Las incertidumbres gobiernan en territorios indígenas del salar de Coipasa

Ara Goudsmit Lambertín

Las dinámicas en Salinas, territorio y Gobierno Autónomo Indígena Originario Campesino (GAIOC-SA), ubicado en el departamento boliviano de Oruro y custodiado por montañas de antiguos nombres y los salares Tunupa (Uyuni) y Coipasa, ayudan a comprender qué dudas y necesidades ocurren localmente en torno al megaproyecto extractivo del litio, que se piensa instalar en el salar de Coipasa.

Edición 110. Lunes 6 de noviembre de 2023

Vendedoras que madrugan para vender api en la plaza de la autonomía indígena de Salinas, señoras que ventean quinua en las calles, campesinos que caminan sembradíos secos, choferes que recorren las rutas del contrabando entre Chile y Bolivia, y distintas autoridades originarias que conocen la palabra litio. La han escuchado con fuerza desde hace algunos años y dicen que, si trae trabajo, desean el litio, pero no saben exactamente qué es, para qué sirve, cuándo va a llegar o qué efectos traerá su posible incursión.

A pesar de las promesas y esperanzas que han sido construidas en el país en torno al litio, Salinas es una geografía atravesada por la duda, un territorio al que también pertenece el salar de Coipasa, ubicado en el departamento de Oruro. De acuerdo con anuncios del gobierno, de las 23 millones de toneladas de litio que se calcula tener en Bolivia, 1,8 millones de ellas pretenden ser extraídas de este salar.

Con 3.300 kilómetros cuadrados, el salar de Coipasa es el segundo más extenso de Bolivia, después del Tunupa, ubicado en Potosí. Casi el 70% de su superficie está compuesta por el Lago Coipasa, nutrido principalmente por las aguas de los ríos Lauca, Jurco, Kuchuncho y Lacajahuira. Estos ríos no desembocan en ningún mar y, con la intensa radiación solar propia de esta zona, la evaporación de sus aguas es mayor a la cantidad que reciben.

¿Futuros del agua? Las incertidumbres gobiernan  en territorios indígenas del salar de Coipasa
El salar de Coipasa es el segundo más grande de Bolivia. Foto: Ara Goudsmit.

Poca información

En este mundo acuífero que atraviesa la sequedad del altiplano, Lucía Gutiérrez, autoridad de Yaretani, uno de los cuatro ayllus que compone Salinas, relata que sobre las formas y cantidades de uso de las fuentes hídricas para la explotación del litio, aún no se ha dialogado.

El GAIOC-SA está conformado por los ayllus aymaras (forma tradicional de comunidad originaria en la región andina) de Huatari, Cora Cora, Tunupa, Yaretani y el centro poblado de Salinas, ubicado a 261 kilómetros de la ciudad de Oruro. En 2021 se convirtió en el cuarto autogobierno indígena de Bolivia.

El gobierno y el consorcio chino CBC, compuesto por multinacionales con inversiones y proyectos mineros en todo el mundo, desde el Congo hasta Argentina, firmaron convenios en junio del presente año para invertir y construir una planta industrial en el salar de Coipasa, colindante con el ayllu Huatari, ubicado en Salinas. Sin embargo, aún no existen resultados públicos y oficiales para saber dónde y cómo se construirá el complejo industrial.

El Jiliri Mallku Zenón Huallani. Foto: Ara Goudsmit.

Hasta ahora, autoridades locales comentan que no se ha conversado sobre la consulta previa, derecho establecido en la Constitución Política del Estado (CPE), y lo que esto implica en términos de demandas y negociaciones con el Estado.

“Seguramente el gobierno tiene una agenda apretada, viene muy poco por Salinas”,  menciona el Jiliri Mallku, Zenón Huallani, autoridad máxima originaria, luego de hacer ofrendas antes de comenzar la entrevista en la Chakamana, la Casa Grande de los ayllus.

No es fácil reunir a personas en Salinas debido a la migración o la lejanía. Tampoco es fácil que las autoridades accedan a ser entrevistadas sobre los pormenores del litio, ya sea por el juego de estrategias políticas o la falta de priorización al debate público. Sin embargo, para Huallani la razón para hablar es clara: él reitera la importancia de ser reconocidos, que Salinas entre al mapa de las prioridades políticas.

Y ¿litio para qué? Según la autoridad, para que las personas vuelvan a su territorio o para quienes continúan viviendo allí, no se vayan. Litio, en sus palabras, es trabajo, aunque sea como mano de obra.

