“Malasmadres”, rebeldes que descubren otras formas de la maternidad

Karem Mendoza G

Las mujeres que se rebelan ante la idealización social del rol materno y del mito de la madre “perfecta” —“abnegada soporta las cruces que por buena le carga el dolor”— son llamadas “malasmadres” por no ajustarse a las convenciones. Madres autónomas que trabajan y crían a sus hijos solas, las que no resignan su sexualidad, aquellas que asumen la crianza comunitaria o con otra mujer demuestran cada día que otras formas de ejercer la maternidad son posibles.

Edición 128. Lunes, 27 de mayo de 2024.

Corría el 2018 cuando Wendy Tambo tuvo por primera vez en sus brazos a Santi, su primogénito. Las dudas sobre la lactancia y crianza pronto se harían presentes por las miradas cuestionadoras de otras madres y hasta de los médicos quienes, basados en sus creencias, le decían qué hacer y qué no hacer. La etiqueta de la “malamadre” vendría después y con ella una depresión post parto a causa de los prejuicios y los discursos repetitivos del “no lo estás haciendo bien”.

“Es mucha información la que recibes cuando tu bebé nace y la gente te dice de todo. En mi caso, los juzgamientos provenían de amigas y cuando empecé con el porteo me decían ‘cómo le vas a cargar así a tu bebé, apenas tiene tres meses y está con sus pies libres’ o en el centro de salud comentaban: ‘pobre wawa, se debe estar ahogando ahí adentro’. Y en ese momento como no tenía tanta seguridad sentía algo de culpa. Incluso mi mismo entorno me reclamaba por no manejar a mi hijo en aguayo”, dice la mujer alteña de 30 años que descubrió el porteo —una forma de cargar al bebé manteniendo el contacto madre e hijo— que cambió su forma de ejercer la maternidad hace cinco años.

Wendy Tambo cargando a su primer hijo en un fular ergonómico. Foto: Wawamia.

Como Wendy muchas mujeres enfrentan los mitos de cómo debería ser la maternidad y la crianza de los hijos, que por lo general es “romantizada y fantasiosa”. La psicóloga y doula,   Ana Lia Bertoldi, considera que estas creencias ponen en los hombros de las madres una carga llena de exigencias.

“Hay un romanticismo alrededor de la maternidad que deja solas a las madres. Toda la vida nos hacen un relato de la maternidad y luego la fantasía se encuentra con la realidad y viene la culpa.  Ese bebé imaginado se convierte en un bebé real que tiene sus necesidades y también sus desencuentros, porque se habla muy fácil del instinto materno y de que las madres pueden decodificar las necesidades del bebé, pero lamentablemente no ocurre siempre o no ocurre todo el tiempo”, reflexiona Bertoldi quien como doula, que es la mujer que acompaña a embarazadas durante el trabajo de para hacer más amigable el proceso gracias a la contención emocional.

La culpa a la que hace referencia Bertoldi proviene de esa idealización del rol materno y del mito de la “buena madre”, que es abnegada, sacrificada, la que se desvive por sus hijos, la que alimenta y cría de acuerdo a los sistemas de creencias de sus familias. “Esta imagen de la supermujer es muy difícil de cumplir”, enfatiza.

La “malamadre” que trabaja y es dirigenta

¿Qué significa la palabra malamadre? Una búsqueda rápida por internet dice que es una planta asexual de hojas largas y puntiagudas de color verde con una cinta blanca en el centro. Su principal característica es que mientras crece va “botando a sus hijos” que se convierten en nuevos brotes.

Planta «malamadre» con brotes. Foto: Karem Mendoza.

Las particularidades de esta planta no están muy alejadas de las que se asignan a las madres como seres asexuados limitados a no expresar su sensualidad luego de haber parido. Rayza Zeballos, integrante del colectivo feminista Mujeres Creando, explica que los mandatos negativos de la imagen de la madre afirman que una mujer con hijos y que separó del padre no debería volver a enamorarse o volver a sentir su sexualidad, vestirse de cierta forma y se le exige ser poco atractiva o dejar de ser coqueta. “Incluso son muy mal vistas las madres que trabajan y crían al mismo tiempo”, remarca.

Es curioso que el nombre que se da a la planta malamadre se debe también a la fama negativa atribuida a las mujeres que “descuidan” a su descendencia.

Sin embargo, desde el Club de las Malasmadres de España resignificaron esta palabra y la definen como la madre que rompe con el mito de la madre perfecta, que se sacude el sentimiento de culpa y que lucha por una sociedad en igualdad.

