Marcos Uzquiano es uno de los guardaparques y ambientalistas más reconocidos de Bolivia. Su compromiso con la naturaleza y el bosque le ha conllevado amenazas, procesos en el Sernap y demandas legales.
Edición 161. Lunes, 28 de julio de 2025.
De niño, Marcos Uzquiano Howard pasaba horas observando la llegada de los peces por el río Beni, en la Amazonía boliviana. Sabía exactamente en qué época del año arribarían las sardinas, los chipichipis, los sábalos y otros. Aquellas observaciones, junto a los recorridos por el bosque de la mano de su abuela, despertaron en él una profunda pasión por la naturaleza y su interés por cuidarla. Cuando supo que el jaguar era el animal más grande del bosque y que ayudaba a mantener el equilibrio del ecosistema, entendió que quería ser como uno de ellos: adentrarse en la selva y cazar las amenazas contra el territorio. Esa idea se convirtió en una obsesión, lo que preocupaba a su madre, quien ya intuía que ese camino le traería muchos problemas. Y tenía razón.
“De mi conexión con el río, con las montañas, con la selva viene mi pasión de ser un jaguar y proteger el territorio, pero yo no sabía cómo. En 1998 hice un voluntariado en el Madidi y ahí nació mi interés (de trabajar ahí), porque veía el trabajo de los guardaparques contra el tráfico de madera”, dice Marcos, con voz serena pero firme.
Uzquiano tiene piel oscura, porte militar y mirada penetrante. Es uno de los guardaparques más conocidos de Bolivia y actualmente es jefe de Protección en la Reserva de la Biosfera Estación Biológica del Beni, dependiente del Servicio Nacional de Áreas Protegidas (Sernap).
En sus 22 años de carrera ha logrado visibilizar y frenar —al menos por un tiempo— el tráfico de jaguares, la minería ilegal y ha denunciado sistemáticamente la deforestación. Pero ese trabajo también le ha costado amenazas, enemigos, procesos penales y despidos.
Marcos fue criado en el seno de una familia indígena tacana, encabezada por su madre y su abuela —ya que su padre murió cuando él tenía cinco años—. Por ello, actúa guiado por los valores que ellas le enseñaron: amar y cuidar el bosque.
Haber nacido en San Buenaventura (La Paz), uno de los cinco que albergan dentro de sus límites el Parque Nacional y Área Natural de Manejo Integrado (ANMI) Madidi, hizo que Marcos desarrollara una conexión especial con este territorio. Allí dio sus primeros pasos en el cuidado de las áreas protegidas: primero como voluntario en 1998 y, más tarde, en 2011, asumió oficialmente el cargo como guardaparque.

El rebelde
A sus 48 años, Marcos no duda en decir lo que piensa. Casi siempre, lo que piensa está ligado a su obsesión con el bosque amazónico. Esto lo ha puesto en conflicto más de una vez. El más reciente le arruinó su último día de 2024, cuando recibió su memorándum de destitución como jefe de Protección en la Reserva de la Biosfera.
“Los guardaparques dieron la alerta por medios digitales, pero no fueron escuchados. Hoy son millones las hectáreas de bosques y pampas incendiadas”, fue uno de los reclamos que Uzquiano publicó en su cuenta de Facebook el año pasado.
Su molestia se debía a que los incendios forestales que afectaron la Amazonía boliviana y principalmente la Chiquitania –región de bosques tropicales secos al este del país— no fueron atendidos de manera adecuada. Según datos de la Fundación Tierra, esos incendios alcanzaron un récord histórico, con 12,6 millones de hectáreas quemadas.
A esas y otras denuncias públicas de Uzquiano se sumó una demanda legal que él mismo inició contra una empresa de turismo por la caza de jaguares en el ANMI San Matías (Santa Cruz), así como sus constantes cuestionamientos a la minería ilegal en el Madidi (La Paz).

