Las incertidumbres gobiernan en territorios indígenas del salar de Coipasa

Ara Goudsmit Lambertín

Las dinámicas en Salinas, territorio y Gobierno Autónomo Indígena Originario Campesino (GAIOC-SA), ubicado en el departamento boliviano de Oruro y custodiado por montañas de antiguos nombres y los salares Tunupa (Uyuni) y Coipasa, ayudan a comprender qué dudas y necesidades ocurren localmente en torno al megaproyecto extractivo del litio, que se piensa instalar en el salar de Coipasa.

Edición 110. Lunes 6 de noviembre de 2023

Vendedoras que madrugan para vender api en la plaza de la autonomía indígena de Salinas, señoras que ventean quinua en las calles, campesinos que caminan sembradíos secos, choferes que recorren las rutas del contrabando entre Chile y Bolivia, y distintas autoridades originarias que conocen la palabra litio. La han escuchado con fuerza desde hace algunos años y dicen que, si trae trabajo, desean el litio, pero no saben exactamente qué es, para qué sirve, cuándo va a llegar o qué efectos traerá su posible incursión.

A pesar de las promesas y esperanzas que han sido construidas en el país en torno al litio, Salinas es una geografía atravesada por la duda, un territorio al que también pertenece el salar de Coipasa, ubicado en el departamento de Oruro. De acuerdo con anuncios del gobierno, de las 23 millones de toneladas de litio que se calcula tener en Bolivia, 1,8 millones de ellas pretenden ser extraídas de este salar.

Con 3.300 kilómetros cuadrados, el salar de Coipasa es el segundo más extenso de Bolivia, después del Tunupa, ubicado en Potosí. Casi el 70% de su superficie está compuesta por el Lago Coipasa, nutrido principalmente por las aguas de los ríos Lauca, Jurco, Kuchuncho y Lacajahuira. Estos ríos no desembocan en ningún mar y, con la intensa radiación solar propia de esta zona, la evaporación de sus aguas es mayor a la cantidad que reciben.

¿Futuros del agua? Las incertidumbres gobiernan  en territorios indígenas del salar de Coipasa
El salar de Coipasa es el segundo más grande de Bolivia. Foto: Ara Goudsmit.

Poca información

En este mundo acuífero que atraviesa la sequedad del altiplano, Lucía Gutiérrez, autoridad de Yaretani, uno de los cuatro ayllus que compone Salinas, relata que sobre las formas y cantidades de uso de las fuentes hídricas para la explotación del litio, aún no se ha dialogado.

El GAIOC-SA está conformado por los ayllus aymaras (forma tradicional de comunidad originaria en la región andina) de Huatari, Cora Cora, Tunupa, Yaretani y el centro poblado de Salinas, ubicado a 261 kilómetros de la ciudad de Oruro. En 2021 se convirtió en el cuarto autogobierno indígena de Bolivia.

El gobierno y el consorcio chino CBC, compuesto por multinacionales con inversiones y proyectos mineros en todo el mundo, desde el Congo hasta Argentina, firmaron convenios en junio del presente año para invertir y construir una planta industrial en el salar de Coipasa, colindante con el ayllu Huatari, ubicado en Salinas. Sin embargo, aún no existen resultados públicos y oficiales para saber dónde y cómo se construirá el complejo industrial.

El Jiliri Mallku Zenón Huallani. Foto: Ara Goudsmit.

Hasta ahora, autoridades locales comentan que no se ha conversado sobre la consulta previa, derecho establecido en la Constitución Política del Estado (CPE), y lo que esto implica en términos de demandas y negociaciones con el Estado.

“Seguramente el gobierno tiene una agenda apretada, viene muy poco por Salinas”,  menciona el Jiliri Mallku, Zenón Huallani, autoridad máxima originaria, luego de hacer ofrendas antes de comenzar la entrevista en la Chakamana, la Casa Grande de los ayllus.

No es fácil reunir a personas en Salinas debido a la migración o la lejanía. Tampoco es fácil que las autoridades accedan a ser entrevistadas sobre los pormenores del litio, ya sea por el juego de estrategias políticas o la falta de priorización al debate público. Sin embargo, para Huallani la razón para hablar es clara: él reitera la importancia de ser reconocidos, que Salinas entre al mapa de las prioridades políticas.

Y ¿litio para qué? Según la autoridad, para que las personas vuelvan a su territorio o para quienes continúan viviendo allí, no se vayan. Litio, en sus palabras, es trabajo, aunque sea como mano de obra.

El Jiliri Mallku debe respetar reglas establecidas del chacha warmi, la filosofía aymara de complementariedad. Por eso, él no está solo en la entrevista. Ha conseguido la presencia de Lucía Gutiérrez, quien considera que la desinformación vivida en Salinas es ocasionada por un secretismo presente en el proceso de otorgar datos y tomar decisiones.

“Bajo llave hacen las reuniones –relata Gutiérrez– y hay que tratar el tema del agua con mucha delicadeza porque no tenemos en mente cuánta se va a usar”.

Lucía Gutiérrez, autoridad originaria de Yaretani. Foto: Ara Goudsmit.

