Un grupo de mujeres de Tres Hermanos, del Territorio indígena Tacana, se organizó para producir jabones elaborados con frutos del bosque, una iniciativa con la que buscan generar ingresos mientras cuidan de la naturaleza que les rodea. Inspiradas en conocimientos ancestrales, decidieron crear jaboncillos, tanto de tocador como medicinales, utilizando los frutos de su propio bosque. Su camino no es llano, y ahora les toca recuperar los árboles que los incendios del año pasado les arrebataron, y así obtener de nuevo los frutos que usaban en su iniciativa.
Edición 115. Lunes 5 de febrero de 2024
La pequeña capilla de Tres Hermanos, comunidad indígena tacana de San Buenaventura, fue el refugio en el que una decena de mujeres se reunían al final de la tarde para experimentar y crear jaboncillos con productos naturales que recogían del bosque durante las mañanas. Así se inició la aventura de este emprendimiento que se da cerca de los cañaverales de azúcar, los que han contribuido con la deforestación de al menos 4 mil hectáreas de este municipio de la Amazonía boliviana.
“Hasta ahorita no nos hemos metido a la (producción de la) caña, y de los jabones nos está saliendo buen ingreso, porque los insumos los sacamos del monte. Lo que estamos haciendo es tratar de conservar el bosque”, cuenta Ingrid Pavari, comunaria de Tres Hermanos e integrante del proyecto Tumi.
Tumi es el emprendimiento que 10 mujeres tacanas crearon, en abril de 2023, a través del cual elaboran jabones naturales. El proyecto fue bautizado así porque ese es el nombre que recibe el motacú en lengua tacana, un árbol amazónico resistente a las inclemencias del tiempo. Al igual que el tumi, ellas sienten que esta propuesta continuará pese a los obstáculos.
Este negocio comunitario es parte de las iniciativas alternativas que se generan en la Tierra Comunitaria de Origen (TCO) Tacana 1, ubicada en San Buenaventura, municipio de La Paz, territorio que desde 2016 se ve amenazado por las actividades extractivas.
Iniciar la elaboración de jabones no fue tarea fácil, pero fue una decisión tomada en comunidad con el fin de conservar el bosque amazónico. A partir de esta elección, las mujeres optaron por una actividad alternativa para generar ingresos sin dañar el ecosistema.
Entre cañaverales
Tres Hermanos es una de las tres comunidades tacanas colindantes a la estatal Empresa Azucarera San Buenaventura (EASBA), la cual deforestó 4.573 hectáreas de área boscosa entre los años 2016 y 2019, según el estudio Agroindustria y Amazonía boliviana: El caso de la Empresa Azucarera San Buenaventura, de Daniel Robinson (CEDLA, 2019). Si bien no hay datos actualizados, una revisión de imágenes satelitales evidencia que este desmonte se profundizó en los últimos cuatro años.
Esta deforestación tuvo graves consecuencias para el territorio tacana, como lo evidencia una investigación de La Brava publicada en 2021. Estas afectaciones no solo pasaron por el cambio de uso de suelo, sino también por la contaminación de sus terrenos y fuentes de agua. Precisamente una de las comunidades más impactadas fue Tres Hermanos, la cual se encuentra a 1,8 kilómetros de las plantaciones azucareras.
“El ingenio (azucarero) nos ha afectado sumamente porque, por ejemplo, antes no se secaba el arroyo, después ya se nos ha secado y los peces se han muerto por los venenos que ellos echan a lo largo del río”, explica Ingrid.
“Los venenos” a los que la artesana se refiere son los agroquímicos con los que se riega la caña de azúcar para combatir varias plagas, los cuales llegaban en los arroyos Maige y Jiruma. En 2016 los comunarios de Tres Hermanos empezaron a notar la contaminación del Maige, afluente donde se bañaban y del que consumían agua cuando el servicio de agua potable se secaba. Desde entonces, cuestionaron la operación del ingenio y se resistieron a la producción de la caña.
Hasta marzo de 2020, la comunidad conseguía sus ingresos combinando el turismo, planes de manejo forestal, pesca y caza, pero después de la pandemia sólo obtenían ingresos por la venta de madera. Debido a esa situación, 18 familias cedieron a la producción de caña, pese a que la empresa ya tenía deudas millonarias con dos comunidades vecinas, y a que muchas de las promesas hechas por EASBA no se cumplieron.