Entonces, ¿por qué algunas mujeres reivindican el concepto malamadre? En el caso de Carmen Angola, fotógrafa afroboliviana, fue la decisión de desmarcarse de los preconceptos sobre la maternidad. Hoy a donde va se denomina “malamadre” porque eligió estudiar mientras estaba embarazada, trabajar, viajar y hasta ser dirigente de la comunidad afroboliviana.

Carmen Angola artista y dirigente afroboliviana. Foto: Facebook Carmen Angola

“Soy malamadre porque viajo constantemente de Yungas a La Paz y no estoy tan presente en mi casa como lo exige la crianza tradicional”, dice Angola a quien su entorno le reprocha con miradas el hecho de no ser una madre presente, ser “permisiva” con sus hijos y distribuir el trabajo de cuidado con su esposo.

Cuando la juzgan, Carmen recuerda las palabras de su amada Mechita, su madre, quien le dejó la lección de su vida: “No te postergues, hazlo. Las wawas van a llorar ahora, pero luego van a necesitar todo lo que estás haciendo”.

“Los tenía que dejar a mis hijos al cuidado de otros por mi trabajo y por algunas becas que gané. El apoyo de mi madre y mi esposo ha sido importante, he podido dejarlos con ellos, pero ha sido chocante para muchas personas, porque veían que (otros) me ayudaban con las wawas y yo hacía lo que quería”, dice la ahora ejecutiva del Consejo Nacional del Pueblo Afroboliviano.

Por segundo año consecutivo, Mujeres Creando convocó al Parlamento de las Malasmadres como una provocación para repensar las maternidades, para escuchar el sentir de las madres y además repensar sobre las deudas que tiene el Estado como el trabajo de cuidado.

“Como feministas y madres estamos hartas de que todos los espacios que rodean la maternidad sean llenos de abnegación y de una visión muy romántica de la maternidad que gira en torno a la crianza de los hijos y las hijas, la maternidad no es solo eso”, resalta Zeballos, parte de la cooperativa feminista.

“Son mis hijos, no mi bastón”

Las mechas rojas de sus trenzas reposan en su hombro izquierdo mientras está sentada en un banquito en uno de los pasillos de la Red de Vida Independiente de Bolivia (Revibo). Nicole Yanatelli se abre a compartir su experiencia en la maternidad traspasada no solo por “el deber ser” como mujer y madre sino como una persona con una discapacidad visual.

Nicole Yanatelli, madre con discapacidad. Foto: Karem Mendoza.

“Si ve poco, ¿cómo va a hacer para ser mamá? ¿cómo los va a mantener?, preguntaban siempre y ahora me dicen que debería haberme quedado con el papá de mi primer hijo, porque creen que él no solo podría cuidar a las wawas sino a mí por tener discapacidad. Siento una presión tan fuerte porque si no tuviera discapacidad tal vez me dirían: ‘que bien que te has separado’”, dice la psicóloga y activista.

Yanatelli vive en La Paz con sus hijos de 13 y 3 años y también es cuestionada por la forma de crianza que eligió. Pese al “deseo” de otros, ella busca que sus hijos sean independientes y que no se conviertan en “su bastón o su guía” como se lo ha repetido su entorno. “Ellos son mis hijos, no mis bastones. Me han dicho que cuando mi hijo mayor se vaya a la universidad se quedará a cargo mi hijo menor y darles esa responsabilidad a las wawas es muy cuestionable, porque primero te reclaman porqué tienes wawas y luego esa responsabilidad de cuidado se la pasan a ellas, es muy jodido”, lamenta.

Red Vida Independiente Bolivia, donde trabaja Nicole . Foto: Karem Mendoza.

Según Bertoldi, el prejuicio más recurrente que gira en torno a las madres con alguna discapacidad es que “si no son capaces de cuidarse a sí mismas, cómo cuidarán a un bebé”. “Entonces se cree que hay cuerpos que pueden ser madres y otros no, como el caso de los hombres trans. Para la vista de los demás, desde ya son cuerpos que no son aceptados ante la sociedad y mucho menos son autorizados como cuerpos para la maternidad porque suponen que la maternidad es “sagrada””, cuestiona.

En la misma línea, la psicóloga Rayza Zeballos de Mujeres en Busca de Justicia cree que los mandatos patriarcales caen con más fuerza sobre los cuerpos de mujeres con discapacidad, mujeres trans y hombres trans que han decidido ser madres.