Ella desea que los proyectos sean socializados en el lugar junto a las bases pues, ante todo, quieren ser partícipes.

“No es lo mismo que te lo canten a que tú oigas, mucha gente aquí no sabe lo que es el litio, ¿cómo vamos a salir a demandar y protestar si no sabemos qué es?”, continúa.

Sus palabras coinciden con un estudio realizado por la Fundación Friedrich Ebert Stiftung en Bolivia. Éste menciona que las comunidades de las zonas extractivas, al saber de qué se trata la industria del litio, comienzan a hacer exigencias pues reconocen los impactos de la producción industrial o, en el futuro, cuando los daños se hagan visibles.

Chakamana, casa grande, del GAIOC de Salinas. Foto: Ara Goudsmit.

Y ¿el porvenir acuífero?

La situación de escasez del agua en el altiplano boliviano es crítica. Andrés Quispe, autoridad de deslinde del ayllu Tunupa, relata que dos vertientes cercanas a su comunidad se han secado hace más de una década.

En planicies rodeadas de montañas en Tíbet, muy parecidas al altiplano, ya han existido operaciones industriales que, en 2016, terminaron con registros de peces muertos debido al uso de químicos de la mina de litio Ganzizhou Rongda. En los salares de Atacama en Chile, donde se explota desde la década de 1980, el 65% del agua dulce fue consumida por actividades mineras en el salar, impactando a quienes cultivan y crían animales.

Frente a esto, desde el Centro de Estudios y Pueblos Andinos (CEPA), Karen Rocha y Clemente Paco mencionan la esperada consolidación de un Foro Permanente del Litio, que espera que cuente con la participación de distintos actores de la sociedad civil, académicos, territoriales, políticos, entre otros. Su principal tarea será monitorear el cumplimiento de las normativas en torno al agua y los derechos a la consulta previa, participación ciudadana y control social en procesos de explotación en el salar de Coipasa.

Camino a Tauca, ayllu Huatari. Foto: Ara Goudsmit.

Uno de los ejes, si es que cuentan con el apoyo de la Universidad Técnica de Oruro (UTO), será iniciar un programa de televisión semanal para conformar un espacio donde se generen debates y propuestas. Esta idea, cuenta Rocha, no solo nace de la preocupación por la sequía que acecha el altiplano, sino también al ver cómo en Chile y Argentina la sociedad civil se ha movilizado para exigir un alto al daño que ocurre en territorios de minería de litio.

La tecnología que se usará en Coipsa es la de extracción directa de litio (EDL). Si bien ésta  es descrita como más “amigable”, representa para el ecosistema del salar de Coipasa una incógnita. Las EDL son una amplia gama de tecnologías complejas que, cada una, tiene diferentes tipos de impacto.

En un artículo, investigadores de las universidades de Jujuy y Salta, de Argentina, y Lorraine, de Francia, definen que es necesario cuantificar el agua dulce que implica esta tecnología, ya que puede consumir enormes cantidades, quizás más que los métodos actuales de evaporación. En dicha publicación, también se afirma que, en regiones tan áridas, la escasez de agua dulce incluso comprometería la viabilidad de extracción. Sin embargo, resalta que, como cada salar es excepcional, cada uno debería contar con investigaciones singulares pues los resultados de uno no pueden replicarse a otro.

Tierra para cultivos de quinua en Coipasa. Foto: Ara Goudsmit.

David Schörter, doctorante en antropología que investiga procesos sociales en Río Grande y la planta de Lliphi en Potosí, comenta que el Estado no está pagando por cantidades inmensas de fuentes de agua que emplea. Además, menciona que la construcción de mecanismos que vinculen el trabajo de Yacimientos de Litio Bolivianos (YLB) de forma integral con las comunidades que allí viven es muy débil.

Desde su perspectiva, se pueden generar múltiples lecciones que podrían ser aplicadas por otros salares, a partir de sus necesidades. Esto incluye llevar a cabo socializaciones más efectivas que involucren activamente a las comunidades. El respeto al derecho a la consulta previa es esencial, proporcionando información completa basada en estudios realistas e independientes. Asimismo, destaca la importancia de implementar una política que promueva la formación académica y el trabajo especializado para los miembros de las comunidades, de manera que su participación no se limite únicamente a ser mano de obra.

la quinua es uno de los productos que se produce en Salinas. Foto: Ara Goudsmit.

Para este reportaje se enviaron cartas a distintas entidades del Estado boliviano con el fin de conocer cuál es el trabajo de consulta previa a las comunidades indígenas y la ruta que están tomando para mitigar los efectos que la extracción de litio en dicho salar pueda causar: qué estudios están siendo realizados, quiénes fiscalizan la transparencia, qué datos existen hasta el momento sobre los impactos socio-ambientales y qué acciones serán realizadas para impedir el daño socio-ecológico al territorio. Hasta el cierre de esta edición, y a casi cuatro meses de la petición, no se recibió respuesta.

La rebeldía de un salar

El salar de Coipasa, cuya vastedad blanca puede ser divisada a una hora de Salinas, es una compleja geografía que genera realidades. En solo dos minutos que el chofer bajó a buscar huellas de carros para continuar el camino, su taxi fue succionado por los suelos húmedos.