En ese contexto llegó su destitución —junto con la de Guido García, director del ANMI Kaa Iya del Gran Chaco— sin mayores argumentos. En el caso de Marcos, días antes había recibido una calificación de 10 sobre 10 en la evaluación anual de sus funciones.
Para el Sernap, muchas de sus acciones fueron consideradas cuestionables y contrarias a las normas. Así lo hizo saber días después mediante un proceso administrativo. Entre los argumentos se mencionaban: haber alertado sobre los incendios forestales en redes sociales sin una comunicación oficial previa; ejercer también como presidente de la Asociación Boliviana de Guardaparques (Abolac); y cuestionar públicamente a las autoridades en entrevistas con medios de comunicación.
Una de las políticas del Gobierno del Movimiento Al Socialismo (MAS) –partido oficialista boliviano– ha sido no aceptar el libre pensamiento en sus filas. Así lo evidenció el entonces presidente Evo Morales en 2012 al declarar que las autoridades “no son librepensantes”. Por lo tanto, los actos de Marcos serían considerados rebeldes.
“Marcos ha sufrido no solo amenazas (externas), sino también despidos, procesos administrativos dentro del Sernap. Es la paradoja más horrenda y escandalosa, porque le siguen procesos precisamente por cumplir con su trabajo y defender la naturaleza”, explica Cecilia Requena, senadora por Comunidad Ciudadana.
Gracias a que Marcos hizo pública su destitución y al amparo constitucional interpuesto por la Defensoría del Pueblo –un organismo público de derechos humanos–, la justicia anuló el memorándum de despido y ordenó su reincorporación como jefe de Protección. A mediados de enero de este año volvió a ocupar su cargo.
El Madidi, su gran pasión
Su pasión más fuerte tiene nombre propio: el Parque Nacional Madidi. Es uno de los lugares donde más tiempo ha trabajado y donde fue testigo de cómo las amenazas a esta área protegida —una de las más biodiversas del mundo— fueron cambiando en los últimos 25 años. Primero, el tráfico de madera era la gran amenaza; luego, la minería ilegal de oro, que actualmente causa los mayores impactos, principalmente en el sector B, ubicado en el municipio de Apolo.
Enfrentar la minería ilegal le trajo múltiples consecuencias. Recibió amenazas, fue destituido como jefe de Protección del parque en 2015 —aunque poco después fue restituido como director interino— y finalmente, en 2021, fue trasladado a la Reserva de la Biosfera, donde actualmente trabaja.
También enfrentó un proceso penal en 2023. Uzquiano –junto al jefe interino de Protección del Madidi, Raúl Santa Cruz– fue denunciado por difamación tras publicar en redes sociales el intento de ingreso de una caravana con maquinaria pesada al parque.

Sin embargo, haber visibilizado el caso permitió que Antonio Cajías, activista ambiental, y la senadora Requena interpusieran una acción popular, que logró paralizar la actividad minera por 30 días. Aunque la medida no se cumplió en su totalidad, marcó un hito en la defensa de las áreas protegidas.
Cuando Marcos habla del Madidi, su tono combina melancolía, decepción y rabia. Melancolía, porque extraña el lugar donde aprendió a amar y defender el bosque; decepción, porque siente que la protección se ha debilitado frente a las amenazas; y rabia, porque las actividades extractivas están haciendo que su biodiversidad se pierda poco a poco.
El cambio climático desde sus ojos
Mientras recorre en bote el río Maniqui, dentro de la Reserva de la Biosfera, Marcos percibe cómo el cambio climático afecta esa parte de la Amazonía boliviana.
“Uno de los aspectos críticos son las inundaciones, que golpean con mucha dureza a poblaciones vulnerables, como los indígenas chimanes que habitan sobre el río Maniqui. Estas inundaciones, que antes no eran tan severas o, si lo eran, eran más predecibles”, relata al final de una jornada.
Cuenta que las consecuencias de las fuertes lluvias se agravan por una “palizada” que se formó hace unos 30 años en ese afluente. Esta acumulación de sedimentos y restos de árboles ha obstruido el cauce a lo largo de 30 kilómetros, principalmente debido a la deforestación en la cabecera del Maniqui.
Esas inundaciones también afectan a los animales, como a las tortugas de río. El represamiento de las aguas altera su hábitat y provoca que las playas naturales, donde antes desovaban con seguridad, dejen de ser adecuadas para ese proceso vital.

La primera vez que Marcos percibió las afectaciones del cambio climático en la Amazonía fue en 2012. Ese año, una de las primeras veces en que las quemas superaron el millón de hectáreas, varias áreas del parque se incendiaron por la sequedad inusual de la vegetación.
Un compromiso de vida

La pasión de Marcos por la naturaleza y su labor como guardaparque no solo le ha valido reconocimientos nacionales e internacionales —como los otorgados por la UICN y la Comisión Mundial de Áreas Protegidas (CMAP)—, sino también el respeto y la admiración de su entorno más cercano.
Su familia, en particular, ha sido testigo de esa entrega, pero también ha vivido con preocupación los riesgos que ha asumido. Durante años temieron por su seguridad, e incluso le pedían que se apartara de su trabajo.
“Al final entendieron que era una convicción, un compromiso de vida mío. Cambiar esa esencia era dejar de ser yo. Eso, para mí, era innegociable”, asegura Marcos.
Aunque ha enfrentado momentos difíciles —incluidas amenazas contra su integridad—, asegura que el mayor reconocimiento es el respaldo de la gente y de las redes defensoras de la naturaleza. Su camino no ha sido fácil, pero sigue adelante con la misma determinación que al principio, protegiendo el bosque como un jaguar.
***
Foto de portada: Patrullaje por el Río Curiraba del Beni. Foto: Cain Cuata Guimo.