“Atendí a madres que son lesbianas y madres que han estado en un proceso de transición y ahora son padres trans y es un proceso complejo no por los hijos sino por el medio social porque son desvalorizadas en el ambiente familiar y pueden ser hasta expulsadas de ese núcleo, pueden no ser tomadas en cuenta en las escuelas y hasta pueden ser denunciadas por vecinos prejuiciosos que pensarían que están haciendo algo “inmoral” al cuidar su bebé”, explica la especialista.

“Mis dos mamás” y sus luchas

Desde Santa Cruz, Ros Amils Samalot ejerce la maternidad lésbica junto a su pareja y reconoce que no todos sus derechos son cubiertos por el Estado por un lado como mamás lesbianas y también porque lidian con las opresiones como mujeres y los mandatos sociales de la maternidad. Uno de esos derechos no reconocidos cae sobre la madre no gestante que legalmente no es reconocida como madre del menor.

Ros remarca que el matrimonio igualitario en otros países allanó el camino para que las maternidades lésbicas sean reconocidas. En Bolivia se conoce el caso de una pareja lesbiana que logró tener a su bebé con asistencia médica; sin embargo, solo la madre gestante figura como la madre y la madre no gestante emprendió la lucha legal por la adopción del infante.

La Red LB Bol aborda las maternidades lésbicas.

En el caso de las madres que se embarazaron dentro de la heterosexualidad obligatoria y que luego decidieron tener una relación lésbica, la falta de amparo legal tanto para ellas como para sus parejas las hace pasibles a violencias por parte del progenitor o de la familia del varón que intenta tener la custodia del niño o niña solo por el hecho de que la madre decidió manifestar su lesbianismo.

“Otra situación complicada para las madres lesbianas, son las violencias que viven por parte de quienes han sido los progenitores de sus wawas, por ejemplo, muchas compañeras reciben amenazas de índole legal para quitarles a sus hijas e hijos solo por el hecho de ser lesbianas”, lamenta Amils y agrega que los padres no buscan hacerse cargo de los menores de edad sino en el fondo es una forma de “corrección y represión” que esconde la “necesidad de poner su lugar” a la mujer que decidió no tener relaciones con ese hombre ni con otro.

Amils revela que las amenazas al principio son veladas y luego son más violentas ya que el progenitor-agresor advierte con quitar a los hijos o hasta poner una denuncia a la pareja lesbiana por trata y tráfico con la intención de criminalizar su maternidad no gestante. Una alternativa para frenar estas violencias son los acuerdos legales en los que los padres reconozcan que la madre es lesbiana y que eso no puede ser usado en su contra.

Desde la Red de Mujeres Lesbianas y Bisexuales de Bolivia (Red LB Bol) afirman que las maternidades lésbicas resisten un sistema heterosexual que cada día les demanda la presencia de un hombre en sus familias y comunidades y les cuestiona la existencia de un padre para sus wawas. Una de las formas de discriminación más recurrente se da hacia las mujeres lesbianas que rompen con el estereotipo de genero de feminidad, porque, según el mandato social, son mujeres que no deberían estar en contacto con las wawas.

Las madres autónomas y la crianza individual

“Ay mamita, yo te agradezco por divorciarte de ese cabrón, ya van seis meses que no aparece, en nuestras familia somos las dos”, dice parte de la canción de Mamá Cumbia, un grupo de teatro que aborda las maternidades con una obra y con un videoclip dedicado a las madres trabajadoras que ejercen la crianza individual.

Karla Barrancos, coordinadora de Mamás Sorosas Bolivia filial Cochabamba, explica que la crianza individual es aquella que realizan las madres solas o autónomas, que antes eran mal llamadas “madres solteras”. Esa forma de crianza, también la vivió en carne propia. Ella se embarazó en la adolescencia, tuvo su primer hijo a los 18 años y recuerda que no conocía los métodos anticonceptivos, porque ese tema era prohibido en casa. De haber accedido a la educación sexual, dice, su realidad sería otra.

Con el bebé en brazos aprendió a ser mamá y también esposa. Luego vino su segunda hija y a colación también llegó la violencia física de parte de su pareja, hecho que la motivó a separarse y comenzar a ser una mamá autónoma. No sería una tarea fácil, porque luego enfrentaría la batalla legal por la asistencia familiar y en medio de eso, los prejuicios.