Los salares son un ecosistema frágil. Foto: Ara Goudsmit.

A poca distancia, carros hundidos y oxidados por la salinidad componían el paisaje. Estos mismos, probablemente escabulléndose entre fronteras de Chile y Bolivia por las dinámicas del contrabando, habían sido quemados. Ruinas que eran testimonio vivo de la compleja geografía física y social que constituye el salar de Coipasa.

Los salares bolivianos –cuenta el investigador de la Universidad Mayor de Chile, Fernando Alfaro– son recipientes de las aguas de la cuenca Titicaca-Desaguadero-Poopó-Coipasa, algo que, por ejemplo, no pasa en Chile o Argentina. Durante la época de lluvias, el salar se inunda. Un habitante de Salinas relata que la profundidad del agua en el salar puede llegar hasta la altura de la cintura. Luego, en época seca, los suelos permanecen blandos y peligrosos para el transporte.

Alfaro explica que, como el salar se inunda y después las cosas son susceptibles a hundirse, la planta, en principio, debería ser flotante. Además, dada la blandura de los suelos, es probable que deban construirse carreteras internas. A su vez, la salmuera corroe las infraestructuras, especialmente aquellas metálicas.

¿Futuros del agua? Las incertidumbres gobiernan  en territorios indígenas del salar de Coipasa
Carros quemados y atrapados en el salar de Coipasa. Foto: Ara Goudsmit.

Para culminar con la lista de obstáculos, los contenidos de magnesio son más altos en el salar de Coipasa, elemento que hace más difícil una adecuada separación del litio.

“Es que este salar, aunque sea más pequeño, es rebelde”, comenta un trabajador de la planta piloto de YLB, ubicada en Tauca, que fue instalada en 2013.

Esta infraestructura pasó de ser una planta pensada para la investigación a ser solo un campamento base. Los laboratorios, de acuerdo al trabajador de la planta e investigadores de la UTO, dejaron de funcionar ya hace varios años. Para analizar las muestras que se extraen de Coipasa, éstas son enviadas hasta los laboratorios en Potosí.

Dudas sobre la planta industrial

Planta experimental en Tauca, ayllu Huatari. Foto: Ara Goudsmit.

Las autoridades indígenas tenían entendido que la planta industrial iba a construirse en el ayllu Huatari, pues, de acuerdo a estudios, la mayor cantidad de litio corresponde a la parte del salar que pertenece al GAIOC-SA. Pero ahora la construcción está puesta en duda.

“No hay nada que hacer, la planta se va hacer en Coipasa, quizás porque nuestras autoridades anteriores no se han movido lo suficiente o que allí hay algo mejor; aunque nosotros sabíamos que en el sector de Tauca (Salinas) era mejor” –, menciona el Jiliri.

Durante el festejo del aniversario del municipio, Luis Arce prometió a Coipasa, ubicado al norte del salar y a 75 km de distancia de Salinas, la instalación de un tendido eléctrico y una carretera. La razón se centraba en que las empresas que construirán la industria de litio requerían de dichas infraestructuras para su operación.

En efecto, el 3 de octubre se entregó equipamiento para iniciar otra planta piloto, ahora ubicada en el municipio de Coipasa. Su fin, esta vez, es la prueba de las EDL para luego escalar su producción, aunque aún no se ha mencionado dónde será la geografía final de la planta industrial.

Dentro de la planta experimental en Tauca, ayllu Huatari. Foto:Ara Goudsmit.

A Andrés Quispe, del ayllu Tunupa, le inquieta que esto genere conflictos entre los territorios que colindan y son parte del salar de Coipasa. Él comenta que este tipo de tensiones no son nuevas en Salinas. Aún habita en su memoria los conflictos limítrofes en el salar de Tunupa entre Oruro y Potosí, que terminó en la quema de domos de un hospedaje turístico en Jirira.

En circunstancias como éstas, los límites divisorios pueden funcionar como una herramienta para evitar la cooperación y colaboración entre gobiernos locales que habitan un mismo ecosistema. Sin embargo, las afectaciones al salar y a lo que le rodea no respetarán esos límites políticos.

Localmente, la ilusión del desarrollo se vive a flor de piel: el litio significa trabajo, vías, educación, un bienestar que el Estado, hasta ahora no ha podido –o querido– construir en territorios extractivos, un Estado que se hace más presente cuando el extractivismo inicia.

Dadas las rebeldías del salar, Alfaro comenta que, en términos logísticos, los costos pueden llegar a ser más altos que los beneficios, y solo considerando cuestiones económicas y no ambientales. Explica, a su vez, que un salar es resultado de un proceso muy lento, de millones de años. En contraste, el litio ha sido denominado por el presidente como los pulmones del país, asegurando que la minería en Bolivia no ha muerto y acelerará la nueva era industrial.

“Lamentablemente en los salares hay mucho litio, y no serán vistos como un gigantesco laboratorio vivo de estrategias de adaptación de larga duración en ambientes extremos (…) Un salar es el marcador de nuestra historia común. Un salar es un testigo”, cuenta Alfaro.

¿Autos para salvar el mundo?