El Jiliri Mallku debe respetar reglas establecidas del chacha warmi, la filosofía aymara de complementariedad. Por eso, él no está solo en la entrevista. Ha conseguido la presencia de Lucía Gutiérrez, quien considera que la desinformación vivida en Salinas es ocasionada por un secretismo presente en el proceso de otorgar datos y tomar decisiones.

“Bajo llave hacen las reuniones –relata Gutiérrez– y hay que tratar el tema del agua con mucha delicadeza porque no tenemos en mente cuánta se va a usar”.

Lucía Gutiérrez, autoridad originaria de Yaretani. Foto: Ara Goudsmit.

Ella desea que los proyectos sean socializados en el lugar junto a las bases pues, ante todo, quieren ser partícipes.

“No es lo mismo que te lo canten a que tú oigas, mucha gente aquí no sabe lo que es el litio, ¿cómo vamos a salir a demandar y protestar si no sabemos qué es?”, continúa.

Sus palabras coinciden con un estudio realizado por la Fundación Friedrich Ebert Stiftung en Bolivia. Éste menciona que las comunidades de las zonas extractivas, al saber de qué se trata la industria del litio, comienzan a hacer exigencias pues reconocen los impactos de la producción industrial o, en el futuro, cuando los daños se hagan visibles.

Chakamana, casa grande, del GAIOC de Salinas. Foto: Ara Goudsmit.

Y ¿el porvenir acuífero?

La situación de escasez del agua en el altiplano boliviano es crítica. Andrés Quispe, autoridad de deslinde del ayllu Tunupa, relata que dos vertientes cercanas a su comunidad se han secado hace más de una década.

En planicies rodeadas de montañas en Tíbet, muy parecidas al altiplano, ya han existido operaciones industriales que, en 2016, terminaron con registros de peces muertos debido al uso de químicos de la mina de litio Ganzizhou Rongda. En los salares de Atacama en Chile, donde se explota desde la década de 1980, el 65% del agua dulce fue consumida por actividades mineras en el salar, impactando a quienes cultivan y crían animales.

Frente a esto, desde el Centro de Estudios y Pueblos Andinos (CEPA), Karen Rocha y Clemente Paco mencionan la esperada consolidación de un Foro Permanente del Litio, que espera que cuente con la participación de distintos actores de la sociedad civil, académicos, territoriales, políticos, entre otros. Su principal tarea será monitorear el cumplimiento de las normativas en torno al agua y los derechos a la consulta previa, participación ciudadana y control social en procesos de explotación en el salar de Coipasa.

Camino a Tauca, ayllu Huatari. Foto: Ara Goudsmit.

Uno de los ejes, si es que cuentan con el apoyo de la Universidad Técnica de Oruro (UTO), será iniciar un programa de televisión semanal para conformar un espacio donde se generen debates y propuestas. Esta idea, cuenta Rocha, no solo nace de la preocupación por la sequía que acecha el altiplano, sino también al ver cómo en Chile y Argentina la sociedad civil se ha movilizado para exigir un alto al daño que ocurre en territorios de minería de litio.

La tecnología que se usará en Coipsa es la de extracción directa de litio (EDL). Si bien ésta  es descrita como más “amigable”, representa para el ecosistema del salar de Coipasa una incógnita. Las EDL son una amplia gama de tecnologías complejas que, cada una, tiene diferentes tipos de impacto.

En un artículo, investigadores de las universidades de Jujuy y Salta, de Argentina, y Lorraine, de Francia, definen que es necesario cuantificar el agua dulce que implica esta tecnología, ya que puede consumir enormes cantidades, quizás más que los métodos actuales de evaporación. En dicha publicación, también se afirma que, en regiones tan áridas, la escasez de agua dulce incluso comprometería la viabilidad de extracción. Sin embargo, resalta que, como cada salar es excepcional, cada uno debería contar con investigaciones singulares pues los resultados de uno no pueden replicarse a otro.

Tierra para cultivos de quinua en Coipasa. Foto: Ara Goudsmit.

David Schörter, doctorante en antropología que investiga procesos sociales en Río Grande y la planta de Lliphi en Potosí, comenta que el Estado no está pagando por cantidades inmensas de fuentes de agua que emplea. Además, menciona que la construcción de mecanismos que vinculen el trabajo de Yacimientos de Litio Bolivianos (YLB) de forma integral con las comunidades que allí viven es muy débil.

