El municipio orureño es el principal productor de lácteos del occidente de Bolivia gracias a la represa de Tacagua. Las mujeres agroganaderas son parte esencial del trabajo cotidiano de obtención de alimentos en esas tierras altiplánicas que lidian contra la sequía creciente en el país. Mientras siembran, ordeñan y llevan lo que elaboran al mercado, se mantienen alertas para evitar la incursión minera, conscientes de que hay una violencia ambiental que al dañar la tierra las daña a ellas y a sus familias. La lucha de la comunidad ha derivado en una ley municipal que declara la zona libre de actividad y contaminación minera.
Edición 147. Martes, 5 noviembre de 2024.
La represa se encuentra en Challapata, la Capital Agrícola, Ganadera e Industrial Lechera del Occidente Boliviano, que acaba de declararse, mediante Ley 403/2024, un municipio libre de actividad y contaminación minera en defensa de las fuentes de agua y de la producción agropecuaria lechera.
La declaratoria traduce más de 30 años de movilizaciones de la población challapateña para frenar a distintas empresas mineras, nacionales y transnacionales, interesadas en la explotación de oro a cielo abierto.
Challapata es el segundo municipio más importante del departamento de Oruro, ubicado a 120 kilómetros de la ciudad capital. Según los datos preliminares del Censo de Población y Vivienda de 2024, en esa región viven 35.339 personas, un 20% más que en el censo de 2012.
Tacagua, la vida gota a gota
Las vacas que cuida y ordeña Prudencia Copa Chaca tienen nombres propios: Negra, Maruja, Colorada… “Gracias a ellas —dice de los animales— he podido hacer estudiar a mis cinco hijos, hoy todos profesionales”.
Estos días de mediados de septiembre, 12 de las 35 vacas de Prudencia y su esposo David Chungara, vecinos de la comunidad de San Pedro de Puni Ilave, están dando leche. Esto permite a la pareja producir unos 70 litros diarios que, ya en tiempos de lluvia y con el agua de la represa, pueden llegar a 120.
“Hace 45 años que hago este trabajo”, explica Prudencia, sólo que antes ordeñaba a mano y ahora dispone de una máquina que facilita su labor. Lo que esta familia espera es que se apruebe su trámite para vender la leche a la estatal Empresa Boliviana de Alimentos y Derivados (EBA), que acopia el insumo para elaborar variedad de productos en la planta procesadora que está en Challapata.
Las vacas lecheras y las “secas”, como se llama a las que no tienen cría, rumian bajo el sol altiplánico. Al mediodía las llevarán a los bebederos que se llenan con agua de pozo. Lo importante es que estos animales coman y beban a tiempo, “sano, sin contaminantes”, dice su cuidadora.
En medio del paisaje color tierra de San Pedro de Puni Ilave, con casas de adobe y algunas pocas de ladrillo, asoma la alfalfa sembrada por los productores agropecuarios. Hay también cebada forrajera y avena, pero lo que destaca es el verdor de la alfalfa. La esperanza para que las plantas crezcan y haya suficiente para almacenar está puesta en Tacagua, la segunda represa más grande de Bolivia por su capacidad para almacenar 45 millones de metros cúbicos de agua: tres ríos y la lluvia ayudan a colmarla.
Las compuertas se abren una vez al año. Esta vez fue el 30 de septiembre y desde entonces se regará durante unos dos meses a través de la galería filtrante que beneficia a 44 comunidades del norte, sur y centro de Challapata.
La represa de Tacagua comenzó a funcionar en 1961, con lo que se potenció el tradicional cultivo de haba, papa y arveja, además de forraje para ovejas, llamas y vacas. En los años 80, los buenos resultados de la crianza de ganado vacuno convencieron a los campesinos, muchos de los cuales se volcaron exclusivamente a la producción de leche, sus derivados y carne.