La extracción del litio ha sido justificada bajo el paraguas de la crisis climática. Su contexto es particular: el litio vive en discursos y proyecciones alrededor de sistemas de transporte privado. Noruega promete que en 2025, el 100% de sus vehículos livianos serán emisiones cero. A partir de 2035, la Unión Europea prohibió la venta de carros nuevos que emplean gasolina y diésel.

¿Futuros del agua? Las incertidumbres gobiernan  en territorios indígenas del salar de Coipasa
Plaza principal de Salinas. Foto: Ara Goudsmit.

En un documento publicado por el Transnational Institute y Taller Ecologista, se afirma que hablar de la industria automotriz de este modo, es hablar sobre una transición corporativa sin ejes que contemplen formas de participación social y cuidado ecosistémico.

En Bolivia, el litio ha significado una invocada esperanza para superar la crisis económica. Arce Catacora, en Coipasa, mencionó que gracias a la presencia de YLB habrá mucho más movimiento en la zona alrededor de las dinámicas sociales y económicas que traiga la industria. Pero, también existen otro tipo de movimientos.

Los rituales y caminos a los chullpares de Alcaya en Huatari, a quienes sus guardianes les dejan hojas de coca y otorgan nombres que nacen del cariño, es un territorio para pensar qué es el tiempo, la muerte, y el respeto de la memoria de un lugar.

Un cementerio de autos chutos (ilegales) quemados, estancados entre una delgada capa salina y un hondo barro más parecido al pegamento que a la tierra, invocan el intenso movimiento presente en la frontera.

¿Cuáles son las imágenes del porvenir del salar? ¿Cómo se transformará una zona donde confluye el contrabando y la incursión de YLB? ¿Habrá chuteros (contrabandistas) que traigan autos eléctricos Tesla desde Chile? ¿El silencio que habita el salar será reemplazado prontamente por el ruido de máquinas y lenguas extranjeras? ¿Qué voces no serán escuchadas por los sonidos de la industria?

Quedan preguntas para cuidar tiempos futuros.

*Este texto fue producido con el apoyo de Climate Tracker América Latina y Periodistas por el Planeta.


Las casas conversadas: diseñar viviendas sociales desde los territorios
Las casas conversadas: diseñar viviendas sociales desde los territorios

En el Territorio Indígena Multiétnico (TIM) del departamento de Beni, la Agencia Estatal de Vivienda ha construido casas sociales en más de diez comunidades, según calculan los dirigentes. ¿Cómo funciona este proceso? ¿Qué piensan quienes las reciben, y quienes estudian sus arquitecturas?

El corazón de algunas casas es una mesa larga de madera, testigo de alimentos y de palabras, el desayuno con joco, el zapallo dulce de la selva, la antesala de las ideas.  Conversamos en mesas ubicadas en el Territorio Indígena Multiétnico (TIM), en el departamento de Beni, Amazonía boliviana. Allí, la Agencia Estatal de Vivienda, perteneciente al Ministerio de Obras Públicas, Servicios y Vivienda de Bolivia, ha construido viviendas sociales en más de diez comunidades, según calculan los dirigentes. ¿Cómo funciona este proceso? ¿Qué piensan quienes las reciben, y quienes estudian sus arquitecturas? Hacia estas respuestas vamos.

El comienzo

Para llegar a la comunidad de Santa Ana de Museruna hay que pasar haciendas ganaderas, una tras otra, y atravesar, y saludar al río Apere y Cuberene. Está ubicada en el TIM, a una hora del pueblo de San Ignacio de Moxos.

Don Malaquías Rossell, corregidor de la comunidad, detuvo el revocado de su casa para conversar. Sus manos están llenas de ampollas. Él es parte de la construcción de cuatro viviendas sociales: la de sus dos hijas, que son madres solteras, su hijo, y la suya. Hace cinco años ya habían intentado obtener casas construidas por la AEV. El primer planteamiento lo hicieron través de asambleístas departamentales. Sin resultado. Luego, cuando aún no eran un gobierno autónomo indígena, exigieron viviendas al municipio de Santa Ana del Yacuma. Tampoco funcionó.

Malaquías Rossell, corregidor de la comunidad de Santa Ana de Museruna. Foto: Ara Goudsmit.

La solicitud fue aceptada, finalmente, en 2024. Tenían cupo para sesenta viviendas, pero el Estado los puso a prueba: primero debían hacer cuarenta y, luego, si todo iba “bien”, construirían las veinte faltantes.

“Estamos agradecidos”, “queremos estas casas”, “tenemos el derecho a ellas”, son algunas de las expresiones alrededor de las viviendas de la AEV. El piso de cerámica se contrapone al suelo de tierra. El ladrillo es más duradero, escuché decir, y más efectivo para que los animales no ingresen al hogar. En época de lluvia, los mosquitos se llenan como nubes negras que rondan tras los cuerpos, las manos deben trabajar arduamente para ir espantándolos y traen enfermedades. Por eso, las mallas de protección contra insectos para las ventanas constituyen un elemento central en la construcción de viviendas sociales en la Amazonía.

Una casa en proceso de construcción en Santa Ana de Museruna. Foto: Ara Goudsmit.

