexto de secundaria del Colegio Técnico Humanístico Mariano Orbe consideran que si cuentan con estudios superiores ya no tendrán necesidad de ir, ni de mandar a sus hijos a la zafra. 

Estos jóvenes cuestionan el sistema que atravesaron sus familias, y que permanece hasta la actualidad. De alguna forma visualizan un otro futuro para ya no ser mano de obra barata. 

La misma percepción tienen las madres que estudian en el Centro de Educación Alternativa, muchas de ellas se embarazaron durante su adolescencia. Durante el día, estas mujeres se dedican a diferentes actividades dentro y fuera del hogar, y por las noches se esfuerzan por conseguir el título de bachiller y capacitarse en otras áreas productivas para no depender solo de la castaña. 

“Hay que terminar el colegio para ser un ejemplo para nuestros hijos e hijas, y que busquen otras oportunidades para no ir solo al monte”, dice Margarita Durán (40 años).

Vargas cuenta que muchos jóvenes migran a las ciudades en busca de mejores oportunidades. Es decir, abandonan sus lugares de residencia porque el modelo económico y social no solo se enfoca en la explotación de los bosques, sino también en la explotación de las familias. Sin embargo, lo que no abandona el lugar, ni envejece, es el modelo extractivista, pues, el gobierno municipal de El Sena tiene la intención de seguir fomentándolo. 

“El Sena ha crecido bastante últimamente, por eso vamos a traer empresas madereras, minería y exploración sísmica que son parte de nuestro plan municipal para generar empleos”, dice el alcalde Aguirre. 

Entre tanto, las mujeres se alistan para la nueva zafra de la castaña, como en el caso de Dayana, que junto a Gabriel intentarán conseguir dinero para mantener a su futuro hijo.

Foto portada: IPDRS.


*Este reportaje se hizo en el marco del proceso de formación “Taller de periodismo en profundidad y storytelling para periodistas en la Amazonía de Bolivia”, organizado por el Cedib. 


María Ángela Huanca López es investigadora. Su experiencia y producción están relacionadas con temas multidisciplinarios y la Literatura. Fue integrante del equipo de investigación de MUJERES/CINE: Bolivia 1960-2020 (2019-2020). Es parte del proyecto X21. Escrituras desde Latinoamérica.
María Ángela Huanca López es investigadora. Su experiencia y producción están relacionadas con temas multidisciplinarios y la Literatura. Fue integrante del equipo de investigación de MUJERES/CINE: Bolivia 1960-2020 (2019-2020). Es parte del proyecto X21. Escrituras desde Latinoamérica.