Los macrodistritos Max Paredes, Periférica y San Antonio son los más afectados por la pérdida de árboles, aunque todos sufren por el avance, muchas veces descontrolado, de la urbanización. El 25% desaparecido equivale, según el GAMLP, a 3.460 hectáreas comparables con 4.761 estadios de fútbol. Y la amenaza persiste.
Edición 129. Miércoles, 12 de junio de 2024.
El ruido de motosierras, a la una o dos de la madrugada, aún despierta a Maribel Bacarreza, de 48 años. Ella solía ver cuando era niña corretear vizcachas y lagartijas entre los eucaliptos y pinos de la urbanización Plan Autopista; ese paisaje de vida natural se ha ido reduciendo, lo que abundan hoy son ladrillos y cemento de casas y calles. Su esposo, Sergio, calcula que en los tres años recientes fueron tumbados unos 200 árboles y que lo mismo pasa en las serranías de Ciudadela, zona colindante con el Plan Autopista.
La pérdida de mancha boscosa afecta, sin embargo, no sólo al macrodistrito Max Paredes –que se extiende en el noroeste de La Paz y al que pertenecen las zonas citadas– sino a toda la urbe. Según María del Carmen Rocabado, secretaría municipal de Planificación, en la última década se habrían perdido 3.460 hectáreas de masa boscosa equivalentes a 4.761 estadios de fútbol profesional.
A través de Google Earth, La Brava observó y comparó los mapas de 2012 y 2022; la evidencia es clara: la masa boscosa se ha reducido en proporción inversa a la mancha urbana.
El estudio académico de 2022, Monitoreo de superficie arbórea en el emplazamiento urbano del municipio de La Paz, de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), revela que en los macrodistritos Max Paredes, Periférica y San Antonio, en nueve años (2012 a 2020) se produjo una pérdida de superficie arbórea equivalente a 2.177 hectáreas.
Según esa investigación, la más afectada es el área forestal de la Periférica –macrodistrito del norte– que perdió 15,56 hectáreas de superficie arbórea, equivalente a 17.556 árboles. Las causas, se mencionan en el estudio, son los loteamientos y edificaciones.
El segundo espacio más afectado es el Bosquecillo de Pura Pura, que corresponde al macrodistrito Max Paredes, con 4,54 hectáreas de pérdida. Tala para loteamientos y la construcción del centro cultural andino “Waka Katari” han provocado la muerte de 4.978 árboles, se calcula.
En tercer lugar está el macrodistrito San Antonio, este de La Paz, donde se encuentra el área forestal San Antonio, que ha perdido 1,67 hectáreas de bosque, con lo que se estima que 1.672 árboles fueron derribados, también debido a los loteamientos.
En el caso del Plan Autopista, Maribel recuerda que hubo un tiempo, cuando comenzaron los loteamientos, en que los árboles aparecían ardiendo. “Tipo incendios provocados, y a las dos o tres de la mañana, se escuchaban las motosierras; así, poco a poco empezaron a construir casas” en esas áreas antes verdes, relata.
No hay testimonio de vecinos, hoy adultos mayores, que pase por alto la desaparición de árboles cuando se les pide recordar el origen de su barrio o lo más destacado que guarda como imagen del pasado. Así se comprueba en el libro de 2009, Mi barrio cuenta y yo cuento con mi barrio: Historia de 100 barrios paceños. Por ejemplo, Killi Killi (centro norte de la ciudad), además de sembradíos de vegetales, tenía “algunos árboles frutales como ser duraznos, ciruelos y guindales”, recuerda Freddy Bustillos Riveros, e igual cuenta Alfredo Barrera (de 65 años en 2009) sobre San Antonio Bajo (este), que “era un espacio de huertos y más que nada de guindales”, como que el barrio vecino de San José, para un antiguo habitante “era monte; había fincas con árboles frutales y animales”.
En seis años, los macrodistritos Max Paredes, Periférica y San Antonio han recibido a 105.385 nuevos habitantes, es decir, la cantidad de vecinos pasó de 403.785 (censo 2012) a 509.169 (proyección del GAMLP).
Datos oficiales recientes también indican que el macrodistrito Max Paredes tiene aproximadamente 200.000 habitantes en 18 kilómetros cuadrados, y en Periférica hay 170.000 habitantes, según las proyecciones que da conocer la Secretaría de Planificación del Gobierno Autónomo Municipal de La Paz.
Áreas verdes en constante peligro
La pérdida de 2.177 hectáreas a la que hace mención el estudio académico de la UMSA es distinta de la cifra que señala Rocabado, pero en ambos casos se cuenta por miles la afectación.