Hoy son 1.200 socios los registrados en la Asociación de Usuarios del Sistema Nacional de Riego Tacagua 2, los que junto a sus familias son beneficiarios de un recurso que es cada vez más escaso en el altiplano.
Los usuarios o regantes están reconocidos por la Ley 2878 como miembros de asociaciones –o comités, cooperativas y otras formas de organización– que, sin fines de lucro, administran, operan y mantienen los sistemas de riego, además de que promueven actividades relacionadas con la producción agropecuaria y forestal.
La sombra de la sequía
En la propiedad vecina está Arminda García. “Tengo 10 vacas, 80 ovejas, unos cuantos chanchos y una llama”, dice, mientras señala los distintos corrales. Alejandro, el esposo, debe moverse entre ésta y otras tierras de cultivos, así que no siempre puede ayudarla en una labor “que exige mucha dedicación, no nos podemos descuidar”.
La mirada de Arminda se desvía de pronto: “Esas aves que llamamos wallata son una plaga”, se preocupa al mirar las plantaciones de alfalfa sobre las que descienden pájaros de plumaje oscuro. “Comen los brotes y no sabemos cómo ahuyentarlos desde que aparecieron, seguramente huyendo de la sequía del lago Poopó”, dice.
Arminda habla del lago orureño, el segundo más grande de Bolivia luego del Titicaca de La Paz, y que desde 2014 se va secando como consecuencia de la crisis climática y del desvío de ríos por la actividad minera en la zona. Hasta ese lago, ubicado al oeste de Challapata, suele llegar el agua de Tacagua cuando hay un excedente.
“Por eso defendemos nuestra agua”, afirma Teodora Vásquez Poquechoca, madre de cuatro hijos, tres de ellos estudiantes en las ciudades de Challapata y Oruro.
“Tacagua es muy importante, sin agua no hay vida”, describe Teodora el valor de la represa, no sólo para asegurar el forraje, sino para mantener parcelas de papa y haba, “aunque cada vez más pequeñas”, como pequeña es su propiedad.
Renamat, el territorio y las mujeres
Los hombres, que son quienes ocupan más cargos en la asociación, se van a las reuniones, “y nosotras nos quedamos a cargo de los animales” y de atender la casa y a los hijos, dice Teodora. Por eso, porque su rutina cambia, le “gusta bastante” ser parte de la Renamat.
El Colectivo Casa (Colectivo de Coordinación de Acciones Socio Ambientales) acompaña a comunidades de cuatro municipios de Oruro –Challapata, Machacamarca, Poopó y Pazña– en la gestión de conflictos medioambientales.
La coordinadora Ángela Cuenca recuerda que en las reuniones había una constante: en la plenaria, los hombres participaban y las mujeres mantenían silencio, pero ya al margen eran ellas las que hacían propuestas importantes y comunicaban sus pensamientos y sentimientos.
Esto motivó la apertura de espacios de formación que derivaron en la creación de Renamat en 2013, red que entrelaza a mujeres de comunidades afectadas por la minería en Oruro, La Paz y Potosí.
Entre los logros de la red está el haber definido un tipo de violencia que recae en los cuerpos de las mujeres, esa que “al afectar al territorio afecta derechos como el acceso al agua, la soberanía alimentaria, la salud, la economía y otros”, dice Cuenca.
Teodora refleja lo dicho desde su vivencia: “Al principio, yo no hablaba en las reuniones de la red, tenía miedo, pero poco a poco fui ganando confianza”. Ahora ella expresa en voz alta que la minería no va a entrar, pues si se contaminan la tierra y el agua, “no habrá vacas, ni ovejas, ni vida; no habrá Challapata”.
Esa certeza viene, para el caso de las challapateñas, de haber escuchado a compañeras de comunidades víctimas del extractivismo minero, de haberlas visitado. “No queremos que nos pase lo mismo”, concluyen, y también tejen redes de solidaridad con quienes sufren y para hacer visibles los conflictos.