En Bolivia, el derecho a la vivienda fue reconocido como un derecho fundamental en la Constitución Política del Estado de 2009. Pero, para acceder a este derecho, hay distintos programas. Museruna no entró al programa de Viviendas Nuevas de la AEV —donde todo está financiado, por eso las llaman “con llave en mano”—, si no al de “Vivienda Cualitativa” o, mejor dicho, de “autoconstrucción”. El Estado contrata a una empresa, ésta lleva los materiales y, en teoría, debe capacitar a las familias para que construyan las casas con sus propias manos. La contraparte es la mano de obra.

En la comunidad pensaron que sería más o menos fácil y posible, pues acordaron procesos de formación y la entrega a tiempo de los materiales. Pero cuando los acuerdos no son cumplidos, contamos una historia de trampas.

Con tiempo y sin insultos, por favor

La oficina de Pedro Medina, director de la AEV regional Beni en Trinidad, tiene aire acondicionado. El cuarto es amplio y frío. Él fue la única autoridad estatal contactada que accedió a tener una entrevista. Ahí aseveró que, cuando las viviendas son de autoconstrucción, las empresas contratadas realizan una capacitación en albañilería a las familias beneficiarias. Sólo así es posible culminar el proyecto entre tres y cinco meses.

Las casas de Museruna no tienen aire acondicionado y son de un solo cuarto, aunque hay familias con ocho hijos, y se supone que la evaluación social de la AEV debería considerar estos factores para construir diseños con uno, dos o tres cuartos. Además, tuvieron que exigir el cambio del primer diseño “socializado”, porque tenía muy pocas ventanas, iba a ser una casa oscura donde no iba a poder entrar la brisa. Llevan más de diez meses tratando construir las viviendas.

En la zona, es usual quemar motacú para alejar a los mosquitos. Foto: Ara Goudsmit.

Don Malaquías hace una pausa del trabajo e ingresamos al lugar que será su antiguo comedor, en una casa de madera:

—Los técnicos que envía la empresa no sirven para nada. No quieren que nosotros aprendamos. Mandaron tres para cuarenta casas. Porque se creen técnicos ya no quieren agarrar un ladrillo, agarrar mezcla. Venían a decir “está mal” y lo derrumbaban. Era un trabajo perdido, casi como hacerse la burla. Levantábamos un metro, decían “está mal” y lo volvían a tumbar. Son autoridades que, si bien son profesionales, respeto que hayan estudiado, pero deberían tener respeto también por la gente con la que están trabajando, los comunarios. No saben ni saludar estos señores, ni siquiera piden: “¿por qué estás atrasado?, ¿qué es lo que te pasa?”.

El don de la palabra, que es la gracia del tono y ritmo, y de la sencillez y claridad, lo tiene don Malaquías, quien continúa indignado:

— Son autoridades que, si bien son profesionales, respeto que hayan estudiado, pero deberían tener respeto también por la gente con que están trabajando, los comunarios, no saben ni saludar estos señores, ni si quieran piden: “¿por qué estás atrasado?, ¿qué es lo que te pasa?”. Llegan nomás y dicen: “ustedes están atrasados, ¿por qué no trabajan? Ustedes son unos flojos”. No se tiene que ser así. Ser más humanos. Era gente mañosa, que promueven el desánimo.  Eso es lo triste. A lo mejor uno está rendido, adolorido, uno se enferma también. Hace unos cuatro días vino el dueño de la empresa. Ni se bajaba de su movilidad. Fue un compañero y le dijo: “bájese pues, conversemos”.

Y el empresario le dijo que él debería estar construyendo su casa, que cómo tenía tiempo para ir a mirar lo que él hacía allí, que era un flojo. El comunario respondió que ellos estaban haciendo su casa de acuerdo a su posibilidad, y que no es posible que les digan flojos sin saber por lo que estaban pasando. Don Malaquías menciona que, al menos, necesitan tres días de la semana para ir a trabajar en su chaco, donde cultivan sus alimentos, no ganan un sueldo y también necesitan ir a cazar y pescar. 

— Eso, elay, nos está pasando —concluye el corregidor.

Clara Rossell Amblo, secretaria de Tierra y Territorio del TIM. Foto: Ara Goudsmit.

Clara Rossell Amblo, actual secretaria de Tierra y Territorio del TIM, ex presidenta de la Organización de Jóvenes Indígenas Mojeños (OJIM) y representante legal de Museruna ante la AEV, mencionó que sólo una vez tuvieron un taller sobre cómo asentar cimientos.

— El ingeniero lo mostró y zas, y listo y todo mundo miró. La sufrimos harto.

Su hermana, Sara Rossell Amblo, presidenta de la Subcentral de Mujeres del TIM, añadió que no tardaron más de cinco minutos en explicar el revoque. En su familia hacen turnos para construir. Tres días una casa, luego la otra. Sólo así es posible avanzar.

En abril debían haber empezado, pero la empresa no cumplió con los acuerdos: el material llegó dos meses después, en junio. Traían las cosas de forma incompleta, como a picotazos. Llevaban ladrillo, pero no cemento, llegaba el cemento, pero no la arena. A pesar de que el atraso era de la empresa, las familias recibían notificaciones, regaños y malhumor por no tener adelantos.