Desde su perspectiva, se pueden generar múltiples lecciones que podrían ser aplicadas por otros salares, a partir de sus necesidades. Esto incluye llevar a cabo socializaciones más efectivas que involucren activamente a las comunidades. El respeto al derecho a la consulta previa es esencial, proporcionando información completa basada en estudios realistas e independientes. Asimismo, destaca la importancia de implementar una política que promueva la formación académica y el trabajo especializado para los miembros de las comunidades, de manera que su participación no se limite únicamente a ser mano de obra.

la quinua es uno de los productos que se produce en Salinas. Foto: Ara Goudsmit.

Para este reportaje se enviaron cartas a distintas entidades del Estado boliviano con el fin de conocer cuál es el trabajo de consulta previa a las comunidades indígenas y la ruta que están tomando para mitigar los efectos que la extracción de litio en dicho salar pueda causar: qué estudios están siendo realizados, quiénes fiscalizan la transparencia, qué datos existen hasta el momento sobre los impactos socio-ambientales y qué acciones serán realizadas para impedir el daño socio-ecológico al territorio. Hasta el cierre de esta edición, y a casi cuatro meses de la petición, no se recibió respuesta.

La rebeldía de un salar

El salar de Coipasa, cuya vastedad blanca puede ser divisada a una hora de Salinas, es una compleja geografía que genera realidades. En solo dos minutos que el chofer bajó a buscar huellas de carros para continuar el camino, su taxi fue succionado por los suelos húmedos.

Los salares son un ecosistema frágil. Foto: Ara Goudsmit.

A poca distancia, carros hundidos y oxidados por la salinidad componían el paisaje. Estos mismos, probablemente escabulléndose entre fronteras de Chile y Bolivia por las dinámicas del contrabando, habían sido quemados. Ruinas que eran testimonio vivo de la compleja geografía física y social que constituye el salar de Coipasa.

Los salares bolivianos –cuenta el investigador de la Universidad Mayor de Chile, Fernando Alfaro– son recipientes de las aguas de la cuenca Titicaca-Desaguadero-Poopó-Coipasa, algo que, por ejemplo, no pasa en Chile o Argentina. Durante la época de lluvias, el salar se inunda. Un habitante de Salinas relata que la profundidad del agua en el salar puede llegar hasta la altura de la cintura. Luego, en época seca, los suelos permanecen blandos y peligrosos para el transporte.

Alfaro explica que, como el salar se inunda y después las cosas son susceptibles a hundirse, la planta, en principio, debería ser flotante. Además, dada la blandura de los suelos, es probable que deban construirse carreteras internas. A su vez, la salmuera corroe las infraestructuras, especialmente aquellas metálicas.

¿Futuros del agua? Las incertidumbres gobiernan  en territorios indígenas del salar de Coipasa
Carros quemados y atrapados en el salar de Coipasa. Foto: Ara Goudsmit.

Para culminar con la lista de obstáculos, los contenidos de magnesio son más altos en el salar de Coipasa, elemento que hace más difícil una adecuada separación del litio.

“Es que este salar, aunque sea más pequeño, es rebelde”, comenta un trabajador de la planta piloto de YLB, ubicada en Tauca, que fue instalada en 2013.

Esta infraestructura pasó de ser una planta pensada para la investigación a ser solo un campamento base. Los laboratorios, de acuerdo al trabajador de la planta e investigadores de la UTO, dejaron de funcionar ya hace varios años. Para analizar las muestras que se extraen de Coipasa, éstas son enviadas hasta los laboratorios en Potosí.

Dudas sobre la planta industrial

Planta experimental en Tauca, ayllu Huatari. Foto: Ara Goudsmit.

Las autoridades indígenas tenían entendido que la planta industrial iba a construirse en el ayllu Huatari, pues, de acuerdo a estudios, la mayor cantidad de litio corresponde a la parte del salar que pertenece al GAIOC-SA. Pero ahora la construcción está puesta en duda.

“No hay nada que hacer, la planta se va hacer en Coipasa, quizás porque nuestras autoridades anteriores no se han movido lo suficiente o que allí hay algo mejor; aunque nosotros sabíamos que en el sector de Tauca (Salinas) era mejor” –, menciona el Jiliri.

Durante el festejo del aniversario del municipio, Luis Arce prometió a Coipasa, ubicado al norte del salar y a 75 km de distancia de Salinas, la instalación de un tendido eléctrico y una carretera. La razón se centraba en que las empresas que construirán la industria de litio requerían de dichas infraestructuras para su operación.

En efecto, el 3 de octubre se entregó equipamiento para iniciar otra planta piloto, ahora ubicada en el municipio de Coipasa. Su fin, esta vez, es la prueba de las EDL para luego escalar su producción, aunque aún no se ha mencionado dónde será la geografía final de la planta industrial.

Dentro de la planta experimental en Tauca, ayllu Huatari. Foto:Ara Goudsmit.