A pesar de las contrariedades con la azucarera, las 18 familias guardaban la esperanza de que la caña les ayudaría a tener ingresos. Esa ilusión era su consuelo en medio de una decisión que no fue nada sencilla debido a los riesgos, tanto ambientales como económicos, que esta determinación implicaba. De ese modo, en 2021 la comunidad dispuso 400 hectáreas para deforestar y plantar la materia prima para el ingenio azucarero. De esa forma se uniría a las ocho comunidades tacanas que ya cultivaban ese monocultivo.
Sin embargo, su incursión a esta actividad extractiva quedó paralizada porque la empresa solicitaba varios documentos, entre ellos una personería jurídica como asociación y no solo como comunidad. A medida que esperaban que los trámites se agilicen, las consecuencias ambientales se hicieron mucho más notorias.
“Tenemos un área que era para caña, pero por la destrucción y la pérdida de animales en nuestro territorio decidimos no hacer el desmonte, no porque no queremos apoyar (a EASBA), sino porque es una gran pérdida de bosque”, explica la actual presidenta de Tumi y de la organización de mujeres de la comunidad, Mariela Chipunavi.
Comenta que sus papás y abuelos cuidaron el bosque por años y que la comunidad quiere continuar con esa tarea. Ella sabe que con la pérdida de territorio boscoso se arriesga la vida de animales silvestres, muchos de los cuales son parte de su alimentación.
“Lo mejor que hemos podido hacer es conservarlo”, afirma Mariela.
El inicio
Este proyecto se gestó en diciembre de 2022 y tuvo forma en abril de 2023. Para dar el primer paso, las mujeres se capacitaron en la Escuela de Negocios, patrocinada por Soluciones Prácticas, una organización no gubernamental que trabaja desde 2015 en el territorio tacana. En este espacio las indígenas empezaron a soñar con un emprendimiento y así generar ingresos económicos, principalmente para cubrir los costos de los alimentos que no producen.
Lo primero que hicieron fue una evaluación de sus potencialidades y del mercado. Como tenían una isla de motacú conservada, la primera idea fue extraer el aceite, pero descartaron solo dedicarse a ello porque otras comunidades lo hacían y no querían competir con ellas. Ahí nació la idea de hacer jaboncillos.
Los primeros días de enero de 2023 aquellas mujeres tacanas se capacitaron en la elaboración de estos productos. En poco tiempo, aprendieron a hacer jaboncillos de arroz y chocolate. Así dieron inicio a su emprendimiento.
Desde abril, las mujeres se acomodaron en la capilla de la comunidad, donde instalaron un pequeño laboratorio y donde probaron otros tipos de jabones. Con la fabricación de sus primeros jaboncillos se dieron cuenta de que no todos los productos se elaboraban de la misma manera, pues la transformación de alimentos era un arte nuevo para ellas. Además, comenzaron con herramientas básicas: ollas, cocinillas y garrafas, todas proporcionadas por la ONG, además de glicerina.
“Nos tocó momentos difíciles porque nosotros no teníamos molde, pero, como cuando uno recién quiere algo busca la manera, hemos empezado desde cero, con los moldes de maderita”, recuerda Ingrid.
La inspiración de la medicina tradicional
A medida que las artesanas experimentaban, se dieron cuenta de la necesidad de ofrecer una mayor variedad de jabones para ingresar al mercado. Durante sus conversaciones, recordaron las enseñanzas de sus ancestros relacionadas con la medicina tradicional.
«Los abuelos utilizaban la medicina consumiéndola y aplicándola como cataplasma. Fue entonces cuando comenzamos a innovar, ya que en nuestra comunidad contamos con muchas plantas medicinales», relata Mariela.
Así, se aventuraron al bosque en busca de frutos medicinales. Mariela recuerda que una de las primeras pruebas fue la creación de jabón de miel de abeja señorita, conocido por ayudar a eliminar manchas en la cara y granos. Le siguió el jaboncillo del árbol de guayabochi, reconocido por sus propiedades cicatrizantes.