La dirigente Clara, contundente, dice que la AEV necesita volver a evaluar el tiempo de construcción con las familias que no saben cómo construir.

Rossell señala en la maqueta la primera ventana que hicieron aumentar en el diseño para tener más ventilación y luz. Foto: Ara Goudsmit.


 Escuchar al territorio

En una mesa larga y rojiza, de patas de madera de mara y tablas de cedro, con más de cuarenta años ordenando la compañía, la familia Muiba Inchu comparte sus ideas. Las voces están mezcladas con los sonidos de sapos y ranas que parecen decirle algo a la lluvia que no paró durante toda la tarde. Es de noche y el coro que nos acompaña refleja el sonido agudo de un maullido de gato al ritmo de una ambulancia, mbiuaaauuu, mbiaaauuu. Ante las conversaciones de estos anfibios, es necesario alzar la voz para escucharnos.

Simón Muiba es hijo del río Apere, cuerpo de agua que da vida y sustenta a varias comunidades del TIM. Es un líder joven, con palabra afilada y sin temor a hablar desde su pensamiento. Para él, lo más importante es abrir el camino “para mirar, donde puedas reflexionar”. Esa mirada es una que ve hacia adentro, ¿qué quieres? Y luego, hacia afuera, ¿qué queremos y qué es posible? El problema, para Muiba, es que los proyectos ya vienen diseñados:

—Dicen, “esto tenemos para acá” y listo. No ceden esa oportunidad y uno, a veces, por la necesidad, acepta. Los espacios de las viviendas sociales son como de la ciudad y vienen con un solo diseño, sobre todo que no vienen pidiendo, digamos, si les gusta este modelo o qué le pueden mejorar. Por ese motivo, yo digo que es colonizador, porque vienen ya imponiendo y que, si la gente lo acepta, que lo acepte, y si no, no, ya no hay nada.

Simón Muiba Inchu frente al río Apere. Foto: Ara Goudsmit.

Simón y su madre, doña Victoria Inchu, otra lideresa de corazón inquebrantable, sienten que su territorio es la historia de la amplitud:

—Nada es chiquitito, no es como en el pueblo, eso es comprado, uno lo compra por metro y así cabalito van las casas, medidito, en cambio nuestro vivir no es así. En el campo, estás libre, tienes gallinitas donde escarbar, no está medido por metrito, no hay límite en nuestro vivir en el campo —narra Victoria, y Simón apoya a esta idea.

—Siempre hemos vivido en espacios grandes. Nuestro territorio es amplio. La verdad es que nuestro ambiente es abundancia y nuestras familias son numerosas, no somos reducidos.

Don Bernardo Muiba, actual presidente del TIM, presenció el inicio de las viviendas sociales en el TIM, también como presidente entre 2016 y 2018. En esos años, las autoridades indígenas ya rechazaron un diseño presentado por la AEV, pues el tamaño era muy pequeño:

— Las primeras viviendas que eran construidas acá en Moxos, eran unas casitas que no tenían sentido de poder vivir una familia cómodamente. Nosotros hemos observado y hemos llamado la atención a la Agencia Estatal de Vivienda, que no era adecuado para los pueblos indígenas. Pero gracias a Dios se logró modificar el proyecto, con un monto más elevado, pero ya con una vivienda que es adecuada.

Adecuado es la cercanía con lo justo.

En 2018, solicitaron que los techos sean de jatata, una palmera del bosque amazónico, sin éxito. Según don Bernardo, la jatata tiene la misma duración que la calamina, si está bien hecha. La diferencia es que la jatata es fresquita y en Moxos hace calor.

Techo de motacú con estructura de tacuara. Foto: Ara Goudsmit.

El eco de la voz del director Medina resuena en contraste, pues dice que la calamina es escogida porque tiene más duración y evita que se queme el techo en los incendios. En los últimos cinco años, la AEV Regional Beni tiene planificado construir 8.526 viviendas en 19 municipios y en el gobierno autónomo indígena del TIM. Les faltan 1.777 para completar este objetivo.

Geraldine Gene, abogada con tres décadas de experiencia en derechos humanos, afirmó durante una entrevista que, sin la pregunta a cada comunidad sobre qué es importante para ella, el derecho mismo no está siendo respetado: uno de los siete principios necesarios para que se cumpla el derecho humano a la vivienda, según la ONU, es la adecuación cultural. Es decir, muy parecido a lo que piensa Simón Muiba. ¿Habrá que escuchar?