“Son como 3.460 hectáreas de pérdida de cobertura (en estos 10 años), y no sólo de cobertura, sino de espacio público y de las denominadas unidades de conservación”, detalla la funcionaria municipal.
Del total, 50 hectáreas corresponden a áreas verdes, 2.960 a áreas de preservación y 450 a áreas forestales. Esos espacios están en permanente riesgo por avasallamientos, movimientos de tierra y asentamientos informales, además de que casi todos están sobrepuestos a municipios colindantes, observa Rocabado.
Para frenar o contener situaciones adversas que pudieran poner en peligro el equilibrio de las formas de vida en el casco urbano, el GAMLP promulgó, en septiembre de 2000, la Ordenanza Municipal 147/2000, que declara patrimonio natural paisajístico “para su conservación y protección” a 27 áreas, sitios y monumentos.
Rocabado observa que en las gestiones ediles anteriores, que tuvieron una continuidad de 20 años, el GAMLP disponía ya de una lista, “pero nunca” habría efectuado una zonificación correcta, ni inscripción o algo similar a un derecho propietario municipal.
Para el 2006, cuando Rocabado era consultora externa encargada de desarrollar el primer instrumento de planificación, alertó sobre que, si bien se tenía una declaratoria con ordenanza municipal, el gobierno municipal no estaba actuando. “No tenía control” y por ello se usaron esas áreas como “de habilitación de suelos, o sea, volverlas de una denominación no edificable a edificable forzosamente”.
La autoridad de la gestión actual, iniciada en 2021, dice que con el transcurrir de los años se produjo una ocupación descontrolada en las periferias de la urbes, que no se puede llamar propiamente loteamiento o avasallamiento, ya que simplemente la gente empezaba a vivir en el lugar. “El vecino avisa al amigo o a su cuñado y así se empieza a edificar sin control y sin permiso de construcción”.
Las áreas forestales están en las laderas y tienen una pendiente de 50 a 60 grados, donde no debería habilitarse suelo urbano. Pero, incluso “allí trepan, tumban todos los árboles”, describe.
En el macrodistrito Sur es posible testimoniar lo dicho por la funcionaria pública y fue el sociólogo y antiguo habitante de San Miguel, Hugo José Suárez, quien lo ejemplificó en el libro de los 100 barrios con estas palabras: “El barrio estaba rodeado de áreas verdes. Era fácil trepar al bosque (que hoy es Auquisamaña) para encontrarse con pinos, mariposas y lagartijas”. Hoy, “donde había enormes árboles sólo encontramos construcciones” y San Miguel es “un centro comercial abrumador”.
En esta última década, según los cálculos de Rocabado, ya hay una pérdida de 20 a 25% de masa boscosa, precisamente por la presión de la gente para ocupar suelos, pero también por el deterioro del suelo y la falta de nutrientes que ocasiona la muerte de árboles.
Frente a esos casos de ocupación no autorizada de tierras se necesitaría de fuerza pública, policías, juez o notario para preservar los derechos humanos de toda la población e incluso de las mascotas, dice la funcionaria. Sin olvidar que cuando se destruyen árboles se mata también otras formas de vida.
La Ley Forestal de 1996 establece en su artículo 40 que son reservas ecológicas las laderas con más de 45% de pendiente: “No obstante, en las laderas, entre 45% y 60% de pendiente con suelos poco deleznables, pueden ser permisibles las actividades forestales bajo sistemas apropiados de aprovechamiento, conforme a las previsiones específicas del Plan Operativo Anual”.
Para 2019, el GAMLP promulgó la Ley Municipal 350 de Protección y Conservación de los Árboles en actividades, obras y proyectos de construcción, con lo que se prohíbe la tala y poda de árboles, salvo que estos generen algún tipo de peligro.
Para qué sirve un árbol urbano
Para la arquitecta y docente universitaria Ana Arze, el árbol, como parte del paisaje urbano, es testigo inmóvil de la historia. “Un árbol no es solamente para una generación sino para beneficiar a futuras generaciones”.
El arbolado urbano depura el aire, reduce la temperatura y filtra el agua, además de que provee cobijo a la fauna y otras especies de flora. “No sólo absorbe el dióxido de carbono, también las partículas en suspensión que hay en la ciudad y el dióxido de nitrógeno; cuando el aire está tan contaminado, obviamente, los árboles sufren en el proceso de depuración y pueden enfermarse”, apunta Arze.
El jacarandá, por ejemplo, tiene una capacidad de absorber altas cantidades de dióxido de carbono a partir de su copa frondosa, y reduce altas temperaturas y disminuye el efecto del calor en 3 y 10 grados.