Este proceso experimental resultó en la creación de hasta ahora 13 tipos de jaboncillos, destacando entre ellos los de albahaca con clavelillos, sangre grada, copuazú, chonta, carbón, gabetillo entre otros. De a poco, estos jabones fueron bien recibidos en Rurrenabaque, municipio vecino a San Buenaventura y su principal centro de venta.
Desde el principio, esta labor tuvo que ser tejida cuidadosamente con otras responsabilidades cotidianas. Las mujeres no solo se dedicaban a la recolección de frutos y cortezas, sino que también desempeñaban tareas como cocinar, cuidar a los niños y atender los chacos productivos, donde cultivaban arroz, cacao y plátano para el autoconsumo.
Así, cuando tenían pedidos de jabones se encontraban temprano para recoger los ingredientes del bosque; sin embargo, el compromiso no terminaba ahí. Desde las seis de la tarde hasta las 11 de la noche trabajaban unidas para transformar los frutos de la naturaleza en productos únicos y valiosos. Este esfuerzo conjunto no solo dio vida a los jaboncillos, sino que también fortaleció los lazos comunitarios y la conexión con la tierra que tanto valoran.
“Agarramos el fruto de la chonta que está recién caído del árbol, pelamos bien, la estrujamos. Ese jugo le echamos a la glicerina. Después le echamos un poco de aceite de motacú y un poco de esencia para hacer nuestro jabón”, cuenta sobre el procedimiento Limarciani Porcel, otra de las artesanas.
Mayor producción en casa propia
Gracias a la orientación proporcionada por la ONG, las mujeres de la comunidad participaron activamente en ferias locales en Rurrenabaque y en ciudades como La Paz, donde lograron que sus jabones ganen mayor reconocimiento. Con el aumento de la demanda, tomaron conciencia de la necesidad de expandirse, y decidieron emprender la construcción de su propia planta procesadora.
Esta iniciativa se llevó a cabo mediante una colaboración estratégica con Soluciones Prácticas, la que aportó calaminas y cemento, y la comunidad contribuyó con materiales locales como madera, áridos y otros, además de brindar la mano de obra necesaria. A lo largo de tres meses, las socias de Tumi, con la ayuda de los hombres de la comunidad, erigieron su propio taller.
Con la planta, la ONG —a través del financiamiento del Fondo Flamenco de Bosques Tropicales y el Gobierno de Canadá— facilitó la adquisición de equipamiento esencial, como un sistema fotovoltaico, una refrigeradora y una extrusora de aceite, entre otros instrumentos de trabajo. La implementación de este equipo mejoró significativamente la eficiencia de producción, lo que permitió que Tumi incremente su capacidad de fabricación. Inicialmente, comenzaron con 10 unidades diarias, pero con el tiempo, y en respuesta a la creciente demanda, lograron producir hasta 100 jabones por día.
“Al principio lo hacíamos de forma manual, pero luego conseguimos algunas máquinas para facilitar el trabajo, ya que se volvía muy pesado para nosotras”, cuenta Mariela, quien destaca la evolución del proceso.
Jabones que conquistan
En junio de este año, más de 300 personas se congregaron en Rurrenabaque para participar en el Pre Foro Andino Amazónico. Durante el evento, la agrupación Tumi tuvo la oportunidad de vender sus jabones, cautivando a muchos de los visitantes, quienes quedaron fascinados y adquirieron varios productos de la producción.
Gracias a la aceptación de los jabones, no solo se abrieron oportunidades en Rurrenabaque, sino también en los mercados de La Paz. La representante de Soluciones Prácticas, Yolanda, destaca que muchas emprendedoras carecían de cuentas bancarias, motivo por el cual la ONG se encarga de gestionar los pedidos para La Paz. Además, han logrado colocar sus productos en establecimientos físicos, como el Punto Bolivia en la urbe paceña.
En el caso de Rurrenabaque, las productoras han establecido contratos directos con operadores turísticos, permitiendo que sus productos estén disponibles en lugares como el restaurante Luz de Mar y en hoteles como Maya o Tacana. Además, lograron hacer un envío a Santa Cruz y Cochabamba.
Actualmente, ellas venden a través de la marca Tacana, creada por el Consejo Indígena del Pueblo Tacana, la cual agrupa productos de todas las comunidades de esta cultura. Los pedidos se pueden realizar a través de su página web.