Sentado en la cabecera de la mesa larga, Don Pastor Muiba, al frente de su hijo Simón, tiene una memoria sobre la arquitectura indígena de Moxos:

— Cuando estaba pequeño, mis hermanos mayores conversaban y yo los escuchaba. Vamos a hacer una casa de veinte metros, decían. Terminaban de conversar y ellos le avisaban a papá: “Papá, vamos a hacer una casa de veinte metros”. “Bueno hijos, ¿cuándo vamos a comenzar?”. “Mañana”. “¿Y de cuánto va a ser la anchura?”. “De cinco metros”. “Guau”, dije yo, “¿cómo serán los palos que van a sacar?”. Miren, de veinte metros se hacían las casas, de altura de cinco metros. Sumuqué, chonta y chuchío había por allá por el lado de San Borja. Ellos lo tumbaban, lo cortaban y lo partían, y yo ahí con mi machete, ¡meta a sacar astilla! Y así, mire, antes era pura hacha, sin motosierra. Y ya empezábamos a cercar, ya cada uno con sus cuartos. Luego hacíamos la cocina, una casa grande también. La madera era de piraquina, los horcones de chonta, del corazón mismo. Cuando ellos subían los palos arriba, era con soga. Yo con mi palito ayudaba a empujar. Ahí no se siente la calentura, le cuento. Bien fresquito. Antes grandes eran las casas. Si nosotros conocemos, si nosotros somos arquitectos. Eso sería un poquito lo que le puedo contar.

Simón Miuba rellena el piso de su casa para evitar inundaciones. Foto: Ara Goudsmit.

En contraste a esta memoria, el director de la Agencia Estatal de Vivienda del Beni comentó:

— Ahora, un arquitecto me podría decir: “¡ah, perfecto, descolonicemos!” Pero muéstreme un diseño precolonial de vivienda en el Oriente, no existe. Tal vez modos de vida, pero “esta es la vivienda amazónica que existía”, no existe. Por lo poco que he podido apreciar, nuestros ancestros han sido nómadas. Íbamos moviéndonos. Esta vivencia no nos permite decir, ¡este es el tipo de vivienda amazónico! Tratamos de hacerlo con algún tipo de madera o con viviendas elevadas.

Medina no escuchó la voz que dice “somos arquitectos”. A pesar de este vacío, el director es consciente sobre las necesidades que existen dentro de la construcción de viviendas sociales: la técnica crea formas sesgadas de entender la arquitectura, no tienen equipos de antropólogos ni metodologías sensibles para crear otra forma de diseños, hay grupos que no hablan español y no saben cómo explicarles los talleres de albañilería, la logística es complicada en las comunidades más alejadas, y el presupuesto es su ley.

Ladrillo, material de construcción de las viviendas sociales. Foto: Ara Goudsmit.

La belleza de pensar

Existen los apasionados, que son quienes hacen las cosas con amor. En la jerga convencional los llaman “expertos”. Pero hay arquitectas y arquitectos que entregan no sólo su inteligencia, sino también su corazón, y es desde ahí que comparten su conocimiento.

Natalia Serrano es arquitecta y una apasionada por los diseños colaborativos y participativos con distintas comunidades, como barrios sin espacio público. Ella dice que es necesario dejar de pensar que las viviendas sociales son regaladas: es a costa de la mano de obra no remunerada que pone cada familia, que se sigue capitalizado a las industrias y al sistema financiero de construcción. El trabajo no pagado engorda a los dueños de empresas.

Paisaje desde el interior de una vivienda. Foto: Ara Goudsmit.

Otro problema de la vivienda social es que está vista como un producto global estandarizado. La ideología del objeto y el consumidor se juntan para evadir, en palabras de Serrano, “los sentidos de la materialidad, ni explorar las posibilidades que tiene cada territorio, ni pensar en un laboratorio de nuevas formas y capacidades de explorar esa materialidad”. Lo que podría estar en juego es una investigación sobre cómo pensar el espacio de acuerdo a lo que está disponible y crear fuentes productivas locales. Así, “los costos pueden ser mucho menores, son recursos que están disponibles en cada lugar. El problema no es el dinero, no, es una carencia creativa y de voluntad”. Para Serrano, las viviendas son relaciones, no objetos.

Miriam Chugar, doctora en Arquitectura por la Universidad Federal de Rio de Janeiro (UFRJ), también comentó que las viviendas podrían ser hasta un 50% más económicas si se reducen los costos de transporte. El proceso participativo, además de incluir serios espacios de formación, podría evitar que el Estado invierta en viviendas que no son utilizadas, como los edificios vacíos que nadie habita. Esto significaría, según Chugar, dejar de lado la centralización de las decisiones y el pensamiento de producción masiva “en serie”.

El otro apasionado de esta historia es Santiago Zubieta, arquitecto y sociólogo, con larga experiencia de construcción en la Amazonía, especialmente escuelas y viviendas para maestros en las fronteras del país. En 2021, ganó un concurso que propició la AEV junto al Colegio de Arquitectos de Bolivia, con la perspectiva de que las obras seleccionadas sean implementadas en el país. Éste tenía la lógica de los pisos ecológicos: hacer viviendas sociales distintivas para el altiplano, los valles y llanos. Su diseño resultó ganador para llanos (Amazonía):

—El comedor estaba afuera. Era como el altar, el elemento central. La casa no es una caja donde hay que meter todo adentro. Te sofocas, es insufrible muchas veces. Mi premisa era que no puede ser más caliente adentro que afuera. Diseñé torres de viento para una climatización pasiva; es decir, que no emplee combustibles fósiles. Las otras propuestas ni por asomo tenían esa concepción. Nadie pensó en el clima, ni en las formas de vida. Todos pensaban que climatizar era con tecnología moderna, proyectos costosos, impracticables. El mío era simple, nada complicado. Había sistemas de recolección de agua de lluvia por las cubiertas, con tanques de almacenamiento, para utilizar, a partir de esos tanques, el agua reciclada. Tenía áreas de cultivo, con especies de la zona. Lo lamentable es que nunca nadie más me llamó de la Agencia Estatal de Vivienda. No se ejecutó.