“Nos han dicho mamás luchonas, mamás interesadas que supuestamente usamos a nuestros hijos como un objeto de manipulación o de chantaje y hasta de sometimiento a sus papás, solo por ser mamás que luchamos por el derecho de nuestros hijos a recibir manutención”, reclama la activista.

Según un reporte del diario El País de Tarija, el último dato del Instituto Nacional de Estadística (INE) estima que en Bolivia hay medio millón de hogares unifamiliares de los que el 81% son gobernados por mujeres. Asimismo, en 2022 se registraron 214.000 nacimientos de los que 148.000 fueron registrados por madres sin pareja, es decir, más del 70%.

La maternidad en solitario está traspasada por la doble jornada laboral (crianza de los hijos + trabajo remunerado) así como también por la violencia psicológica que habita en los juzgados al reclamar la asistencia familiar.

“Hay mucho que debe cambiar en la justicia. Nosotras como mamás tenemos que demostrar que la otra parte demandada tiene la posibilidad de dar una asistencia familiar, tenemos que mostrar pruebas, demostrar que nuestros hijos tienen necesidades para que dentro del criterio de cada juez se dé o no la asistencia”, reclama Barrancos  y sugiere que el Estado debe garantizar un estudio actualizado de los precios de la canasta familiar, los gastos médicos para infantes y adolescentes e incluir costos del material escolar para que exista un monto integral y real de la asistencia familiar que no sobrepasa los 500 bolivianos.

La abogada Angela Uzuna, integrante de la alianza de mujeres autoconvocadas Mujer de Plata en Potosí, recalca la importancia de modificar la Ley 348 para destrabar el procedimiento legal de reclamo de la asistencia familiar para que las madres puedan interponer la demanda sin necesidad de un abogado y a través de la conciliación, y que además el pago de la asistencia económica se aplique desde que el padre no se hizo cargo, muy distinto a lo que ocurre en la actualidad.

Acción «La asistencia familiar no es una limosna» de Mujeres Creando. Foto: Helen Álvarez.

Las madres autónomas también están afectadas por el término “malamadre”. Desde la experiencia de Barrancos, las tildan así por querer seguir estudiando, por haber decidido separarse y por no darle un padre a sus hijos; también son juzgadas por intentar o tener una nueva pareja.

“Nos tildan de malas madres porque en ese pequeño espacio que nos tomamos para nosotras mismas dejamos a nuestros hijos al cuidado de la abuela, la hermana o la tía. Nos dicen malas madres aunque más del 80% nos hacemos cargo de la crianza de nuestras wawas”, cuestiona e invita a ser revolucionarias y a no dejar que les impongan los “parámetros de comportamiento que se usan desde la antigüedad”.

La maternidad será deseada o no será

“Estoy chochísima, para mí este es el momento ideal para tener hijos”, dice Sayuri Loza, quien antes de sus 40 nunca había tenido deseos ni necesidad de ser madre porque no se sentía lista, por la gran responsabilidad que implica, por sus problemas de salud y por la falta de una pareja que colme sus expectativas ya que ella decidió tener una familia en el matrimonio.

Fue en 2022, mientras conducía un programa en Radio Fides, cuando conoció al ginecólogo obstetra Luciano Gutiérrez, reconocido especialista en medicina reproductiva, quien le sugirió congelar sus óvulos porque aún se encontraba en etapa fértil.

Sayuri estaba buscando tener estabilidad económica-emocional-sentimental para dar el paso y cuando logró ese objetivo decidió junto a su pareja Vlady tener hijos. Actualmente tienen dos embriones congelados.

“Estamos esperando para casarnos, tener nuestra luna de miel y establecernos. Esperamos que a finales de 2025, hagamos la inseminación de uno de los embriones y si nos animamos al segundo más adelante también. Estoy muy entusiasmada y creo que es el momento ideal pensé que esto no pasaría, pero mirá cómo es la tecnología, cómo están avanzando las maternidades y yo estoy muy feliz de subirme a ese tren”, dice la historiadora con un tono de alegría en su voz.

Sayuri Loza hizo pública su decisión. Foto: Facebook Sayuri Loza

“Bueno pues hoy me van a sacar los óvulos para congelar en caso de que decida tener una wawita; como siempre, me están atendiendo de maravilla y con todas las medidas para que todo salga bien. Gracias al maravilloso personal tan profesional del Centro Vida FIVGO. ¡Aquí vamos!”, escribió Sayuri el 29 de abril de 2023 en su portal de Facebook.