A pesar de esto, la comercialización de estos jabones aún enfrenta limitaciones, y se espera el respaldo del municipio. Al respecto, el secretario municipal, José Manuel Pinto, explica que el presupuesto actual del Gobierno municipal de San Buenaventura se enfoca principalmente en cubrir necesidades básicas. A pesar de ello, dice que han establecido convenios con ONGs que puedan contribuir en la promoción de los productos de las comunidades.
Los devastadores incendios
Las tradicionales caminatas por el bosque para recolectar flores, frutos, cortezas y resinas de los árboles han perdido su esencia este año. A diferencia de septiembre de 2023 —cuando las tacanas regresaban de sus recorridos con las manos llenas— los dos meses pasados regresaron con las manos vacías y un pesar profundo. Lo que antes era un exuberante bosque verde ahora está dominado por árboles y arbustos quemados por los incendios de octubre y noviembre del año pasado.
Los incendios forestales asolaron el corredor preamazónico entre La Paz y Beni, y arrasaron 251.706 hectáreas con 23.927 focos de calor, un aumento del 389% respecto a 2022, según un análisis de la Fundación TIERRA.
Una de las comunidades más afectadas fue Tres Hermanos. Esta reporta que la mayor parte de los chacos y áreas boscosas fue impactada. Aunque no hay datos oficiales, se estima que más del 50% fue consumido por las llamas.
Don Federico Chipunavi, excorregidor (2018-2023) y padre de Mariela, recuerda los días en que el fuego rodeó la comunidad, situación que puso en peligro los hogares y la salud de los habitantes debido a la densa humareda.
“Nos ha encerrado el fuego y no hemos podido salir. Éramos pocos, pero por lo menos hemos salvado la comunidad. Nos han evacuado a San Buenaventura, a 25 niños y cinco personas adultas”, rememora.
Mariela destaca el impacto devastador del fuego en las hectáreas destinadas a la organización de mujeres, con una afectación del 50% en una y la pérdida total en la otra. A consecuencia de esto, la producción de los jaboncillos ha disminuido considerablemente. Aunque Tumi aún acepta algunos pedidos, ahora depende de las reservas y de la ayuda de otras comunidades no tan afectadas por el fuego.
Además de la producción, las comunarias se enfrentan a la escasez de alimentos para su autoconsumo. “La quemazón nos ha dejado como recién llegados, porque no tenemos nada. Teníamos café, chocolate, maíz, maní; todo se ha quemado», cuenta Ingrid.
Aunque Soluciones Prácticas proporcionó a finales de año semillas de arroz, frijol y plátano, la comunidad deberá esperar al menos tres meses para la cosecha, lo que complica aún más la difícil situación.
Continuar tras las cenizas
Las mujeres de la comunidad coinciden en que el desafío más significativo en la elaboración de jabones es superar las secuelas de los incendios. A pesar de la escasez de materia prima, perseveran con su emprendimiento. Aunque a veces se sienten desanimadas, encuentran motivación al recordar la positiva acogida de los compradores hacia sus jabones.
Mariela explica que la unión de la comunidad les permite idear soluciones no solo para apoyar a Tumi, sino también para superar otras consecuencias en Tres Hermanos. Además, destaca que la iniciativa está abierta a todas las personas, sin distinción de edad o género.
Otro desafío importante radica en la expansión de mercados y en el perfeccionamiento de habilidades en la comercialización. Las emprendedoras aspiran a llevar su proyecto de jabones a otros departamentos y establecer nuevos puntos de venta.
“Eso es lo que estamos luchando, estamos bregando, pero yo sé que con la ayuda de la comunidad vamos a seguir adelante y vamos a lograr lo que queremos”, concluye Ingrid Pavari.
Este testimonio resalta la perseverancia y el espíritu emprendedor de las mujeres, a pesar de los desafíos y obstáculos que enfrentan en un biodiverso bosque amazónico amenazado por las actividades extractivas.
Videos e infografía: Sara Vásquez.
Fotos: Luis Salazar, Rocío Condori, Soluciones Prácticas y Organización Tumi.
*Este reportaje se elaboró en el marco del Fondo concursable de apoyo a la investigación periodística, enmarcado en periodismo de soluciones (PdS), organizado por la Fundación para el Periodismo con el apoyo de la National Endowment for Democracy (NED).