Ideas, como la lejanía del baño, son importantes para diseño de casas en la Amazonía. Foto: Ara Goudsmit

Don Malaquías Rossell piensa muy parecido a Santiago Zubieta, pues conciben la importancia de la sencillez: hacer diseños sin tantas esquinas y recovecos. Y, como también afirma Natalia Serrano, Simón Muiba sostiene que es necesario que las relaciones de construcción no estén alejadas de los lugares y las labores de las personas:

— Me genera una tristeza, un dolor como persona, si tengo el mejor material dentro de mi comunidad. Está bien que ellos pongan algunas cosas, pero otros que sean del lugar. Tenemos materiales. Los recursos se van para las empresas. ¿Y los indígenas? Nada. La plata se la dan a los que tienen plata. Los ladrillos lo traen de Trinidad o Santa Cruz. Por ejemplo, tejerías existen aquí. Hay una donde hacen ladrillos cerámicos que queda por el lado del matadero [de San Ignacio de Moxos].

Y no sólo eso: las empresas llevan materiales fallados. Clara Rossell cuenta que las maderas que llevaron a Museruna estaban podridas, huecas como canoas. Exigieron que sean cambiadas. Son sus casas, quieren tenerlas bien hechas. Igual a ella le parece un poco ridículo traer ese material de lejos, cuando en su territorio árboles y las personas conocen bien cuáles tienen buena madera.

Distintos materiales son utilizados para la construcción de casas en Moxos. Foto: Ara Goudsmit

El otro tema es la temperatura. Un sol calientísimo impacta sobre los techos de las casas. El machimbre es la cobertura interna del techo, que tiene como objetivos crear una buena apariencia, y la protección y el aislamiento de las temperaturas. En Museruna, las viviendas sociales están siendo hechas con machimbre de plástico. Para el solazo que hace, comenta Clara, no es adecuado, no es justo, se reseca rápido y calienta el hogar. De hecho, el mejorar material para que el machimbre otorgue frescura es la madera y distintos tipos de bambú.

Desde la perspectiva de las líderes Clara, Sara y Simón, los techos, sea cual sea el material, necesitan ser más altos. Por lo menos de cinco metros. Según la información otorgada por el director Medina, actualmente los techos son de 3,8 metros en la Amazonía y 2,3 para el Altiplano.

Sara Rossell Amblo, presidental de la Subcentral de Mujeres del TIM. Foto: Ara Goudsmit

Otra idea: el baño puede estar retirado de la casa. Como dice Sara Rossell:

— Es muy crítico que nos pongan el baño tan cerquita de la cocina. Nosotros estamos acostumbrados a que sea retirado. Desde mi punto de vista, no es muy recomendable. Si nos hubieran preguntado…

Al fin y al cabo…

Aunque a Clara Rossell le hubiese gustado un techo de jatata, por ser más friíto, reconoce que hay muchas personas que prefieren materiales industriales como la calamina. Como ella misma dijo: “es, como decir, viendo”, viendo qué piensan las personas. Antes que nada, hay que escuchar:

—La agencia debería ver cómo queremos nuestras casas, realmente, hasta ahorita no creo que se hayan sentado con ninguna comunidad para ver cómo quieren su casa. Directamente llegan con su diseño. Eso sería bastante interesante, yo creo, si se lo planteara a la comunidad. Pero ya, ya está —y termina— igual la gente está feliz.

Tiempo y espacio son necesarios para esas mesas largas donde caben el pensamiento y las historias, luego de tomar chocolate caliente con pan de arroz. La empresa llamó «flojas» a las familias de Museruna. Pero hay voces que han llegado hasta aquí para señalar que la verdadera flojera es no hacer el trabajo de la pregunta.

Una vivienda en construcción en Santa Ana de Museruna. Foto: Ara Goudsmit.

*Este artículo es parte de la serie de publicaciones resultado del Programa de becas de ColaborAcción edición Hábitat, ejecutado con el apoyo de la Fundación Gabo, Fundación Avina y Hábitat para la Humanidad.

Ara Goudsmit Lambertín es investigadora y escritora colaboradora con distintos medios de comunicación. Trabaja en torno a saberes y memorias territoriales en contextos extractivistas. Cuenta con estudios en Ciencia Política de la Universidad de Los Andes, Colombia; y una maestría en Geografía/Estudios del Antropoceno de la Universidad de Cambridge, Reino Unido.
Ara Goudsmit Lambertín es investigadora y escritora colaboradora con distintos medios de comunicación. Trabaja en torno a saberes y memorias territoriales en contextos extractivistas. Cuenta con estudios en Ciencia Política de la Universidad de Los Andes, Colombia; y una maestría en Geografía/Estudios del Antropoceno de la Universidad de Cambridge, Reino Unido.