Antes de tomar esa importante decisión, Loza cuenta que también enfrentó prejuicios sobre por qué no se embarazó a los 30’s  con argumentos que le sonaron ilógicos como: ‘¿quién te va a cuidar cuando seas viejita?’ “Cuando nadie te garantiza que de los 100 hijos que tengas, uno te vaya a cuidar”, reniega. Sin embargo, prefirió hacer un lado esos discursos del deber ser de las mujeres y siguió con su proyecto de vida fuera de lo convencional.

Rayza Zeballos, psicóloga, afirma que las maternidades deseadas pueden ser en cualquier momento. “Existe un prejuicio hacia las madres por tener hijos a muy temprana edad o más tarde, creo que nunca logramos convencer a la sociedad de qué es lo que tenemos que hacer y al final todo es malo y si ya te van a criticar por una cosa, queda seguir”.

Por otro lado, Loza comenta que los costos para una reproducción asistida son elevados aunque siempre depende del caso, porque la mujer puede requerir una cirugía en el útero, o requerir un vientre subrogado. Entonces el precio va desde los Bs 2.000 hasta los Bs 50.000. “Conozco un caso de una mujer que empezó a los 39 años queriéndose embarazar y lo consiguió a los 53, era su gran deseo y cuánto habrá invertido en tiempo, en dinero y en toda la carga emocional que conlleva el deseo de embarazarse”, recuerda.

Lamentablemente el deseo de ser madre no se cumple para todas. Hay niñas y adolescentes que son obligadas a parir . En casos de agresión sexual, no siempre se cumple la Interrupción Legal del Embarazo (ILE). Durante el 2021, en Santa Cruz se dio un polémico caso de una niña de 11 años violada, por intervención de la Iglesia Católica se frenó el aborto legal.

En ese entonces, las organizaciones y activistas integrantes del Pacto Nacional por la Despenalización del Aborto denunciaron a las Defensorías de la Niñez y la Adolescencia de los municipios de Yapacaní y Santa Cruz, así como al Hospital Percy Boland, por graves violaciones a los derechos humanos a la vida y a la salud de la niña por poner en riesgo su integridad física y mental, imponiéndole una maternidad forzada.

La tribu: la maternidad comunitaria

Retomamos la historia de Wendy, quien sufrió post parto y dificultades en la lactancia. Su maternidad tomó más sentido luego de descubrir el porteo no solo como una manera milenaria de cargar bebés sino como una terapia mezclada con el baile para redescubrir y aceptar los cambios en su cuerpo y en lo psicológico. A ello se sumaron los círculos de mujeres donde pudo entender que no era la única que estaba teniendo dificultades con la crianza, su cuerpo y su nueva forma de ver la vida.

“Los círculos de madres te abren la mente y te das cuenta que no estás sola, hay tantas mujeres que han pasado por lo mismo que tú. Cuando no había tecnología criaban en tribu porque criaban todas juntas acompañándose y ayudándose, yo experimenté ese sentimiento de acompañamiento y escucha cuando fui a la Liga de la Leche, porque no podía amamantar y me ayudaron otras madres. Fue algo muy íntimo y de amigas, no como una consulta médica que es más distante”, recuerda la también comunicadora.

Baile de mamás con bebés en una actividad de Wawamia. Foto: Wawamia.

De esta primera experiencia, surgió su emprendimiento Wawamia dedicado inicialmente a la venta de fulares ergonómicos —que es una pieza de tela elástica para cargar al bebé— y luego se fortaleció con la Tribu Wawa Mia de acompañamiento entre madres, mismas que participaron del IMAsivo, que es un evento internacional de danza con bebés.

Para Wendy abrir este espacio de diálogo entre madres implicó romper muchos estereotipos como cuando les dicen a las madres: “vestite como mamá”. También lamenta que intenten obligarlas a rechazar su deseo de expresar su sensualidad luego de haber tenido que enfrentar drásticos cambios físicos-emocionales-psicológicos.

Se cumplen cinco años desde que creó su emprendimiento, casi la misma edad de su hijo Santi. Su círculo de acompañamiento evolucionó de temas como lactancia para madres primerizas o la alimentación para abarcar la educación escolar y otros problemas que están aprendiendo a sobrellevar junto a sus hijos que dejaron de ser bebés.

Wendy Tambo cargando a su primer hijo en un fular ergonómico. Foto: Wawamia.

Ilustración: Merlina Anunnaky.