Otra de las funciones es la evapotranspiración, lo que hace que los árboles se constituyan en refrigeradores evaporativos naturales, además de ser excelentes cortinas para frenar los vientos dominantes.
Los vientos erosionan los cerros poco a poco, además de que la ausencia de árboles, según Condori del vivero de Pura Pura, facilita que con las lluvias se arrastre material antes retenido por eucaliptos, como pasa en la Periférica o Alto Achachicala. Es decir que la ecuación para desastres mayores es de resultados cuasi previsibles.
Felicidad Velásquez (en 2009 tenía 88 años), cuenta en el libro de los barrios paceños que su familia había llegado en los años 40 al barrio hoy llamado Zenobio López, Villa Armonía Bajo. “Todito eso era lleno, lleno de árboles”, describe y añade que con el tiempo “se ha vuelto inestable”. Su propia casa, erigida en 1961, se perdió como la de sus vecinos en un deslizamiento de 1981.
Enemigos de los árboles
Los beneficios que da un árbol podrían, probablemente, limitarse por el asfalto y el cemento que ganan espacio en la ciudad, cuando lo más aconsejable para la permeabilidad del suelo sería el empedrado, comenta la docente Arze.
Sin embargo, quizás lo más difícil de combatir es la actitud de la gente respecto a estos otros habitantes de la urbe.
Hay personas a las que no les gusta tener árboles cerca porque, suelen argüir, las raíces deterioran la acera o las hojas crean basura; o perjudican el asentamiento de puestos de venta callejera o facilitan que ladrones ingresen en casa ajena, etc.
Plantar árboles en aceras es como una batalla en la que hay más caídos que sobrevivientes. Así lo dice Marina Callisaya, ejecutiva de la Confederación Nacional de Trabajadores Empleos Solidarios de Bolivia Conatesbol-PLANE, instancia que coordina con los municipios el arbolado de áreas verdes y de vías. “Cuando ponemos plantines en aceras, siempre hay alguien que va dañando, rompe las guías” o simplemente los ignora y los deja morir a falta de riego.
En el barrio de Chijitapa, macrodistrito Sur, los vecinos vieron cómo se plantaron centenares de plantines destinados a los cordones de acera de una zona vulnerable a deslizamientos. “Se hizo el seguimiento, había el compromiso de poner protectores; pero de los 200 plantines, a la semana quedaban 10 vivos”, lamenta el responsable del vivero de Pura Pura, Luis Condori.
Por esa actitud, dice Callisaya, lo que buscan las gobernaciones y municipios en general es “ver bosquecillos, manchas verdes”, y es a lo que se dedican las mujeres del Plane.
Otro aspecto desfavorable en La Paz es el clima que no deja desarrollar los plantines. Por ello, este año, el vivero de Pura Pura trabajó en la propuesta de plantines aclimatados y antiestrés hídrico que consiste en ambientar los plantines a climas adversos y prepararlos con tierra del lugar donde serán plantados definitivamente.
Pero, ¿cuántos árboles hay en la ciudad?
El Censo del Arbolado de 2019, el único realizado en La Paz y cuyos resultados se tienen recién ahora, 2024, revela que hay 1.180.955 árboles vivos en la masa boscosa del área urbana; además habrían 50.091 árboles en aceras, 2.517 no identificados (durante el censo no se logró identificar el tipo de especie), y 1.440 que fueron reportados como muertos.
Con base en estas cifras y el número de habitantes en el municipio de La Paz (1.000.000, aproximadamente), habría 1,2 árboles por habitante, a decir de Fernando Espinoza, jefe de la Unidad de Parques, Áreas Verdes, Arbolado Urbano y Bosques del municipio de La Paz.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), se necesita, al menos, un árbol por cada tres habitantes para respirar un mejor aire en las ciudades y un mínimo de entre 10 y 15 metros cuadrados de zona verde por habitante.
Frente a los cálculos ediles de árbol por habitante se pronuncia Donovan Osorio, biólogo y activista ambientalista. El censo, según él, se hizo “muy a la rápida” y sin precisión, sin conocimientos de taxonomía, al grado de que no se sabe a qué especie pertenece casi un 20% de esos árboles. “No es confiable”, insiste quien ha propuesto un protocolo de manejo de especies arborescentes en La Paz, documento elaborado entre 2022 y 2023 y que marca los criterios para el arbolado. Con tal documento, dice el activista, podría hacerse un nuevo censo.