La importancia de las mujeres de la Renamat ha sido explícitamente reconocida el 30 de septiembre, en Tacagua, cuando Wilson Leniz Huarita, secretario municipal Financiero, a nombre del Alcalde de Challapata se dirigió a ellas diciendo: “Sin ustedes, los regantes estaríamos debilitados; ustedes son la fortaleza”.
En alerta constante
Un ejemplo reciente de la lucha de Challapata contra la minería es Malliri, una comunidad donde se intervino en 2023 para lograr la suspensión de labores de la minera PiedraSsulf SRL. Esa empresa nacional tenía una concesión anterior a la Ley de Minería; pero, como se supo por denuncia de los comunarios de Malliri, estaba explotando antimonio a cielo abierto con una licencia para operaciones pequeñas.
Malliri no es parte del área de riego de Tacagua, pero el río Juchusuma que pasa por el lugar alimenta uno de los canales de riego que llega hasta el lago Poopó, explica Ángela Cuenca.
Autoridades de los siete ayllus de Challapata, del Gobierno municipal, la asociación de regantes, la Renamat y el Colectivo Casa –todos los cuales conforman el Comité Interinstitucional de Defensa de la Madre Tierra– se movilizaron y consiguieron que, tras una inspección de los ministerios de Minería y de Medio Ambiente, se paralicen las operaciones ilegales.
En abril de 2024, Challapata presentó ante la Autoridad Jurisdiccional Administrativa Minera (AJAM) la solicitud para que se defina la suspensión definitiva. El proceso está en curso.
Ángela Ayala, que por su edad ya no tiene vacas ni siembra y que ha visto marcharse a las ciudades a seis de sus siete hijos e hijas, se declara decidida a seguir en pie de lucha para rechazar la actividad minera.
“Aquí bloqueamos”, señala –refiriéndose a las varias veces que han debido presionar para evitar que se opere en el cerro de Achachucani–, el cruce entre el ingreso a Tacagua y la vía que conduce al vecino departamento de Potosí. “Dormimos allí”, apunta a un costado del camino que no es sino tierra y arbustos secos. “Por ahora hemos ganado, pero estamos alerta todo el tiempo”, afirma.
Luego de que toda el agua de la represa descienda, las familias beneficiarias se organizarán para limpiarla. Pero, desde hace tiempo que esa labor es insuficiente, pues el lodo que ha ido reuniéndose a lo largo de 60 años ha reducido la capacidad de Tacagua a menos del 50%: se calcula que ahora almacena unos 22 millones de metros cúbicos. Para el dragado se necesitarán 40 millones de dólares, coinciden en el estimado Rubén Alconcé Yujra, presidente de la asociación de usuarios, y la concejal Lili Córdova Puma.
La preocupación crece cuando es evidente que no hay recursos suficientes en el municipio para atender tal prioridad. “Tendremos que acudir a la cooperación internacional”, dice Lili Córdova, quien explica que el presupuesto contempla tres fases: tratamiento de las cuencas, dragado y revestimiento de la represa.
La urgencia se explica asimismo por la disminución de lluvias que afecta a toda Bolivia y que desde 2016 ha representado, según datos del Instituto Nacional de Estadística, 28% menos de precipitaciones. El historial de días de lluvia por año para el caso de Oruro muestra que si en 2005 hubo 75, en 2022 se registraron solamente 37.
Machismo por vencer
Rubén Alconcé es de la norteña comunidad de Waña Kawa. Fue elegido presidente en reunión magna de los 1.200 usuarios, como pasará con su sucesor en 2025, el que provendrá de la zona central, y del sur en 2026. Es la forma de alternancia que se respeta en Challapata, aunque por ahora sólo es regional, no de género.
“Ya hay mujeres en los directorios zonales, secretarias de actas y de hacienda, y juezas de agua”, dice este hombre, quien cree que en “algún momento, una compañera ocupará la presidencia”. Por lo pronto, “las señoras regantes ayudan en todo aspecto”.