A Andrés Quispe, del ayllu Tunupa, le inquieta que esto genere conflictos entre los territorios que colindan y son parte del salar de Coipasa. Él comenta que este tipo de tensiones no son nuevas en Salinas. Aún habita en su memoria los conflictos limítrofes en el salar de Tunupa entre Oruro y Potosí, que terminó en la quema de domos de un hospedaje turístico en Jirira.

En circunstancias como éstas, los límites divisorios pueden funcionar como una herramienta para evitar la cooperación y colaboración entre gobiernos locales que habitan un mismo ecosistema. Sin embargo, las afectaciones al salar y a lo que le rodea no respetarán esos límites políticos.

Localmente, la ilusión del desarrollo se vive a flor de piel: el litio significa trabajo, vías, educación, un bienestar que el Estado, hasta ahora no ha podido –o querido– construir en territorios extractivos, un Estado que se hace más presente cuando el extractivismo inicia.

Dadas las rebeldías del salar, Alfaro comenta que, en términos logísticos, los costos pueden llegar a ser más altos que los beneficios, y solo considerando cuestiones económicas y no ambientales. Explica, a su vez, que un salar es resultado de un proceso muy lento, de millones de años. En contraste, el litio ha sido denominado por el presidente como los pulmones del país, asegurando que la minería en Bolivia no ha muerto y acelerará la nueva era industrial.

“Lamentablemente en los salares hay mucho litio, y no serán vistos como un gigantesco laboratorio vivo de estrategias de adaptación de larga duración en ambientes extremos (…) Un salar es el marcador de nuestra historia común. Un salar es un testigo”, cuenta Alfaro.

¿Autos para salvar el mundo?

La extracción del litio ha sido justificada bajo el paraguas de la crisis climática. Su contexto es particular: el litio vive en discursos y proyecciones alrededor de sistemas de transporte privado. Noruega promete que en 2025, el 100% de sus vehículos livianos serán emisiones cero. A partir de 2035, la Unión Europea prohibió la venta de carros nuevos que emplean gasolina y diésel.

¿Futuros del agua? Las incertidumbres gobiernan  en territorios indígenas del salar de Coipasa
Plaza principal de Salinas. Foto: Ara Goudsmit.

En un documento publicado por el Transnational Institute y Taller Ecologista, se afirma que hablar de la industria automotriz de este modo, es hablar sobre una transición corporativa sin ejes que contemplen formas de participación social y cuidado ecosistémico.

En Bolivia, el litio ha significado una invocada esperanza para superar la crisis económica. Arce Catacora, en Coipasa, mencionó que gracias a la presencia de YLB habrá mucho más movimiento en la zona alrededor de las dinámicas sociales y económicas que traiga la industria. Pero, también existen otro tipo de movimientos.

Los rituales y caminos a los chullpares de Alcaya en Huatari, a quienes sus guardianes les dejan hojas de coca y otorgan nombres que nacen del cariño, es un territorio para pensar qué es el tiempo, la muerte, y el respeto de la memoria de un lugar.

Un cementerio de autos chutos (ilegales) quemados, estancados entre una delgada capa salina y un hondo barro más parecido al pegamento que a la tierra, invocan el intenso movimiento presente en la frontera.

¿Cuáles son las imágenes del porvenir del salar? ¿Cómo se transformará una zona donde confluye el contrabando y la incursión de YLB? ¿Habrá chuteros (contrabandistas) que traigan autos eléctricos Tesla desde Chile? ¿El silencio que habita el salar será reemplazado prontamente por el ruido de máquinas y lenguas extranjeras? ¿Qué voces no serán escuchadas por los sonidos de la industria?

Quedan preguntas para cuidar tiempos futuros.

*Este texto fue producido con el apoyo de Climate Tracker América Latina y Periodistas por el Planeta.


Ara Goudsmit Lambertín es investigadora y escritora colaboradora con distintos medios de comunicación. Trabaja en torno a saberes y memorias territoriales en contextos extractivistas. Cuenta con estudios en Ciencia Política de la Universidad de Los Andes, Colombia; y una maestría en Geografía/Estudios del Antropoceno de la Universidad de Cambridge, Reino Unido.
Ara Goudsmit Lambertín es investigadora y escritora colaboradora con distintos medios de comunicación. Trabaja en torno a saberes y memorias territoriales en contextos extractivistas. Cuenta con estudios en Ciencia Política de la Universidad de Los Andes, Colombia; y una maestría en Geografía/Estudios del Antropoceno de la Universidad de Cambridge, Reino Unido.