El parque 3.600, un plan ambicioso
Desde la Secretaría municipal de Planificación la preocupación está sobre todo en políticas y estrategias de largo plazo para preservar el medio ambiente, ojalá con el concurso del Gobierno central, dice Rocabado. Además, la mirada debe posarse también en el área rural del municipio paceño, de hecho la de mayor superficie –macrodistritos de Zongo y Hampaturi–, donde es preciso prevenir la deforestación.
“Estamos con medidas fuertes de control en lo que respecta a Zongo, donde se tiene grandes cantidades de bosque virgen que, podría empezar a deteriorarse por expansión de la frontera agrícola, como el cultivo de arroz, pues los municipios vecinos no tienen superficie para ello”, expresa la funcionaria.
En el área urbana de La Paz se pretende habilitar un área verde que se denominará el parque 3.600, en el sector de Kantutani, donde ocurrió un deslizamiento de viviendas el 30 de abril de 2019, el que será catalogado como “sumidero de carbono”.
En ese espacio se plantarán 7.000 árboles en siete hectáreas y se hará un seguimiento de la cantidad de oxígeno que producirá el área. “Lo que se busca es el equilibrio entre el cemento y el oxígeno, llamémoslo así, o la disminución de nuestras huellas”, apunta Rocabado.
Pero también se piensa en incentivar “edificaciones verdes” o “ecoeficientes” que generen conos de sombra y que no ocupen el 100% del predio. Al respecto, en el municipio de La Paz no hay norma que obligue a respetar áreas verdes en las construcciones. Así, las antiguas casas que solían tener un jardín con flores y árboles desaparecen bajo edificios de pisos que ocupan toda la superficie.
Verde al sur, ladrillo en las laderas
Para el ambientalista Stasiek Czaplicki, que participó de una investigación relacionada con el arbolado en La Paz, el problema en la urbe es el acceso a las áreas verdes. “Puedes calcular y pretender que tienes 10 metros por persona, pero esas personas no pueden acceder a las áreas verdes, no tienen acceso ni a un metro; ésa es la realidad”.
A decir de Czaplicki, en el caso de la urbe paceña, gran parte de las áreas verdes están en la zona Sur, pero la mayor concentración de población está en las laderas.
En Bolognia, barrio de la zona Sur que se comenzó a construir en los años 60, la cantidad de árboles era tal que la comparación con el parisino Bosque de Bolognia (Francia) inspiró el nombre. Así lo relata la vecina María Luisa Urzagaste de Ramos (75 años en 2009) en el libro ya citado de barrios paceños. “Era un bosque bellísimo. A medida que se iban construyendo casas, han ido talando los árboles (de ciruelo, durazno, pera), de modo que ha quedado un pequeño bosque”.
En este barrio destaca la urbanización San Alberto, ejemplo de lo que se puede lograr con planificación. Roswitha Grisi, dueña de una casa rodeada de verde, donde cultiva y cosecha verduras además de flores, dice que una de las condiciones generales para construir fue repoblar la vegetación. En las aceras hay arbolado y en los jardines, especies de plantas que no se sospecha que puedan darse en un clima como el paceño.
El bosquecillo de Bolognia –que se extiende entre los macrodistritos Sur y San Antonio– está protegido por ley municipal 238/2017, lo que significa que no puede cambiarse el uso de suelo que es no edificable. Sin embargo, hasta 2020, contando desde 1996, cuando se creó el área, la urbanización tomó 63 hectáreas de las 237 que estaban protegidas.
En el bosquecillo –donde habitan al menos 70 especies de reptiles, inclusive alguna endémica, además de insectos, murciélagos y vizcachas que se mueven entre puyas, briofitas, líquenes, orquídeas, gramíneas y bromelias– se trabaja para evitar más mutilaciones. Por ejemplo, en coordinación con el Movimiento Un millón de árboles se convocó a la ciudadanía, en abril, a unirse en una jornada de plantación. Tras la capacitación, niños, jóvenes y adultos recorrieron el lugar y dejaron su plantín que ahora deben regar cada dos semanas. Es también una medida para involucrar a la población en el cuidado de esta área y de los árboles en general.
“Me gustaría tener un bosquecillo como el de Bolognia en mi zona”, dice Nicolás, joven de 21 años que se enteró de la jornada mediante TikTok y que ahora viaja desde la ladera este, Villa Copacabana, hasta Bolognia para regar el plantín que lleva una cinta con el nombre de su mascota fallecida.
Edición: Mabel Franco.
Fotografía de portada: Mateo Romay.
Fotografías: Mateo Romay, Aleja Cuevas y Mabel Franco.
Infografías: Sara Vásquez.