Si bien hombres y mujeres trabajan la tierra y se ocupan del ganado, en general son ellas las que elaboran los quesos y el yogurt, además de que llevan los productos a las ferias. Una de éstas, la “feria del queso”, se desarrolla en la ciudad de Challapata los jueves a partir de las 17.00. Allí se asientan mujeres con cajas llenas de queso, quesillo y yogurt artesanal. Compradores al raleo y los mayoristas acuden al lugar. Es así que los “quesos de Challapata”, sin sello ni empaque que los distinga, salen hacia Oruro, La Paz, Potosí y adonde el comerciante decida llegar.
Jenny Benavides es una joven que no sólo ordeña a las vacas de la propiedad de su tío Cidar Cepeda, en la comunidad de Macallu. Es ella quien lleva a pastar a los animales, quien hace quesos –40 por día– y quien a veces arma equipaje para dirigirse a la fronteriza localidad de Villazón (Potosí).
“Me siento en la calle y los quesos se acaban; los compran incluso argentinos que cruzan la frontera y que ya conocen la calidad de nuestros quesos”, cuenta.
Cidar, presidente de los regantes de la zona central revela otra realidad que tomar en cuenta: “Sólo con la leche, en las condiciones actuales de los agroganaderos, es imposible lograr mejoras en la producción”,aa en gran parte artesanal; tales limitaciones, relacionadas también con el minifundio, quizás expliquen la emigración de sus vecinos: “Éramos 19 familias en Macallu, hoy quedamos cinco”.
Los hijos de César también se han marchado de la comunidad. Como los de Prudencia. Como los de Teodora y tal vez los de Ángela que ahora están en el colegio y ya no ayudan en las labores del campo. “Pero van a volver, como yo hice, pues aquí tienen su casa y sus animales”, reflexiona Teodora que, eso sí, advierte: “Si se contamina, no habrá dónde regresar y ahí sí todos tendremos que irnos”.
“Siempre el agua”
La pregunta ¿agua u oro? surge de nuevo, inevitable por cuanto ocurre en Bolivia con el avance de la minería, incluso en áreas protegidas. Es ineludible también ante decisiones a las que se ven obligados otros municipios, como los paceños Palos Blancos y Alto Beni, cercados por la fiebre del oro en Yungas y la Amazonía. Éstos, al igual que Challapata, han aprobado leyes locales con la esperanza de verse libres de explotación y contaminación minera.
“Siempre el agua; el oro es pasajero”, ha respondido a la disyuntiva el dirigente Rubén Alconcé.
Prudencia, Delma, Isidora, Teodora, Jenny, Ángela y Venancia, como otras mujeres challapateñas, lo respaldan desde su día a día regando los cultivos que aseguran el autoconsumo de papa, haba, en algún caso hortalizas, o elaborando pito y tostado de haba, de alto valor nutricional. Lo hacen también desde su cuidado del ganado para que no falte dinero y haya comida en la mesa.
A otros hogares, lo que trabajan las y los regantes de Challapata llega en forma de productos elaborados por EBA: leche pasteurizada y saborizada, yogurt frutado y queso.
Una pequeña tienda en el centro de Challapata es atendida por Edeltrudis Calani, la hija de Ángela, quien explica que de a poco sube la demanda local que antes era cautiva de la competencia que representa la empresa privada PIL.
Pero también existen, como está dicho, los quesos y el yogurt artesanal. Una maestra en este último producto es Isidora Tito, capaz de dar una clase magistral de cuanto sabe, tal cual ha hecho para la cámara de La Brava y junto a sus compañeras de la Renamat. Una de ellas, Delma Mamani, es quien desde lo alto de la represa de Tacagua, a donde ha llevado a su pequeña nieta, lanza la sentencia: “Agua sí, oro no”.
*Este texto fue elaborado con el apoyo de la Fundación Rosa Luxemburg (FRL), con fondos del BMZ (Ministerio Federal para la Cooperación y el Desarrollo Económico de la República Federal de Alemania)